Porque no viniste a buscar a los justos, sino a los pecadores. Ahora es
cuando más necesito el bálsamo de tu misericordia y la dulzura de tu Amor.
El corazón nos reprocha el egoísmo, la avaricia, la pereza, los grandes y
pequeños pecados de cada día.
Sentimos pena por tanta miseria, sentimos dolor por haber negado a Dios,
sentimos amargura por haber abandonado al hermano.
Pero sabemos que Dios es mucho más grande que nuestros corazones. No quiere
acusarnos, porque no vino para juzgar, sino para salvar (cf. Jn 12,47).
Desea, casi suplica, que escuche sus palabras, que guarde sus mandamientos, que
confíe en su Amor, que acoja su misericordia en mi vida y en la vida de cada
ser humano. Me pide que invoque, humildemente, perdón.
No es Dios quien acusa, pues vino para buscar a quienes vivíamos lejos por
culpa del pecado. "¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió;
más aún, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que intercede por
nosotros?" (Rm 8,34).
Necesito recordarlo, para aprender a vivir en el mundo de la bondad divina.
"Clemente y compasivo es Yahveh, tardo a la cólera y lleno de amor; no se
querella eternamente, ni para siempre guarda su rencor; no nos trata según
nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas" (Sal 103,8-10).
Si alguna vez vuelvo a ser herido por el pecado, si alguna vez el mal muerde mi
corazón, es el momento para mirar a Jesús y decirle, desde lo más profundo de
mi alma:
"Ahora eres más mío. Porque no viniste a buscar a los justos, sino a los
pecadores. Ahora es cuando más necesito el bálsamo de tu misericordia y la
dulzura de tu Amor. Ahora es cuando puedo dejarte tomarme entre tus brazos y
llevarme al redil, a la fiesta que inicia cada vez que regresa a casa un hijo
pobre, débil, herido, muy necesitado de la medicina de tu perdón".
Autor: P. Fernando Pascual LC
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