Necesitamos renovar nuestro trato
afectuoso y sencillo con nuestro ángel de la guarda que está a nuestro lado y
nos ayuda de mil modos.
Durante el mes de Octubre, Mes del
Rosario, en esta sección, meditaremos cada día un misterio, y así poder
"guardar y meditar en nuestro corazón" la Vida de Jesús.
Muchos tienen la costumbre de hablar con
su ángel de la guarda. Le piden ayuda para resolver un problema familiar, para
encontrar un estacionamiento, para no ser engañados en las compras, para dar un
consejo acertado a un amigo, para consolar a los abuelos, a los padres o a los
hijos.
Otros tienen al ángel de la guarda un poco olvidado. Quizá escucharon, de
niños, que existe, que nos cuida, que nos ayuda en las mil aventuras de la
vida. Recordarán, tal vez, haber visto el dibujo de un niño que camina, cogido
de la mano, junto a un ángel grande y bello. Pero desde hace tiempo tienen al
ángel “aparcado”, en el baúl de los recuerdos.
De grandes es normal que hablemos a los niños de su ángel de la guarda. Nos
sería de provecho pensar también en nuestro ángel que está a nuestro lado y nos
ayuda de mil modos.
Es verdad: Dios es el centro de nuestro amor, y a veces no tenemos mucho tiempo
para pensar en los espíritus angélicos. Podemos, sin embargo, ver a nuestro
ángel de la guarda no como una “devoción privada” ni como un residuo de la
niñez, sino como un regalo del mismo Dios, que ha querido hacernos partícipes,
ya en la tierra, de la compañía de una creatura celeste que contempla ese
rostro del Padre que tanto anhelamos.
Necesitamos renovar nuestro trato afectuoso y sencillo, como el de los niños
que poseen el Reino de los cielos (cf. Mt 19,14), con el propio ángel de la
guarda. Para darle las gracias por su ayuda constante, por su protección, por
su cariño. Para sentirnos, a través de él, más cerca de Dios. Para recordar que
cada uno de nosotros tiene un alma preciosa, magnífica, infinitamente amada,
invitada a llegar un día al cielo, al lugar donde el Amor y la Armonía lo son
todo para todos. Para pedirle ayuda en un momento de prueba o ante las mil
aventuras de la vida.
Necesitamos repetir, o aprender de cero, esa oración que la Iglesia, desde hace
siglos, nos ha enseñado para dirigirnos a nuestro ángel de la guarda:
Ángel del Señor, que eres mi custodio,
puesto que la Providencia soberana me encomendó a ti,
ilumíname, guárdame, rígeme y gobiérname en este día.
Amén.
Por: P. Fernando Pascual LC
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