Nuevamente de nuevo tanto aquí
como en mis distintos blog, quería hacer esta apertura con algo destacado que
mejor para ello, que un Articulo de mi buen amigo D. PABLO CABELLOS LLORENTE, gran Escritor y Gran Sacerdote y por supuesto
una GRAN PERSONA, pues con su artículo CULTURA
DEL ENCUENTRO, les doy la bienvenida
a todos. Deseo encontraros a todos fenomenales. Saludos y bien hallados.
CULTURA DEL
ENCUENTRO
Autor: Pablo Cabellos
Llorente
Es muy sugestiva esta expresión del Papa Francisco, tal vez
basada en Romano Guardini. En cualquier
caso, profundamente enraizada en la vida cristiana. Sin embargo, llama manifiestamente
la atención en este mundo paradójico por global y a la par individualista,
tanto en las personas singulares como en las agrupaciones. Por comenzar por lo más
abultado: ¿qué clase de búsqueda del encuentro es la permisión de tantas
guerras?, ¿qué es el nacionalismo excluyente?, ¿qué es el hambre en el mundo?,
¿qué son las disputas partidistas? ¿qué son la murmuración o la calumnia? Se
podría seguir, pero basten cómo ejemplo.
En el libro-conversación entre el cardenal Bergoglio y el
rabino Skorka, dice el Papa Francisco
que no tuvo necesidad de negociar su identidad católica ni Skorka la judía,
pero se encuentran y tienen grandes coincidencias. Una no poco substancial es
la que da título a este artículo. Afirma de los argentinos que son más
propicios a construir murallas que puentes, que sucumben ante actitudes impedientes
del diálogo: prepotencia, no saber
escuchar, crispación del lenguaje
comunicativo, descalificación previa y tantas otras cosas. ¿No es cierto que
todo esto nos resulta tremendamente familiar?
Esa cultura del
encuentro es bien aplicable a la Iglesia. En el libro-entrevista "El
Jesuita", vuelve sobre el mismo asunto de Argentina, pero también lo dedica
a la Iglesia. Baste un ejemplo puesto por él mismo: "un alto miembro de la
curia romana, que había sido párroco durante muchos años, me dijo una vez que
llegó a conocer hasta el nombre de los perros de sus feligreses. Yo no pensé
qué buena memoria tiene, sino qué buen cura es". De los laicos, afirma que
frecuentemente los curas clericalizan a los laicos y los laicos piden ser
clericalizados, cuando basta el bautismo -asegura, con la doctrina recordada por el Vaticano II- para
salir al encuentro de los demás. Esta cultura es cosa de todos, tras dejarse
encontrar por Dios.
El Domingo de Ramos -ya Obispo de Roma- hablaba de salir a
las periferias para ir al encuentro de la gente, de los más alejados, de los
olvidados, de aquellos que necesitan comprensión, consuelo y ayuda. Y ha vuelto
sobre la clarificadora expresión "cultura del encuentro". Con palabra
neta, ha solicitado de los pastores que "huelan a oveja". Ahora
pienso en todos, no solamente en la Iglesia, para seguir de cerca esta
sabiduría. Y explorar el encuentro en lugar del encontronazo.
La libertad, elemento esencial en la vida humana, es apertura
hacia el mundo y, particularmente, hacia sus gentes. Muchos autores actuales se
han referido al carácter dialogante de la persona, tan capital en el ejercicio
de su albedrío. Una pregunta hecha por
R. Yepes viene como anillo al dedo: ¿qué
sucedería si no hubiese otro alguien que nos reconociera,
nos escuchara y aceptara el diálogo y el don que le ofrecemos? Si eso fuera
así, radicalmente, la vida de la persona sería un fracaso, una soledad
insufrible. Pero esa capacidad de relación del ser humano, aunque nunca se pierda a lo Robinson Crusoe, puede
ser inhibida, selectiva, no escuchada, poco comprendida, no alimentada, impositiva...
Las relaciones con la naturaleza y particularmente las
interpersonales, sin las que el hombre quedaría totalmente incompleto, pueden
medirse -también lo indica el citado autor- por el amor y la justicia. Visto
así, la cultura del encuentro exigiría esas dos virtudes, ejercitadas con todos,
aunque nos afecten más intensamente con los cercanos, pero no son remotos
algunos que viven muy distantes, cuando su biografía nos atañe por muy justas
necesidades de índole material o espiritual. Nos incumbe toda la vida social, basada
en la existencia de lo común, en un bien compartido por muchos.
Pero la cultura del encuentro no consiste solamente en
distribuir lo tangible, sino en buscar, escuchar, comprender las actitudes, las
ideas, las religiones de otros y situarse en disposición de encontrarse con
todos sin exclusiones. No es preciso renunciar a lo que se es esencialmente
para poder aprender de los demás, integrar en su vida lo que escucha, perdonar
si se siente ofendido, dialogar sin ira. Y volviendo al principio, evitar esas
actitudes que Bergoglio no compartía con sus paisanos -también él se incluía-,
y que nos resultan bien conocidas. En "Surco" se lee: Un buen criterio de gobierno: el material
humano hay que tomarlo como es, y ayudarle a mejorar, sin despreciarlo jamás.
Esas palabras, escritas para los constituidos en autoridad, bien pueden destinarse
a todas nuestras relaciones.
La cultura del encuentro -para que sea amor y justicia-
necesita asentarse en una virtud de no fácil
práctica, pero indispensable para que la vida social lo sea realmente:
la humildad. Sin ella, la caridad se tornaría hipocresía, y la justicia,
rigorismo. Humilde no es el que sabe inclinarse ante quien reconoce superior
por algún título. Eso sería sinceridad. La humildad arranca cuando el mayor
-por cualquier motivo- se inclina con respeto hacia el pequeño. Pero como cada
cual se siente grande en su opinión, idea o realización, la posibilidad de
abajarnos está al alcance de todos. Este
descendimiento confiere la grandeza, y elimina el engreimiento vano que nos acontece
a diario.
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