Autor: Pablo Cabellos
Llorente
También
firma el Papa que la solidaridad se ha deteriorado: en muchos casos, se ha
trocado en tapabocas de la conciencia
viviéndose de modo puntual, y no como una actitud permanente del alma.
Pues justamente la Navidad
viene a recordarnos esto, porque nos muestra el comienzo del andar terreno de
Jesús, caracterizado por la pobreza, el desprendimiento, la sobriedad, la
sencillez. Debemos celebrar la fiesta, pero adecuada a la alegría del
Evangelio, no surgida precisamente de
lujos ni excesos, sino derivada de escuchar la voz de Dios y de los demás, en especial, la de los pobres
con penurias diversas: hogar, comida, salud, educación o lejanía de Dios, la peor de las privaciones.
San Josemaría que, con luces de Dios, penetró
intensamente en el misterio de la Encarnación del Verbo, predicaba: "He procurado
siempre al hablar delante del Belén, mirar a Cristo Señor nuestro de esta
manera, envuelto en pañales, sobre la paja de un pesebre. Y cuando todavía es
Niño y no dice nada, verlo como Doctor, como Maestro. Necesito considerarle de
ese modo: porque debo aprender de Él. Y para aprender de Él, hay que tratar de
conocer su vida: leer el Santo Evangelio, meditar aquellas escenas que el Nuevo
Testamento nos relata, con el fin de penetrar el sentido divino del andar
terreno de Jesús", un camino que discurre desde sus inicios por una
indigencia brutal, motivo por el que incluirá, entre los sucesos
extraordinarios de su vida, éste: se anuncia el evangelio a los pobres.
Dijo
Benedicto XVI que nadie decide ser cristiano por una teoría o doctrina, sino
por el encuentro con una Persona: Jesucristo. Y ser cristiano ha de traducirse
en una manera de vivir que empape la entera existencia, precisamente porque el
encuentro con el Rabí de Nazaret conduce a un talante vital nuevo, el de otro
Cristo. Tanto el Jesús de los treinta años oculto como el Jesucristo callejero
de la vida pública. La primera etapa de su vida silenciosa, es un grito a la
valía de la existencia ordinaria de los hombres. La etapa pública de caminante
incansable, de misericordia desbordante, de predicación sublime nos mueve a
llevarlo a todas partes a través de nuestra vida corriente de trabajo y familia
o en cualquier otra circunstancia. Las dos se sintetizan en la conducta
nuestra: podemos descubrir ese algo divino que en los detalles se encierra -la
expresión pertenece también al fundador del Opus Dei-, santificar todas las
faenas nuestras, mientras salimos a las periferias -conocido enunciado de
Francisco- buscando a los hambrientos de pan y de Dios, a los pobres y abatidos
del mundo.
San
Pablo escribió a los de Filipo estas frases llenas de divino sentido:
"Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el
cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser
igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma de
siervo". Así caminó hasta el final, siendo aquel siervo doliente
profetizado que avanzará hasta la cruz con el bagaje de los pecados humanos.
Ese Niño nace para morir. El resto de los hombres morimos porque nacemos, pero
él se llega a este mundo buscando la muerte redentora. Cuando cantamos en
Navidad, lo hacemos al Rey del mundo que nace en un pesebre para morir en una
cruz. Son días para orar, leer despacio el Evangelio, buscarle en la Confesión y en la Eucaristía. Ayudados
por María y José, es hora de mirar a ese Niño y cambiar.
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