Un Dios que se
empeña en meternos dentro de su propia felicidad, y no para hasta
conseguirlo.
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Si siempre estoy
pensando en Dios, cabe preguntar:
¿Y cómo es Dios para mí? ¿Cómo es el Dios en quien yo pienso? ¿En qué Dios debe creer el mundo?... Porque los hombres nos hemos imaginado a Dios de mil maneras. ¿Son correctas todas estas formas de ver a Dios, son todas válidas, las hemos de mantener todas?... Es esto muy importante, porque Dios influirá en nuestra vida según sea lo que pensemos de Él y el modo como experimentemos a Dios. ¿Es lo mismo pensar en un Dios presente que cuida de nosotros, o pensar en un Dios lejano al que nada le importamos?... ¿Es lo mismo tener miedo horrible a Dios, que está con una vara en la mano, esperando que cometamos un disparate para molernos a golpes, o amarlo con una confianza de hijos?... ¿Es lo mismo esperar en Él, que nos quiere felices, o poner todo nuestro afán en este mundo que pasa, sin pensar en una vida eterna dentro del seno de Dios?... El ateísmo moderno, el negar y combatir a Dios, ha sido un fenómeno inexplicable de nuestros días. Antes, a nadie se le ocurría semejante barbaridad. Y hoy el mundo necesita contar con Dios. Muchos teólogos y filósofos nos ofrecían un Dios infinito, un Dios simple, omnipotente, eterno... Con ello teníamos un Dios al que no entendíamos de ninguna manera, muy elevado allá en las alturas, que no nos decía nada ni nos movía a nada, sino a adorarlo de una manera fría... El hombre, el que veía a Dios en la Naturaleza, se espantaba ante el trueno y el rayo, ante el terremoto devastador o el ciclón espantoso... Ese hombre de religión natural tenía miedo a Dios, aunque lo reconocía en todas las cosas, como cantaban en aquella tribu de la selva africana: - Después de la noche, el día; después del árbol otro árbol; después de la nube otra nube; después de mí, otro hombre. Pero Dios vive, Dios no muere, Dios es señor de la muerte. No está mal este Dios de la Naturaleza. Pero a nosotros no nos llena. Queremos algo más. Aunque no queremos sólo al Dios de los judíos, es decir, al Dios de la Biblia en el Antiguo Testamento. Era el Dios verdadero, el Dios de la revelación, el Dios que nos buscaba para salvarnos..., pero nos hacía temblar el Dios del Sinaí, con una Ley que engendraba esclavos, como dirá San Pablo. Nosotros queremos al Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, al que nos hace conocer íntimamente el Espíritu Santo. ¿Y quién es este Dios?... Un Dios Amor. Porque es un Dios Padre, que se desvive por sus hijos. Un Dios que nos busca con pasión divina, hasta vernos libres de la perdición. Un Dios que se convierte en mendigo de amor, y nos dice: -¡Hijo, dame tu corazón! Un Dios que se empeña en meternos dentro de su propia felicidad, y no para hasta conseguirlo. Contra ese fenómeno inexplicable del ateísmo moderno, nosotros creemos en Dios, esperamos en Dios, ponemos en Dios todas nuestras ilusiones, le amamos y por Él hacemos todas las cosas. Y este es el Dios, por otra parte, que los creyentes queremos presentar al mundo para comunicarle nuestra fe. Ante tanta calamidad del mundo -guerras, hambre, inmoralidad, injusticia-, son muchos los hombres de buena voluntad que quieren hacer algo y trabajan por remediar males tan graves. Nosotros, igual. Nosotros queremos hacer algo por nuestros hermanos, y les ofrecemos lo único que tenemos y con lo que contamos seguros: con Dios. Con un Dios que es amor, que nos busca y que nos salva. Con un Dios que, manifestado en Jesucristo, nos impone un yugo suave y una carga ligera. Con un Dios del que nadie se ríe, ciertamente, pero que conoce nuestra debilidad, y está siempre prodigándonos su mirada comprensiva y tendiéndonos la mano. Nosotros ofrecemos al mundo el testimonio de un Dios al que amamos y del que no esperamos más que amor, porque Dios es amor, como lo expresó de modo admirable Teresita, esa joven Doctora de la Iglesia: - Yo no he dado a Dios más que amor y espero recibir sólo amor. Éste es nuestro Dios. Esto pensamos de nuestro Dios. Así es Dios para nosotros, y así somos nosotros para nuestro Dios. Nada se interpone entre Dios y nosotros, porque Dios llena nuestra vida entera. ¡Oh Dios, Tú eres mi Dios! El Dios mío y el de todos los hombres. El que te nos has revelado y te nos has dado en Jesucristo. El que nos quieres tener contigo metidos en tu gloria para siempre. Autor: Pedro García, Misionero Claretiano Queremos ofrecer al mundo con nuestra vida una imagen tuya hecha de piedad, de oración, de fidelidad, para que todos crean en ti, se vuelvan a ti, y Tú los salves.... |
Autor:
Pedro García, Misionero Claretiano
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