Para hablar de la visión cristiana del matrimonio,
paradójicamente conviene comenzar insistiendo en el valor humano del mismo.
Porque a veces hacemos falsas contraposiciones y llegamos a la conclusión de
que el matrimonio, o tiene una dimensión religiosa o no es digno de llevar ese
nombre.
Pues bien, hay que comenzar afirmando que una pareja
que asume con todas sus consecuencias el compromiso de entregarse mutuamente y
vivir un proyecto de vida en común está haciendo un acto profundamente digno
de su condición humana: él y ella están, sencillamente, realizándose como
personas humanas.
Toda visión cristiana del matrimonio hay que
construirla a partir de esa convicción previa: porque dicha visión no es una
negación del valor humano del matrimonio, sino una potenciación del mismo.
Tan grande es el valor humano del matrimonio y del
amor entre los cónyuges que la revelación cristiana ha tomado ese hecho para
hacernos comprender lo que es Dios y cómo se relaciona Dios con los suyos.
En efecto, ya en el Antiguo Testamento, y
especialmente en los libros de los Profetas, se toma el amor y la fidelidad
conyugal como expresión de lo que es el amor que Dios tiene por su pueblo y su
fidelidad a la alianza que había establecido con éste. Y, al contrario, las
mayores acusaciones contra el pueblo de Israel se centran en la falta de
fidelidad de éste, que en ocasiones ha vuelto la espalda a Dios y se ha
comportado como una prostituta, vendiéndose al mejor postor. (Pueden verse
textos como Is 1, 21‑23; 54,4‑8; Jer 2,1‑2; Ez 16; Os 2,422).
Igualmente, en el Nuevo Testamento, Pablo recurre al
amor conyugal para explicar las relaciones de Jesús con la Iglesia, es decir,
con la comunidad de los que le han seguido haciendo suyo el Evangelio y esforzándose
por ser testigos de este mensaje en medio del mundo (Ef 5,31‑33).
Es decir, que, cuando los autores sagrados quieren
explicar nada menos que las relaciones de Dios con los suyos, no encuentran una
realidad más válida que la del matrimonio.
Es cierto que la Biblia no habla mucho del matrimonio.
Pero hay un texto muy importante, que los Evangelios ponen en boca de Jesús,
pero que recoge toda la tradición que nace en el mismo relato de la creación de
la pareja humana:
«Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre,
se unirá a su mujer, y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son dos,
sino un solo ser. Luego, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre» (Mc
10,7‑9; Mt 19,5‑6; en ellos se encuentra el eco de Gn 2,24).
En estas palabras subraya Jesús, ante todo, que el
matrimonio, como toda realidad humana, ha salido de las manos de Dios. Eso el
creyente lo sabe, aunque en la práctica muchos lo vivan (incluso entre los que
creen) sin hacerse eco de ello. Pero estas palabras destacan además aspectos
importantes del matrimonio: a) la profundidad y seriedad de la unión, hasta
formar «un solo ser»; b) la autonomía de la pareja respecto de todo lo que le
rodea, y concretamente de sus respectivas familias.
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