El
Espíritu Santo desciende sobre el alma del bautizado y la engalana con todos
sus dones y queda en ella.
Hay
dos acontecimientos extraordinarios en la vida del hombre.
El acontecimiento natural de nacer y el sobrenatural de hacernos hijos de Dios
y pertenecer al Cuerpo Místico de Cristo y a la Iglesia Católica por el
Bautismo. Todos los seres humanos somos hijos de Dios y por todos Cristo murió
en la Cruz, pero el estar dentro de la Iglesia Católica es un verdadero tesoro.
Los católicos debemos estar muy orgullosos de ser bautizados.
Fue el primer Sacramento que instituyó Jesucristo
Jesús fue bautizado por San Juan.
Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio
que el Espíritu de Dios bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz
que venía de los cielos decía: "Este es mi Hijo amado, en quién me
complazco" (Mt 3,16-17). Y Juan el apóstol (Jn 3,22-30) nos dice:
"Jesús fue con sus discípulos a Judea y permaneció allí con ellos,
bautizando" y esto fue también lo que les encomendó a sus apóstoles que
hicieran."
El Bautismo es el Sacramento que nos inicia en la vida de la gracia. El
Espíritu Santo desciende sobre el alma del bautizado y la engalana con todos
sus dones y queda en ella, para siempre, una señal indeleble. Es por ello que
estar bautizados nos confiere una Gracia muy especial.
Por eso no nos cansaremos de repetir que los católicos debemos de estar
profundamente orgullosos de haber sido bautizados. Es un deber documentarnos
bien sobre este Sacramento.
Generalmente somos bautizados siendo muy pequeños, casi recién nacidos. Los
padres y padrinos, en nuestro nombre, dado que nosotros no lo podemos hacer,
renuncian a Satanás y a todo aquello que nos impida estar en Gracia de Dios y a
ser fieles a nuestra Fe. Esas promesas que hacen sustituyéndonos, serán
reafirmadas y renovadas por nosotros -en plena conciencia-, en el Sacramento de
la Confirmación y no se deben romper ni olvidar jamás.
Así como sentimos un legítimo orgullo al decir que somos hijos de nuestros
padres y nos sentimos orgullosos de nuestra Patria y llevamos con arrogancia
los apellidos de nuestros mayores, pues aún más el de ser hijos de Dios y
pertenecer a la Iglesia católica.
Cristo quiso darnos el ejemplo y fue bautizado por San Juan ¿qué falta le hacía
a Él si era el mismo Dios? Pero sí como hombre, y quiso entrar por la perfecta
puerta que lleva al cielo.
Qué hermoso sería que al final de nuestra vida, en el último suspiro de la
separación de nuestra alma y nuestro cuerpo, en la hora de la muerte, podamos
oír la voz del Padre que nos llama: "amados hijos".
Por todo esto, los padres deben reflexionar y desear y preocuparse por bautizar
al niño o niña cuanto antes, no tiene sentido el esperar con el afán de hacer
un gran festejo...es un Sacramento de una importancia enorme y profunda, debe
hacerse con sencillez y mucha alegría.
Ojalá que las familias católicas no pospongamos ese acto transcendental y
maravilloso de convertir a nuestros hijos en hijos de Dios enseguida de que
nazcan. Preparemos nuestra mente y nuestro corazón para saber y conocer a fondo
que es, el Sacramento del Bautismo y cuántas Gracias recibirá nuestro hijo o
hija.
Demos un verdadero testimonio de fe de amor a ellos, y de verdaderos creyentes
llevando con presteza e ilusión a bautizar a nuestros niños y preparemos una
reunión familiar con sencillez y alegría olvidándonos de hacer un gran
"fiestón"... y después de este importante acto seamos congruentes con
los que hicimos y prometimos.
Enseñemos a nuestros hijos, desde chiquitines, a amar a Dios, formarlos en la
Fe y que vayan por la vida siguiendo los pasos de Cristo, para que siempre
sintamos la felicidad y el legítimo orgullo de haber sido bautizados y por
ello, ser hijos de Dios y herederos del Cielo.
Autor: María Esther de Ariño.
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