Es maravilloso que en este andar por la
tierra nos acompañen los Ángeles del Cielo
Si fuésemos humildes siervos en la edad
de oro de los poderes regios y topásemos con un príncipe sabio, magnífico y
magnánimo, de poder invencible, dispuesto a ser nuestro protector y amigo,
aliado en las batallas y servidor en nuestros varios menesteres, nos
hallaríamos ante una sombra de nuestro Angel Custodio. Asombro, admiración y
gratitud no conocerían límites en nuestro ánimo y atenderíamos a sus más leves
gestos.
La Iglesia entera proclama gozosa la existencia de esos Príncipes del Cielo que
están junto a nosotros en la tierra; y lo celebra especialmente cada 2 de
octubre. San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei (1) decía en
Argentina, ante una muchedumbre de hombres y mujeres de toda edad y condición:
El Ángel Custodio es un Príncipe del Cielo que el Señor ha puesto a nuestro
lado para que nos vigile y ayude, para que nos anime en nuestras angustias,
para que nos sonría en nuestras penas, para que nos empuje si vamos a caer, y
nos sostenga (2).Era un modo de expresar en síntesis lo que la Doctrina
Católica ha enseñado de continuo: La Providencia de Dios ha dado a los Ángeles
la misión de guardar al linaje humano y de socorrer a cada hombre; y no han
sido enviados solamente en algún caso particular, sino designados desde nuestro
nacimiento para nuestro cuidado, y constituidos para defensa de la salvación de
cada uno de los hombres(3).
Mirad -decía el Señor a sus discípulos- que no despreciéis a algunos de estos
pequeñuelos, porque os hago saber que sus Ángeles en los Cielos están siempre
viendo el rostro de mi Padre celestial (4). Y los santos se asombran: Grande es
la dignidad de las almas, cuando cada una de ellas, desde el momento de nacer,
tiene un Ángel destinado para su custodia (5). ¡Amorosa providencia de nuestro
Padre Dios!, gran bondad la suya, que otorga a sus criaturas parte de su poder,
para que unos y otros seamos también difusores de bondad.
No imploramos bastante a los Ángeles, dice Bernanos. Inspiran cierto temor a
los teólogos (a algunos, claro es), que los relacionan con aquellas antiguas
herejías de las iglesias de Oriente; un temor nervioso, ¡vamos! El mundo está
lleno de Ángeles (6).
Lo cierto es que nos acompañan a sol y sombra, por cumplir puntual y
amorosamente, la misión que la Trinidad les ha confiado: que te custodien en
todas tus andanzas (7). No parece sensato rehusar un auxilio tan precioso.
En Getsemaní –aquella altísima cumbre del dolor- se hallaba el Dios humanado en
agonía, en lucha singular frente al pavor y hastío, con tristeza de muerte. Los
apóstoles -incluso Pedro, Santiago y Juan- heridos por el sopor, dormitaban
después de tensa jornada. Jesús, solo, se adentra en el insondable drama de la Redención
de la humanidad caída. Gruesas gotas de sangre emanan de su piel y empapan la
tierra (8), muestra elocuente de la magnitud de la angustia.
En esto se le apareció un Ángel del Cielo que le confortaba (9). ¿Qué Ángel
sería aquél que recibió estremecido la misión de prestar vigor a la Fortaleza y
consolar al Creador? ¡Qué humildad! ¡que temblor! ¡qué fortaleza!
A veces, también nosotros, pequeños, débiles, medrosos, hemos de dar consuelo y
energía a los más fuertes. Es tremendo, pero hay que hacerlo. Y si Cristo Jesús
acude a un Ángel en busca de auxilio, ¿será tanta mi soberbia o mi ignorancia,
que yo prescinda de semejante ayuda? Los Ángeles y demás Santos son como una
escala de preciosas piedras que, como por ensalmo, nos elevan al trono de la gloria.
Hacer amistad con el Ángel Custodio
Sin duda he de tratar mucho más a mi Ángel. Es imponente su personalidad. Sin
embargo, aunque muy superiores a nosotros por naturaleza, las criaturas
angélicas son, por gracia, como nosotros, hijos del mismo Padre celestial: nos
unen entrañables lazos de fraternidad. Cariño recíproco y personal, confidencia
y común quehacer son hacederos con el ángel. Su amistad es en verdad factible.
En espíritu están los ángeles pegados al hombre. Y van marchando con el tiempo histórico
al compás de nuestra persona. El ángel se halla pronto a escuchar porque su
guardia no la rinde el sueño ni el cansancio. Es vigilia sin relevo. Con él se
puede departir en lenguaje franco de labios, aquél que se oye sin el servicio
de la lengua, el verbo que ahorra fatigas y tiempo (10).
Es maravilloso que en este andar por la tierra, nos acompañen los Ángeles del
Cielo. Antes del nacimiento de nuestro Redentor, escribe san Gregorio Magno,
nosotros habíamos perdido la amistad de los ángeles. La culpa original y
nuestros pecados cotidianos nos habían alejado de su luminosa pureza... Pero
desde el momento en que nosotros hemos reconocido a nuestro Rey, los ángeles
nos han reconocido como conciudadanos.
Y como el Rey de los cielos ha querido tomar nuestra carne terrena, los ángeles
ya no se alejan de nuestra miseria. No se atreven a considerar inferior a la
suya esta naturaleza que adoran, viéndola ensalzada, por encima de ellos, en la
persona del Rey del cielo; y no tienen ya inconveniente en considerar al hombre
como un compañero (11).
Consecuencia lógica: Ten confianza con tu Ángel Custodio. -Trátalo como un
entrañable amigo -lo es- y él sabrá hacerte mil servicios en los asuntos
ordinarios de cada día (12). Y te pasmarás con sus servicios patentes. Y no
debieras pasmarte: para eso le colocó el Señor junto a ti (13).
Su presencia se hace sentir en lo íntimo del alma. Tratando con él de los
propios asuntos, se iluminan de súbito con luz divina. Y no es de maravillar,
pues es verdadero lo que dicen aquellas letras grandes, inmensas, grabadas en
un muro blanco de La Mancha, que transcribe Azorín: los ángeles poseen luces
muy superiores a las nuestras; pueden contribuir mucho, por tanto, a que las
ideas de los hombres sean más elevadas y más justas de lo que de otro modo lo
serían, dada la condición del espíritu humano (14).
Precisamente, la misión de custodiar se ordena a la ilustración doctrinal como
a su último y principal efecto (15). Los Ángeles Custodios nutren nuestra alma
con sus suaves inspiraciones y con la comunicación divina; con sus secretas
inspiraciones, proporcionan al alma un conocimiento más alto de Dios. Encienden
así en ella una llama de amor más viva (16). No sólo llevan a Dios nuestros
recaudos, sino también traen los de Dios a nuestras almas, apacentándolas, como
buenos pastores, de dulces comunicaciones e inspiraciones de Dios, por cuyo
medio Dios también las hace (17).
Aliado en las batallas
Cada día tiene su afán, y Satanás -el Adversario- anda siempre en torno
nuestro, como león rugiente, buscando presa que devorar (18). El también ha
sido Ángel, magnífico, poderosísimo. Solos estaríamos perdidos. Pero los
Ángeles fieles, con el poder de Dios, como buenos pastores que son, nos amparan
y defienden de los lobos, que son los demonios (19). También Nuestro Señor
Jesucristo, cuando permitió -para nuestro consuelo y ejemplo- que el demonio le
tentase en la soledad del desierto, en momentos de humana flaqueza, quiso la
cercanía de los ángeles. La historia se repite en sus miembros: después de la
lucha entre el amor de Dios en la libertad del hombre con el odio satánico,
viene la victoria. Y los ángeles celebran el triunfo -nuestro y suyo- vertiendo
a manos llenas en el corazón del buen soldado de Cristo la gracia divina,
merecida y ganada no con las solas fuerzas humanas, sino más bien con las
divinas, puestas por Dios en los brazos misteriosos de los Santos Ángeles,
nuestros Príncipes del Cielo. Estando con ellos, estamos con Dios, y si Deus
nobiscum, quis contra nos? (20), si Dios está con nosotros, ¿quién contra
nosotros?.
Contando asiduamente con los Custodios, seremos más señores de nosotros mismos
y del mundo. Porque es de saber que los Ángeles gobiernan realmente el mundo
material: dominan los vientos, la tierra, el mar, los árboles... (21). Con
sabiduría divina la Escritura reduce las fuerzas naturales, sus manifestaciones
y efectos, a su más alta causalidad, como más tarde lo haría San Agustín en la
frase: «toda cosa visible está sujeta al poder de un angel» (22).
Los Ángeles, junto al Sagrario
El mundo está lleno de Ángeles. El Cielo está muy cerca; el Reino de Dios se
halla en medio de nosotros. Basta abrir los ojos de la fe para verlo. Y el
pequeño mundo, los millares de pequeños mundos que entornan los Sagrarios,
están llenos de Ángeles: Oh Espíritus Angélicos que custodiáis nuestros
Tabernáculos, donde reposa la prenda adorable de la Sagrada Eucaristía,
defendedla de las profanaciones y conservadla a nuestro amor»(23).
Los Sagrarios nunca están solos. Demasiadas veces están solos de corazones
humanos, pero nunca de espíritus angélicos, que adoran y desagravian por la
indiferencia e incluso el odio de los hombres. Al entrar en el templo donde se
halla reservada la Eucaristía, no debemos dejar de ver y saludar a los Príncipes
del Cielo que hacen la corte a nuestro Rey, Dios y Hombre verdadero. Para
agradecerles su custodia y rogarles que suplan nuestras deficiencias en el
amor.
Y al celebrarse la Santa Misa, la tierra y el cielo se unen para entonar con
los Angeles del Señor: Sanctus, Sanctus, Sanctus... Yo aplaudo y ensalzo con
los Angeles: no me es difícil, porque me sé rodeado de ellos, cuando celebro la
Santa misa. Están adorando a la Trinidad (24). Con ellos, qué fácil resulta
meterse en el misterio. Estamos ya en el Cielo, participando de la liturgia
celestial, en el centro del tiempo, en su plenitud, metidos ya en la eternidad,
gozando indeciblemente.
Los custodios de los demás
Pero ¿y los Custodios de los demás, no existen? ¡Claro que sí! También debemos
contar con su presencia cierta: saludarles con veneración y cariño; pedirles
cosas buenas para cuantos nos rodean o se cruzan en nuestro camino: en el lugar
de trabajo, en la calle, en el autobús, en el tren, en el supermercado, por la
escalera... Así, las relaciones humanas, se hacen más humanas, además de más
divinas: Si tuvieras presentes a tu Ángel y a los Custodios de tus prójimos
evitarías muchas tonterías que se deslizan en la conversación (25). Las
nuestras serían entonces conversaciones de príncipes, con la digna llaneza de
los hijos de Dios, gente noble, bien nacida, sin hiel en el alma ni veneno en
la lengua, con calor en el corazón. Nuestra palabra sería siempre -ha de ser-
sosegada y pacífica, afable, sedante, consoladora, estimulante, unitiva,
educada (que todo lo humano genuino precisa de educación cuidadosa). Habría
siempre -ha de haber- en la conversación, más o menos perceptible, un tono
cristiano, sobrenatural, es decir, iluminado por la fe, movido por la esperanza
e informado por la caridad teologal.
De este modo, también las gentes que nos tratan, descubrirán que el Cielo está
muy cerca; que es hora de despertar del sueño, que ha pasado el tiempo de
sestear como Pedro, Santiago y Juan en Getsemaní; que somos algo más que
ilustres simios; que no somos ángeles, pero gozamos de alma espiritual e
inmortal, y somos -como los Ángeles- hijos de Dios. Es hora de aliarse con
todas las fuerzas del Bien, del Cielo y de la tierra, para ahogar el mal en su
abundancia.
La Virgen Santa, Reina de los Ángeles, nos enseñará a conocer y a tratar a
nuestro Angel Custodio; sonreirá cuando nos vea conversar con él
entrañablemente, porque nos verá en un camino bueno, en la escala que sube al
trono de Dios. Pido al Señor que, durante nuestra permanencia en este suelo de
aquí, no nos apartemos nunca del caminante divino. Para esto, aumentemos
también nuestra amistad con los Santos Ángeles Custodios. Todos necesitamos
mucha compañía: compañía del Cielo y de la tierra. Sed devotos de los Santos
Ángeles! Es muy humana la amistad, pero también es muy divina; como la vida
nuestra, que es divina y humana (26).
·
Notas
1.JUAN PABLO II, Const. Apost. Ut sit, 28-XI-1982, proemio.
2.BEATO JOSEMARIA ESCRIVA, en Buenos Aires (Argentina), 16-VI-1974.
3 Cat. Con. Trento, parte IV, cap. IX, nn. 4 y 6.
4 Mt 18, 10
5 SAN JERONIMO
6 BERNANOS, Diario de un cura rural.
7 Sal 90, 11
8 Lc 22, 39-44
9 Lc 22, 43.
10 ANDRES VAZQUEZ DE PRADA, La amistad, Madrid 1956, pp. 241-242
11 JOSEMARIA ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 187
12 JOSEMARIA ESCRIVA, Camino, n. 562
13 Ibid., n. 565
14 AZORIN, La Mancha
15 Cfr. STO.TOMAS DE AQUINO, S. Th.,I, q. 113, a. 5.
16 SAN JUAN DE LA CRUZ, Avisos y máximas, n. 220.
17 ID., Canciones entre el alma y el Esposo, 2, 3.
18 1 Ped 5, 8.
19 SAN JUAN DE LA CRUZ, l.c.
20 Rom 8, 31
21 Cfr. Apc 7, 1
22 PINSK, Hacia el centro, Ed. Rialp, Madrid 1957, p. 161.
23 Camino, n. 569.
24 Es Cristo..., n. 89.
25 Camino, 564
26 JOSEMARIA ESCRIVA, Amigos de Dios, n. 315
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Publicado en ESCRITOS ARVO, nº 148, Salamanca.
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copyright de la edición digital Arvo Net 2002 en línea.
Por: Antonio Orozco | Fuente: Arvo.net
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