Al acercarse a pedir perdón a Dios, hay
que estar dispuesto a amar y perdonar al prójimo.
El creyente a Dios:
– No te acuerdes, Señor, de mis pecados.
Dios al creyente:
– ¿Qué pecados? Como tú no me los recuerdes, yo los he olvidado para siempre.
Dios, como Padre, tiene muy mala memoria para recordar pecados de sus hijos; no
lleva cuentas del mal, disculpa siempre y “olvida siempre”. Como buen Padre,
quiere que aprendamos a amar de tal forma que seamos capaces de perdonar.
Jesús nos habla del perdón de Dios, de las entrañas amorosas del Padre en la
parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32).
El Padre ama al Hijo y le deja en libertad para que siga sus sueños, para que
sea él mismo, para que se pueda equivocar, con el riesgo de perder su compañía
y la alegría de vivir en su casa.
El Padre espera la vuelta del hijo. No la acelera, no se le agota la paciencia.
Su corazón no se amarga ni se endurece en la tardanza, sino que crece en él el
ánimo de abrazar, consolar y dar una fiesta, porque su hijo estaba muerto y ha
vuelto a la vida.
Cuando retorna el hijo arrepentido y humillado, el Padre no le niega su
herencia ni le echa de casa, sigue siendo el hijo muy amado. El hijo puede
olvidar tranquilamente su pasado, porque el Padre no lo recuerda.
El cristiano ora frecuentemente esta petición: “Perdona nuestras ofensas”. Dios
se olvida de nuestras faltas, a no ser que alguien se las recuerde al no amar y
perdonar al hermano. Es imposible amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al
hermano a quien vemos (1 Jn 4,20). Es imposible abrirse a su gracia, acoger el
amor misericordioso del Padre, si no se está abierto a amar y perdonar al otro.
El perdón se hace posible, “perdonándonos mutuamente como nos perdonó Dios en
Cristo” (Ef 4,32).
La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre
la comunión eclesial (Mt 18,23-35), acaba con esta frase: Esto mismo
hará con vosotros mi Padre celestial si cada uno no perdona de corazón a su
hermano.
Solamente se puede amar y perdonar con la ayuda y la gracia de Dios. En el
perdón y el amor no hay límites ni medidas. A nadie hay que deber nada más que
amor (Rm 13,8).
Al acercarse a pedir perdón a Dios, hay que estar dispuesto a amar y perdonar
al prójimo. “Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión; los
despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos” (San
Cipriano).
Por: Eusebio Gómez Navarro
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