Es todo bondad, compasión, cariño. A los hombres nos ama como a verdaderos
hermanos suyos, a todos, sin excluir a ninguno.
Todos estamos convencidos de que
Jesucristo es el hombre más perfecto que ha existido y existirá jamás, y que
es, por lo tanto, el tipo y ejemplar de toda humanidad. Y Jesucristo, que nos
dio como primer mandato y como distintivo el amor en todas sus dimensiones, es
también el modelo acabado de cómo hay que amar.
Hoy los antropólogos, los médicos y los sicólogos se han querido adentrar en el
alma de Jesús, para estudiarla a fondo, para descubrir todos los matices de su
exquisita sensibilidad. Sobre todo, para captar las modalidades más íntimas de
su amor.
El resultado que nos dan esos estudios es que Jesús fue un amante
extraordinario. Un amador como no se ha dado otro. Y de una manera tan cabal,
que es la suma de la perfección del amor.
No es extraño entonces que Jesús sea también el hombre más amado, porque sus
incondicionales han sabido pagarle con la misma moneda que Él usó...
Todos nos hacemos estas preguntas:
¿Cómo amó Jesús? ¿Cómo era el amor de su corazón? ¿Qué características
tenía? ¿Hacia quién iba siempre dirigido? ¿Cómo se comprometía con aquellos a
quienes amaba?
Cuando hallamos la respuesta adecuada, nos sentimos arrastrados al amor de
Aquél que así supo amarnos a nosotros. El Evangelio es el libro siempre abierto
que nos descubre en cada una de sus líneas el alma tan amante de Jesús.
El amor de Jesús fue, ante todo, muy afectivo. Era todo bondad,
compasión, cariño, benignidad, comprensión. No lo podía disimular. Se
le escapaba el corazón ante los niños, ante la mujer en aquel entonces tan
relegada en la sociedad, ante la pareja de los novios de Caná, ante sus
discípulos, cuya compañía busca en medio de la angustia de Getsemaní.
La manera como abre la Ultima Cena es conmovedora:
- ¡Con cuánta ilusión he deseado comer esta pascua con vosotros!
Y antes de salir para el Huerto les pide a los Doce, y en ellos a nosotros,
como un mendigo suplicante:
- ¡Permaneced en mi amor!
Al mismo Judas le llama dolido, pero con toda sinceridad: ¡Amigo!...
Este amor tan apasionado de su corazón se vuelve divinamente celoso de la
salvación nuestra. Se declara nuestro Pastor, un Pastor que conoce a cada una
de sus ovejas y de las que dice que nadie se las arrebatará de la mano...
Un amor que no se queda en romanticismos y en palabras vacías, sino que se
convierte en servicio, expresado en el gesto insólito de arrodillarse a los
pies de los discípulos para lavárselos con sus pro-pias ma-nos...
El amor de Jesús tenía, igual que en nosotros y mucho más que en nosotros, una
doble vertiente, a saber, a Dios su Padre y a nosotros los hombres.
A los hombres nos ama como a verdaderos hermanos suyos, a todos, sin excluir a
ninguno; si alguna preferencia tiene es precisamente con los más alejados, con
los pecadores y con los pobres.
Es el suyo un amor generoso, complaciente, dulce y suave, magnánimo y
tolerante.
Pero es también un amor que no le deja parar cuando se trata de nuestro bien, y
toda su ternura y delicadeza se convierten en audacia, valentía y
decisión que no le detienen ante ningún peligro.
Si miramos el amor de Jesús a Dios su Padre, vemos como al fin Dios ha
conseguido el objetivo de toda la creación: verse amado como Dios se merece,
porque este hombre, su Hijo, es capaz de darle con su humildad y su obediencia
todo el honor y toda la gloria que el primer hombre le arrebató con su orgullo
y su rebeldía:
· Se pasa horas y noches enteras en
oración con Dios su Padre.
· Se somete a su voluntad hasta
aceptar el tormento de la cruz.
· Se siente lleno de celo por su
gloria y dice no tener más alimento que hacer la voluntad de su Padre Dios.
Este es el amante Jesús del Evangelio. El amor le llevará a la cruz, pero
también se atraerá hacia Sí todos los corazones, tal como lo había anunciado: Cuando
yo sea levantado sobre la tierra, todo lo atraeré a mí.
Así lo entendió aquella artista de París. Avanzada la noche, después de la
ruidosa función de teatro, se retira en el hotel a la habitación designada.
Colgando de la pared, un Crucifijo de marfil sobre una cruz negra. La artista
lo contempla extasiada. Pasan las horas..., amanece, y la pobre muchacha
todavía lo está contemplando. Hasta que toma la resolución:
- ¡Fuera la vida que he llevado hasta ahora! En adelante, entregada del todo a
Jesús.
Hubo de marchar. Pero en el ébano del Crucifijo habían quedado talladas estas
palabras:
- Así ama el amor.
Si se entiende el amor de Jesucristo, se sabe cómo juzgar de los amores que nos
brinda la vida. Un amor que Dios bendice no mata el amor de Cristo. Amor que
Dios rechaza, es amor que desplaza al de Cristo en el corazón.
El amor de Cristo es un amor muchas veces no correspondido. Pero es también un
amor correspondido como ningún otro amor lo ha conseguido nunca...
Todos estamos convencidos de que Jesucristo es el hombre más perfecto que ha
existido y existirá jamás, y que es, por lo tanto, el tipo y ejemplar de toda
humanidad. Y Jesucristo, que nos dio como primer mandato y como distintivo el
amor en todas sus dimensiones, es también el modelo acabado de cómo hay que
amar.
Autor: Pedro García, Misionero
Claretiano
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