Autor: Pablo Cabellos Llorente
Al leer el
título, quizás el amable lector piense que voy a recordar al Conde Lucanor, un
buen libro que gusta a Del Bosque. También que desee referirme a los señores
feudales que, efectivamente, eran dueños de vidas y haciendas. Incluso pueden
recordar a Octavio Paz escribiendo del cacique americano, casi otro modelo de
señor feudal. Estos últimos irían menos descaminados respecto a mi propósito, porque voy a referirme a algunas
formas de totalitarismo, que no tienen nada que envidiar a los señores
medievales.
Bien recientemente, hemos sufrido totalitarismos engullidores
del hombre: Nazismo y Comunismo, del que algunos no han logrado salir, no ya en
China o Cuba, sino en las propias naciones democráticas. Y los populismos
americanos actuales, tipo Chávez y acompañantes, inspirados en el marxismo de
Castro. Para decirlo pronto, me refiero al estatismo de muchos países democráticos.
Puede verse en elucidación
ideológica: por un lado, la izquierda pensante que ve todo en clave pública,
entendiendo por tal lo realizado por el Estado. Pero, como los extremos se
tocan, también el Fascismo fue estatista. Y por si fuera poco, hasta esos
términos están obsoletos, porque la triste y final realidad es que cada uno
-con honrosas excepciones- va a lo suyo. Y si precisan alquilarse a quien tenga
poder y dinero, pues lo hacen. Digo alquilarse tomando una idea de Emilio
Romero que, acusado de venderse, respondió impertérrito: yo no me vendo, me
alquilo. Hay mucha vivienda para arrendar, pero no sé si existen más
profesionales en alquiler.
Si alguien suma los que, más o menos legítimamente, viven en
este país del Estado, el asunto resulta alarmante: los funcionarios, que son
legión, unos muy necesarios y otros absolutamente prescindibles. Una minucia:
un parado acude para apuntarse al INEM. El primer día escucha el tradicional
vuelva usted mañana, falta un papel. Retorna con el documento. Cola larga hasta acceder a la ventanilla para cubrir
un cuestionario. A cierta altura del rellenado, le dicen que siga en la
ventanilla contigua, no en directo sino
volviendo al último de la fila, asunto que se repite una tercera vez hasta completar la relación. Posiblemente sobraran
los tres porque existe Internet.
Hay jueces que no paran, envueltos en papeles, otros se deben
a los medios o a la política; oficinistas que no pegan ni sello: conozco un ingeniero que cuando va a interesarse por
uno de esos asuntos eternos, como no admiten preguntas orales, le indican que
presente una nueva instancia. Ya lleva tres. Pero podemos ir al nivel de
algunos trabajadores municipales o gente que actúa en una obra pública de las
pocas existentes, y vemos mucho descanso, mucho pitillo, mucho vinito... Esto
lo pagamos todos, pero los primeros en contribuir son sus compañeros que sí
trabajan.
Dadas esas pinceladas, continuamos con la suma: los
legítimamente jubilados también han de ser mantenidos. Los cargos públicos -por
cierto, la mayoría mal pagados- hacen subir el montante a límites increíbles:
un gobierno central, diecisiete autonomías, un montón de municipios -algunos
yuxtapuestos a otros- con su campo deportivo cubierto y descubierto, piscina, asesores
duplicados, secretario, corporación, colegio público, uno frente al otro...
Miren todo eso en cada provincia, autonomía, y gobierno e instituciones
centrales, también con asesores, diputados, etc., etc., que hasta consumen más
barato en los bares de edificios oficiales, sin saberse muy bien por qué. Eso
no hay bolsillo que lo aguante: al final de 2012 el 20,78% de los trabajadores
eran empleados públicos. Y habían descendido.
Presumo que no cuentan los políticos.
Vayamos a partidos y
sindicatos. Aun dejando al margen las malversaciones económicas emergentes cada
minuto, ¿por qué razón han de sostenerse
con impuestos de ciudadanos no afiliados al partido o sindicato? Pueden decir
que los votan, lo que sólo es una partecita de la verdad porque, ¿qué
porcentaje vota en las elecciones sindicales? El de partidos ya lo sabemos.
Mas, en todo caso, ¿por qué hemos de pagar a unos señores con dedicación
profesional a estos menesteres? Por lo mismo, podíamos pagar a los publicistas,
por ejemplo. Progresa el asombro si avistamos
el paro sangrante: ¿Hay alguna encuesta de parados que digan si les ayuda algún
sindicato? Los dueños de vidas y haciendas: todo Estado. Sin embargo, la
inmensa mayoría trabaja mucho.
¿Por qué escribo todo esto?
Porque son temas éticos presentes en toda boca. Hay más: ¿qué sentido tiene actualmente -en
realidad, nunca- la ostentación en forma de coches aparatosos, comidas sibaritas,
indumentaria carísima...? Acabo con dos proposiciones complementarias. Juan
Pablo II en "Centesimus annus": "Al intervenir directamente y
quitar responsabilidad a la sociedad, el Estado asistencial provoca la pérdida
de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados
por las lógicas burocráticas más que por la preocupación de servir a los
usuarios, con enorme crecimiento de los gastos". Parece que pensaba en la
España actual. San Josemaría: "Un hombre o una sociedad que no reaccione
ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas,
no son un hombre o una sociedad a la medida del amor del Corazón de Cristo".
Pensaba en ti y en mí.
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