Meditaciones del Rosario. Quinto Misterio Glorioso. La
Coronación de la Virgen como Reina del Cielo y de la Tierra. Bellísima reina,
Madre del amor hermoso.
Voy a escribir una carta destinada a la Virgen María
en el cielo. Una forma muy sencilla y profunda de manifestar el aprecio y
cariño a una persona es a través de una carta. Lo importante no es mi carta
sino la que tú escribas a María desde el fondo de tu corazón.
Querida y respetable señora, queridísima madre:
Sé que estoy escribiendo a la mujer más maravillosa del mundo.
Y esto me hace temblar de regocijo, de amor y de respeto.
Cuántas mujeres en el mundo, queriendo parecerse a ti, llevan con orgullo santo
el dulce nombre de María. Cuantas iglesias dedicadas a tu nombre.
Tú eres toda amor, amor total a Dios y amor misericordiosísimo a los hombres,
tus pobres hijos. Eres el lado misericordioso y tierno del amor de Dios a los
hombres, como si tu fueses la especie sacramental a través de la cual Dios se
revela y se da como ternura, amor y misericordia.
Estoy escribiendo una carta a la Madre de Dios: Esa es tu grandeza
incomparable. Eres la gota de rocío que engendra a la nube de la que Tú
procedes.
Me mereces un respeto total, al considerar que la sangre que tu hijo derramó en
el Calvario es la sangre de una mártir, es tu propia sangre; porque Dios, tu
hijo, lleva en sus venas tu sangre, María.
Pero el respeto que me mereces como Madre de Dios se transforma en ímpetu de
amor, al saber que eres mi madre desde Belén, desde el Calvario, y para
siempre.
Y por eso, después de Dios me quieres como nadie. Yo sé que todos los amores
juntos de la tierra no igualan al que Tú tienes por mí. Si esto es verdad, no
puedo resistir la alegría tremenda que siento dentro de mi corazón.
Pero ese amor es algo muy especial, porque soy otro Jesús en el mundo, alter
Christus.
Tú lo supiste esto antes que ningún teólogo, desde el principio de la
redención. No puedo creer que me mires con mucho respeto.
Para ti un sacerdote es algo sagrado. Agradezco a tu Hijo, al Niño aquél,
maravilla del mundo, que todavía contemplo reclinado en tus brazos, su sonrisa,
su caricia y su abrazo que quedaron impresos a fuego en mi corazón para siempre.
Oh bendito Niño que nos vino a salvar.
Oh bendita Madre que nos lo trajiste.
Contigo nos han venido todas las gracias, por voluntad de ese Niño. Todo lo
bueno y hermoso que me ha hecho, me hace y me hará feliz, tendrá que ver
contigo. Por eso te llamamos con uno de los nombres más entrañables: Causa de
nuestra alegría.
He sabido que tu Hijo dijo un día: "Alegraos más bien de que vuestos
nombres estén escritos en el cielo" Sí. Escritos en el cielo por tu mano,
Madre amorosísima. Cuando dijiste sí a Dios, escribiste nuestos nombres en la
lista de los redimidos. Y esta alegría nos acompaña siempre, porque Tú tambien
como Jesús estás y estarás con nosotros todos los días de nuestra vida.
¡Qué hermosa es la vida contigo, junto a ti, escuchándote, contemplando tus
ojos dulcísimos y tu sonrisa infinita! También como a Dios, yo te quiero con
todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas.
Sigo escribiendo mi carta a la que es puerta del cielo. ¡Cómo he soñado desde
aquel día, en que experimenté el cielo en aquella cueva, en vivir eternamente
en ese paraíso! Junto a Dios y junto a ti, porque eso es el cielo. La puerta de
la felicidad eterna, sin fin, tiene una llave que se llama María.
Cuanto anhelo ese momento en que tu mano purísima me abra esa puerta del cielo
eterno y feliz.
Oh Madre amantísima, eres digna de todo mi amor, por lo buena que eres, por lo
santa, santísima que eres, la Inmaculada, la llena de gracia, por ser mi Madre,
por lo que te debo: una deuda infinita, porque, después de Dios, nadie me
quiere tanto, por tu encantadora sencillez.
Yo sé, Madre mía, que, después de ver a Dios, el éxtasis más sublime del cielo
será mirarte a los ojos y escuchar que me dices: Hijo mío, Y sorprenderme a mí
mismo diciendo: Madre bendita, te quiero por toda la eternidad.
Oh Virgen clementísima, Madre del hijo pródigo -Yo soy el hijo pródigo de la
parábla de tu hijo- que aprendiste de Jesús el inefable oficio de curar
heridas, consolar las penas, enjugar las lágrimas, suavizar todo, perdonar
todo. Perdóname todo y para siempre, oh Madre.
Bellísima reina, Madre del amor hermoso, toda hermosa eres,María. Eres la
delicia de Dios, eres la flor más bella que ha producido la tierra. Tu nombre
es dulzura, es miel de colmena. Dios te hizo en molde de diamantes y rubíes. Y
después de crearte, rompió el molde. Le saliste hermosísima, adornada de todas
las virtudes, con sonrisa celestial...
Y cuando Él moría en la cruz, nos la regaló.
Por eso, Tú eres toda de Jesús por derecho.
y toda de nosotros por regalo.
Todo tuyo y para siempre.
CONCLUSIÓN:
Asistimos hoy al desamparo de muchas madres que sufren antes de crear hijos,
que siguen sufriendo al engendrarlos, y sufren mucho más al tener que
educarlos, por no mencionar a las madres que suprimen a algún hijo. Todas
tienen una Abogada en el cielo, que les ayuda misericordiosamente por ser Ella
también mujer y madre. Todas las que deseen saber cómo es, cómo ama y cómo se
realiza una mujer deben mirar al cielo y contemplar a su celestial patrona e
intercesora, la redentora de la mujer, de su maternidad, de su amor y de su
felicidad en la tierra y en el cielo.
Oración:
El cielo es tu sitio, Virgen María. Y el cielo es también el sitio para tus
hijos. No permitas que los hijos de una madre que vivió y murió de amor, vivan
y mueran de hastío. Llévanos al cielo. Haznos vivir en la tierra como quienes
están de paso hacia la felicidad eterna. Que dejemos pasar lo pasajero y nos
aferremos a lo eterno. Amén.
Autor: P. Mariano de Blas LC
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