¿Tú,
Cristo, eres capaz de llenar de alegría mi vida, de gozo mi corazón, de ilusión
mi caminar?
Los
hombres de todos los tiempos se han preguntado una y otra vez por la felicidad,
aunque tal vez nunca comprendieran qué es realmente eso de la felicidad. Y se
han dedicado siempre a buscarla por todos los conductos y todos los medios. Han
elaborado teorías tan variopintas que entre unas y otras se dan profundas
contradicciones. Y, siempre al final, se tiene la impresión de que no se acaba
de acertar: ni la vida fácil, ni el estudio de la filosofía, ni el dinero, ni
la fama, ni el progreso, ni muchas otras cosas son capaces de llenar el corazón
infinito del hombre. Por ello, es que muchos seres humanos al vuelto los ojos
hacia la figura de Cristo y le han preguntado si él puede de veras llenar el
corazón humano de paz y de gozo. Hoy se lo queremos preguntar nosotros.
¿Eres tú, Cristo, lo que el hombre de hoy y de siempre espera? Todos sabemos
por la historia que Jesús era un hombre excepcional, pero eso no basta para
llenar el corazón humano. Juan Bautista envió a Cristo una legación para
preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? (Mt 11,3).
Éste es el interrogante que siempre se plantea el ser humano. Cristo responde
afirmativamente a la pregunta de Juan Bautista, explayándose sobre sus propias
obras que constituyen la prueba ineludible de los tiempos mesiánicos. Él, por
tanto, afirma que es lo que el hombre de antaño, de hoy, y de mañana ha
esperado, espera y esperará.
¿Tú, Cristo, puedes llenar siempre el corazón humano, infinito por su propia
capacidad? Jesús no sólo fue un hombre perfecto, sino que era por antonomasia
Dios Perfecto. En su condición de Dios, Jesús puede garantizarnos a los seres
humanos su capacidad infinita en el tiempo y en la eternidad de llenar el
corazón humano.
¿Quién en esta vida nos puede asegurar que nos querrá siempre? ¿Qué en esta
vida nos podrá certificar que nos agradará siempre? ¿Qué en esta vida nos podrá
vender la mentira de que siempre nos llenará de satisfacción? Todo, y todo lo
que no sea Dios, es caduco, no podrá nunca asegurarnos un estado de felicidad
infinita. Basta ver cómo se derrumban las esperanzas que tantos seres humanos
han construido esperándolo todo de ellas. Sólo Cristo permanece.
Finalmente, ¿Tú, Cristo, eres capaz de llenar de alegría mi vida, de gozo mi
corazón, de ilusión mi caminar con ese Evangelio en donde sólo los pobres, los
mansos, los misericordiosos, los perseguidos van a ser felices? Y Cristo nos
asegura que sí, que Él es capaz de llenar nuestras vidas con todo esto que el
mundo desprecia y rechaza, porque los bienaventurados del mundo moderno son los
poderosos, los dominadores, los ricos, los vengativos, los iracundos, los
reconocidos, los que ríen. Es tremendo ver cómo se puede concebir de forma tan
distinta la felicidad, pero ya la historia va dando de sobra la razón al
Evangelio. Porque del Evangelio han salido los hombres felices, en paz, llenos
de ilusión y esperanza. De las teorías del mundo moderno han salido las
depresiones, las ansiedades, las angustias, la tristeza.
En conclusión, aceptemos a Cristo con ilusión, como la esperanza que se coloca
por encima de cualquier otra esperanza, como la promesa que hace realidad lo
más apetecido por el ser humano, como la certeza de un futuro lleno de sentido
y de gozo. Cristo, Hijo de Dios, Perfecto Dios y Perfecto Hombre es la medida
del corazón humano.
Autor: P. Juan P. Ferrer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario