Jesús sabía muy bien lo que necesitamos,
nos ha observado durante demasiados años nadar lejos de El.
El hombre se despertó de madrugada en
esa ciudad que no era la suya, a la que había ido tantas veces. No podía
dormir. Pensó, ¿dónde estoy? con esa extraña sensación del que viaja demasiado
y termina perdiendo sentido de tiempo y lugar. Ah, se dijo a si mismo algo
confundido, aquí estoy, en esta ciudad tan bendecida por la Mano de Dios. Pero
no puedo dormir.
El Rosario sobre la mesita de luz del hotel llamó su atención. Es bueno rezar a
estas horas, el Señor siempre lo necesita porque es el horario en que más cosas
feas pasan y los buenos están durmiendo, así que es importarte llenar este
espacio oscuro con oraciones ofrecidas simplemente por las intenciones del
Señor, que El las use a Su mejor conveniencia.
El pensamiento atravesó su mente, “de paso ayudo a bendecir un poco esta
ciudad”. El rechazo a la idea fue inmediato, ¿qué clase de bendiciones puedo
pedir yo al Señor, si es que soy literalmente “un pecado” que camina? El Señor
le respondió, muy breve y conciso: “eres un pescado”. Nuestro amigo se quedó
sorprendido, estupefacto. Pero Señor, yo dije que soy un “pecado que camina”,
¿y cómo es que Tú me dices que soy un pescado? El Señor le volvió a responder,
tan breve y con el mismo tono de la vez anterior: “yo te pesqué”.
El señor de nuestra historia rió, y el Señor de la Historia rió también. Rieron
juntos. Si, soy tu pescado, le dijo, y Tú, nadie menos que Tú, eres mi
Pescador. Nuestro amigo se quedó absorto en sus pensamientos, alegre de saber
que él mismo era la presa de Jesús. Y entonces recordó el signo, aquel signo
que precedió a la Cruz, y que fue la forma en que se reconoció al pueblo
cristiano y a Cristo mismo durante los primeros siglos de la Iglesia: el Pez.
Aquel signo representaba lo que él era, no un pez, sino un pescado. Y se sintió
parte de esa Iglesia primitiva, se sintió en una catacumba viendo ese signo
pintado una y otra vez en las paredes alumbradas por la tenue luz de las
lámparas de aceite.
Y luego recordó cómo había sido pescado por Jesús. Se imaginó al Señor pensando
cual era la mejor estrategia para atrapar a Su presa, para que ese pez que
andaba suelto por las peligrosas aguas del mar del mundo, mordiera su anzuelo y
fuera recogido a su barca, la misma barca que San Juan Bosco viera en sus
sueños, la gran Barca de la Iglesia. Jesús pensó: tengo que usar el mejor
señuelo, el que tenga el color y el sabor adecuados, el que mejor llame la
atención de Mi presa. El estudió al hombre, miró sus costumbres, sus gustos,
sus hábitos, y trazó Su plan.
El buen pescador sabe muy bien que debe tener absolutamente todo en cuenta
antes de abordar su desafío: el horario del día, la transparencia y temperatura
del agua, la profundidad a la que hay que buscar a la presa, y en función de
ello elige su señuelo. Los que son realmente buenos pescadores diseñan y
construyen ellos mismos sus señuelos, utilizando materiales que encuentran aquí
y allá. Ellos miran y sopesan una y otra vez de qué modo serán capaces de
atraer la atención del pez buscado, y luego se lanzan a su misión con
perseverancia, hasta hacer morder el anzuelo a su presa. ¡Entonces la alegría
vale doble!
Jesús sabía muy bien lo que Su presa necesitaba, la había observado durante
demasiados años nadar lejos de El. De tal modo que esta vez eligió utilizar el
mejor señuelo del que disponía, uno literalmente irresistible. El lo llama de
diversos modos, como Señuelo Santo, o Estrella de la Mañana, o también Rosa
Mística, aunque lo más habitual es que lo llame simplemente Mamá. Con gran
expectativa nuestro Pescador de hombres lanzó a las aguas del mundo a Su Gran
Señuelo, y atrapó a Su presa esta vez. El pequeño hombre mordió el anzuelo con
ganas, y aunque luego se resistió como todo buen pez que no quiere volverse
pescado, no lo soltó nunca más.
Y así fue como se transformó en un orgulloso pescado, presa del Pescador de
hombres, atrapado por no poder resistir el llamado del Señuelo Santo, de la
Madrecita del mismo Dios. Nuestro amigo vio todo esto con tanta claridad que no
pudo más que sonreír, abrazarse a la Cruz del Rosario, y sentirse feliz de
comprender la profundidad de aquel signo que nos representa, el Pez, Ictis,
símbolo de Jesucristo, Pescador de hombres. Así lo conocieron, así se presentó
al mundo El desde la barca de Pedro, la misma Barca que dos mil años después
sigue transportándolo por los mares del mundo, mientras El sigue pescando a
hombres y mujeres de buena voluntad.
Por: Oscar Schmidt | Fuente:
reinadelcielo.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario