La alegría no puede abandonar nunca a
quien cree en Dios. Y éste debería ser el rostro de nosotros los cristianos.
María es una mujer alegre. La alegría es
la virtud de los resucitados, de los que tienen a Dios, de los que han puesto
su corazón en el cielo. Vemos esta alegría en María Magdalena cuando descubre
al Resucitado, en los discípulos de Emaús cuando reconocen a Cristo en la
fracción del pan, en los apóstoles cuando Cristo resucitado se les presenta en
el Cenáculo.
La alegría no puede abandonar nunca a quien cree en Dios. Y éste debería ser el
rostro de nosotros los cristianos que ya vivimos de alguna forma nuestra fe en
la resurrección. Por el contrario, la tristeza, como vivencia habitual y
permanente, no entra nunca, pase lo que pase, en la vida de quien cree en
Cristo.
María es una mujer con el corazón en el cielo. María veía todo a través del
cielo. ¿Qué importancia tenían el sufrimiento, las carencias, las luchas, los
sacrificios, los esfuerzos, las renuncias, los momentos difíciles, cuando todo
eso se ve desde el cielo? Ninguna. Todo es parte de ese camino hacia el cielo,
ese camino estrecho que tanto asusta al ser humano, que conduce a Dios. Ella ha
sido nuestra precursora en este camino, dándonos ejemplo. Sigamos a María en
esta vida que sin duda es para todos "un valle de lágrimas", pero
tengamos siempre el corazón arriba, junto a Dios, con espíritu de resucitados.
Dios nos ha dado a María como Madre, Abogada, Intercesora, Mediadora, Amiga y
Compañera. En la espiritualidad cristiana debe haber un gran sitio para María
en el corazón de cada cristiano. De lo contrario nuestra espiritualidad estaría
incompleta, sería muy pobre. Podríamos proponer algunos caminos o medios de
espiritualidad mariana para nuestro corazón de cristianos.
El amor tierno y filial a María. María debe convertirse en la vida de un
cristiano en objeto de ternura, de cariño, de afecto. A María hay que quererla
como se quiere a una madre. Lejos de nuestra espiritualidad una actitud seca,
austera, distante, fría hacia quien nos ama tanto, hacia quien aboga tanto por
nosotros ante Dios, ante quien tanto nos cuida, ante quien vigila nuestros
pasos para que no caigamos en el mal. De ahí la necesidad de tener con María
momentos de encuentro, diálogos cordiales, intimidad y confianza. No puede
pasar un día en nuestra vida que no nos dirijamos a Ella con la sencillez de un
niño a contarle a nuestra Madre del Cielo nuestros problemas, nuestras
alegrías, nuestras luchas, nuestros planes.
Pero la devoción a María no debe quedarse sólo en un afecto y amor, porque
entonces se empobrecería. Debe convertirse en imitación de sus virtudes. Para
nosotros María es la obra perfecta de Dios y en Ella resaltan con luz muy
especial todos aquellos aspectos de una vida que agradan a Dios. Aunque nunca
seremos tan perfectos como Ella, sin embargo podemos seguir sus pasos para
llegar a Cristo a través de María. Su mayor deseo es que amemos a su Hijo, que
seamos como Él, que vivamos su Evangelio. ¡Qué María sea nuestra guía en este
camino!
Y no olvidemos esas formas de oración particular centradas en María como pueden
ser el Santo Rosario. Una devoción que hay que llegar a gustar y gozar,
metiendo el corazón en cada Avemaría, en cada invocación, en cada recuerdo de
María. En casa en familia, ante el Santísimo, en los viajes, el rosario debe ser
nuestro acompañante.
Por: Juan J. Ferrán, L.C.
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