Autor: Pablo
Cabellos Llorente
Es
bien conocido el amor de Cervantes a la libertad. Lo muestra reiteradamente,
pero voy a recordarlo con aquello que pone en boca de su Don Quijote: —La
libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron
los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni
el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y
debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que
puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo,
la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en
mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve me
parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo
gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de
las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no
dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo
de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!
Es obvio que el primer literato de
Castilla no se está refiriendo a la libertad política –tal vez más presente
ahora por las recientes elecciones-, sino
a esa más completa que consiste en la independencia personal y en la
dependencia de Dios, donde halla sentido. Ni quizá el cautiverio al que alude
sea sólo el recuerdo de sus encarcelamientos. Cervantes escribe mucho sobre la
libertad en una época exigua de ese
bien, seguramente el mayor después de la vida. Me propongo trazar unas
pinceladas del precioso don que al hombre dieron los cielos.
En su obra “La libertad posmoderna”, Alejandro Llano ha
escrito: El logro de la libertad de sí mismo es
una hazaña existencial de envergadura, imposible de alcanzar con las propias
fuerzas. Necesitamos la ayuda de los otros y del Otro, para lograr esa pureza
de corazón que, según Kierkegaard, consiste en “amar una sola cosa”. Es esa
agilidad interior que detectamos en las personas más valiosas e interesantes
que conocemos: están centradas en una única finalidad, pero, a la vez,
permanecen atentas a los que les rodean; no arrastran la carga de frustraciones
y resentimientos, sino que viven a fondo, de manera no necesariamente pagana,
el carpe diem, la libre intensidad de la
hora presente. Al acercarse a la liberación de sí mismo, se
rescatan y reasumen las mejores potencialidades de la libertad-de y de la libertad-para.
Tiene su conexión lo que
expresa el profesor de Metafísica con lo escrito por Cervantes: La libertad lograda es una lid
personal que, por ser un don del cielo, exige el coraje de amar y amarla, la
ayuda de otros y de Otro, precisamente porque el ejercicio de esa libertad
personal es conformadora de la existencia nuestra sobre la tierra. Eso sucede
en diversos planos –social, político, religioso, artístico, etc.-, pero queda
aunado por ese “amar una sola cosa” que se traduce en la buena vivencia de los
tres aspectos de la libertad mencionados por el profesor: liberarnos de
nosotros mismos, con el descentramiento que menciona el Papa Francisco
–liberarse de egoísmos-, para lograr metas que requieren tan arduo esfuerzo.
Si conducimos todo esto
al plano religioso, seguramente nos sirve esta idea del fundador del Opus Dei
en una entrevista: “He
defendido siempre la libertad de las conciencias. No comprendo la violencia: no
me parece apta ni para convencer ni para vencer; el error se supera con la
oración, con la gracia de Dios, con el estudio; nunca con la fuerza, siempre
con la caridad. Comprenderá que siendo ése el espíritu que desde el primer
momento hemos vivido, sólo alegría pueden producirme las enseñanzas que sobre
este tema ha promulgado el Concilio”. Pienso que lo expresado en estas líneas
nos sirve a todos: creyentes y no creyentes (sobre todo la primera parte de la
cita), sacerdotes y laicos.
Necesitamos
liberarnos de egoísmos, descentrarnos y salir a las periferias del yo, para
tener un sagrado respeto por todos, para ofertar sin imponer (esto ya supondría
egoísmo), para venerar esa libertad de las conciencias de modo que seamos conscientes de que nadie tiene derecho
a adentrarse en la conciencia de otro si ése no lo requiere, para convivir con
gentes de formación, talante o sensibilidad distinta de la propia, para
procurar que todos sean libres y no violentados en su intimidad, que pueden
expresar donde y como deseen, siempre que no se opongan al orden público. Yo
puedo decir que aprendí del fundador del Opus Dei a vivir la libertad queriendo
lo único necesario, respetando la diversidad y siempre viviendo y enseñando que
las almas son solamente de Dios.
Que
sea este mi pequeño homenaje a san Josemaría Escrivá en su fiesta que la
Iglesia celebra cada 26 de junio. Una persona
a quien debo mucho, entre otras formidables
cuestiones, el que haya sido un maestro de libertad cristiana, como le denominó
el filósofo y teólogo Cornelio Fabro en un
celebrado ensayo.
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