El
próximo domingo celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, misterio
central de nuestra fe.
Es
muy diferente un pozo seco a un manantial. El manantial tiene vida. El pozo seco
o con agua estancada es muerte. Cuando nos referimos a la relación del hombre
con Dios puesta en acto, hablamos de vida, vida espiritual.
¿Cuál es la fuente de la vida espiritual? ¿De dónde viene esta vida? ¿Quién da
vida? La fuente de la vida espiritual es la vida de Dios, nuestra participación
en la vida de la Santísima Trinidad por la gracia a través de los sacramentos y
la oración.
Eso es lo que se mueve allá adentro de nosotros, esa es la sangre que corre por
nuestras venas desde el día de nuestro bautismo. Desde entonces, el manantial
que ocupa el centro de nuestro ser es la Trinidad. ¡Qué maravilla!
Una verdad existencial
El próximo domingo celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, misterio
central de nuestra fe. Para mí esta fiesta es una invitación a poner en acto en
la oración eso que creo por la fe, en forma de relación personal, de trato, con
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No basta el conocimiento del misterio,
la Iglesia nos invita a través de la teología y de la liturgia a profundizar en
su significado, pero profundizar de una manera no sólo intelectual, sino
afectiva, existencial.
El bautismo: una llamada
al amor
Al recibir en el bautismo el don de la gracia santificante, que nos hizo hijos
de Dios, recibimos de parte de Él una llamada al amor. Después de esto nuestra
vida cristiana consiste en responder al don recibido de Dios: "Si alguien
me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos
morada en él." (Jn 14, 23) Dios que puso amor, espera una respuesta de
amor.
"La respuesta de la fe
nace cuando el hombre descubre, por gracia de Dios, que creer significa
encontrar la verdadera vida, la "vida en plenitud". Uno de los
grandes padres de la Iglesia, san Hilario de Poitiers, escribió que se convirtió
en creyente cuando comprendió, al escuchar en el Evangelio, que para alcanzar
una vida verdaderamente feliz eran insuficientes tanto las posesiones, como el
tranquilo disfrute de los bienes y que había algo más importante y precioso: el
conocimiento de la verdad y la plenitud del amor entregados por Cristo (Cf. De
Trinitate 1,2)." (Benedicto XVI 13 de junio 2011)
Intimidad con Dios
Dios nos invita a participar de su vida íntima, de esa vida que consiste en el
amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Se dice fácil, pero este es
un misterio grandioso, algo sobrehumano, sobrenatural, y en el cual estamos
sumergidos.
Cada vez que intimamos con Dios en la oración entramos en el misterio. Es fe
orante. En ella nos dirigimos a Dios como Padre. Padre es el nombre propio de
Dios. Así nos lo reveló Jesucristo, quien vive contemplándolo permanentemente.
"El Padre, que me ha enviado, posee la vida, y yo vivo por él. Así también
el que me come vivirá por mí" (Jn 6, 57).
En Jesucristo contemplamos la belleza del Padre, él es "resplandor de Su
gloria" (Hb. 1,3), el que está con nosotros, Dios-con-nosotros (Is 7, 14)
Su misión es nuestra salvación. Tratamos con Cristo como nuestro salvador,
nuestro redentor: "Padre, yo deseo que todos estos que tú me has dado
puedan estar conmigo donde esté yo" (Jn 17, 24). Somos pecadores
rescatados por la sangre de Cristo y en la oración cristiana nos dirigimos a Él
como nuestro Redentor para darle las gracias, pedirle perdón, aprender de Él.
Y tratamos con el Espíritu Santo cuya misión es nuestra santificación. A partir
del bautismo tenemos toda una vida por delante para crecer y asemejarnos como
hijos que somos, al Hijo con mayúscula. Esa labor paciente de transformación
conforme a la imagen de Cristo la va realizando el Espíritu Santo en nosotros
poco a poco, como el agua sobre la piedra de río, a medida que cooperamos con
Él. El Espíritu Santo es el Santificador, el Huésped de nuestra alma, nuestro
Socio con el que trabajamos para realizarnos en plenitud como hombres y como
cristianos. Él es amor y derrama el amor de Dios en nuestros corazones. (Rom 5,
5)
La vida espiritual, la vida de oración, es simplemente maravillosa. ¡Qué gozada
poder tratar como hijo con EL PADRE, como pecador rescatado con su mismo
REDENTOR; como buscador con su GUÍA! Francamente, ¡qué maravilla!
La vida cristiana es bella.
Autor: P Evaristo Sada LC.
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