La muerte maestra de
vida I. A la luz de este último día, debemos analizar las decisiones grandes
y pequeñas de la vida.
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No pretendemos asustar a nadie, al
hablar de la muerte. Vamos a considerarla como maestra de vida, vamos a
decirle que nos enseñe a vivir. Será una maestra severa, pero nos dice la
verdad. Aunque sólo fuera para que no nos ocurra aquello de: ¨cuando pude cambiar
todo, arreglar todo, no quise hacerlo; y, ahora que quiero, ya no
puedo".
Vivir como si fuera hoy el último día de mi vida, es una fantástica forma de
vivir. A la luz de este último día debiéramos analizar todas las decisiones
grandes y pequeñas de la vida. Ahora nos engañamos, hacemos cosas que no nos
perdonaremos a la hora de la muerte. Simplemente analiza esto: Si hoy fuera
el último día; ¿qué pensarías de muchas cosas que has hecho hasta el día de
hoy? En ese último día pensarás de una forma tan radicalmente distinta del
mundo, de Dios, de la eternidad, de los valores de esta vida.
Si nosotros no pensamos en la muerte, ella sí piensa en nosotros. Dios nos ha
dado a cada uno un cierto número de años, y, desde el día que nacemos,
comienza a caminar el reloj de nuestra vida, el que va a contar uno tras otro
todos los días, el que se parará el último día, el de nuestra muerte. Este
reloj está caminando en este momento. ¿Me encuentro en el comienzo, a la
mitad, cerca del final? ¿Quizá he recorrido ya la mitad del camino?
Si alguna vez he visto morir a una persona, debo pensar que por ese trance
tengo que pasar yo también. La muerte no respeta categorías de personas:
mueren los reyes, los jefes de estado, los jóvenes, los ricos y los pobres.
Como decía hermosamente el poeta latino Horacio: "La muerte golpea con
el mismo pie las chozas de los pobres y los palacios de los ricos".
Hay una fecha en el calendario, que sólo Dios conoce, no la conocemos
nosotros. La muerte no avisa, simplemente llega. Podemos morir en la cama, en
la carretera, de una enfermedad..., algunos hemos tenido accidentes serios;
pudimos habernos quedado ahí.
La muerte sorprende como ladrón, según la comparación puesta por el mismo
Cristo hablando de la muerte. No es que nos pongamos pesimistas. Él quería
que estuviéramos siempre preparados. Sus palabras exactas son: "Vigilad,
porque no sabéis el día ni la hora; a la hora que menos penséis, vendrá el
Hijo del Hombre". El ladrón no pasa normalmente tarjeta de visita; llega
cuando menos se piensa. Nadie de nosotros tenemos escrito en nuestra agenda:
"Tal día es la fecha de mi muerte y la semana anterior debo arreglar
todos mis asuntos, despedirme de mis familiares, para morir
cristianamente".
Si somos jóvenes, estamos convencidos de que no moriremos en la juventud; nos
sentimos con un gran optimismo vital: "No niego que voy a morir algún
día, pero ese día está muy lejano". Si es uno mayor, suele contestar:
"Me siento muy bien".
La experiencia nos demuestra que cada día mueren en el mundo alrededor de 200
mil personas. Entre ellos hay hombres y mujeres, jóvenes y viejos, y muchos
niños. Ningún momento más inoportuno para la cita con la muerte que un viaje
de bodas; y, sin embargo, varios han muerto así. Con 20 años en el corazón
parece imposible morir, y sin embargo, se muere también a los 20 años.
Recuerdo una persona que sacó su boleto de México a Monterrey y sólo caminó
15 kms.
Puesto que hemos de morir sin remedio, no luchemos contra la muerte sino a
favor de la vida. Si hemos de morir, que sea de amor y no de hastío.
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Autor:
P. Mariano de Blas LC
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