Autor: Pablo Cabellos
Llorente
Los vaticanistas han
otorgado gran importancia a la primera Exhortación Apostólica del Papa
Francisco. Cada uno ha resaltado aquello que presumiblemente interesaría más a
sus lectores. De John Allen a Massimo Introvigne, pasando por Luigi Accattoli o
Rafael Gómez Pérez han hecho sustanciosos comentarios a determinados aspectos:
escrito programático, relaciones entre unos y otros católicos, descentralización
de la Iglesia, unión entre misión y
justicia, la primordial necesidad de amar a Cristo, o el diagnóstico sobre la
situación actual de las culturas. Quizá el fondo coincidente en todos es la
necesidad de la renovación de la transmisión y vida de las enseñanzas del Evangelio, por
decirlo con frase de Gómez Pérez.
No voy a buscar aquí el núcleo del documento,
sino algo que me ha impactado y da título a estas líneas. Ahora, cuando tenemos
muy presente la muerte de Mandela, quizá se pueden recordar unas palabras de
otro luchador por la igualdad racial, Martin Luther King: no me
duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena. O esta frase de Chejov: la
indiferencia equivale a una parálisis del alma, a una muerte prematura. Y es
bien claro que el Obispo de Roma se duele en los dos sentidos: por la
indiferencia de los "buenos" y por esa paralización del alma que
supone la actitud del insensible. No es el eje de la exhortación, pero expresa
muy bien algo que Francisco lleva el corazón y en la cabeza.
Vale la pena leer este texto: "Para poder sostener un estilo de vida que excluye a
otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una
globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces
de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama
de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad
ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la
calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas
esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo
que de ninguna manera nos altera". Antes ha escrito que ya no se trata de
explotación del hombre sino de "desechos", "sobrantes". No
es la primera vez que Francisco utiliza estas expresiones, pero el contexto de
un documento oficial les presta mayor relieve.
En un
escrito tremendamente positivo, en el que se cita el vocablo alegría decenas de
veces, llaman aún más la atención esos mandobles a la indiferencia ante la
soledad, el dolor o la miseria ajenos. La clave se encuentra probablemente en expresiones
como ésta: "cuando la vida interior
se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no
entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce
alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien". Y la
solución, en el encuentro sincero con Cristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario