Tercer Domingo Cuaresma. ¿Por qué en el
espíritu a veces nos sentimos tan fuertes, cuando realmente somos tan débiles?
Creo que muchas veces nuestro problema de conversión del
corazón, que nos lleva a una falta de identidad, no es otro sino esa especie
como de ligereza, de superficialidad con la que, al ver las situaciones que
estamos viviendo, pensamos que al fin y al cabo no pasa nada. Sin embargo,
puediera ser que, cuando quisiéramos arreglar las cosas, ya no haya
posibilidades de hacerlo.
Cuántas veces vivimos con una superficialidad
que nos impide entrar en nuestro interior y darnos cuenta de la gravedad de
algunos comportamientos, de algunas actitudes que estamos tomando, o darnos
cuenta de la seriedad de algunos movimientos interiores que estamos
consintiendo; con lo que nosotros estamos aceptando una forma de vida que puede
llegar a apartarnos realmente de Dios, que pueden llegar a endurecer nuestro
corazón e impedir que el corazón se convierta y llegue a darse a Dios nuestro
Señor.
Cuántas veces este problema sucede en las almas, y cómo, cuando
nosotros lo captamos, podríamos decir simplemente: "total es sin importancia, no
pasa nada". Sin embargo, es como si el soldado que estuviese vigilando en su
puesto de guardia oyese un ruido y dijese: "no es nada." Pero, ¿qué pasaría si
detrás de ese ruido estuviese alguien?
Ahora bien, para vigilar, no basta
no ser indiferentes. Para vigilar auténticamente, es muy importante que nos
demos cuenta tanto de la profundidad como de la debilidad del alma. Tenemos que
darnos cuenta de que no tenemos garantizada la vida. ¿Quién de nosotros puede
poner una mano en el fuego por la propia seguridad, o por la propia salvación?
San Pablo dice: "Quién está de pie, tenga cuidado, no sea que
caiga".
Tenemos que ser conscientes de que solamente un alma que se sabe
herida, es un alma capaz verdaderamente de vigilar, porque entonces va a tener
una especie como de instinto interior que le va a ir llevando a no dejar pasar
las cosas sin revisarlas antes. Es como cuando estamos enfermos y no podemos
tomar algún tipo de comida, antes de comer algo nos fijamos qué ingredientes
tiene esa comida, no vaya a hacer que nos haga daño. ¿Por qué en el espíritu a
veces nos sentimos tan fuertes, cuando realmente somos tan débiles?
Sin
embargo, esa debilidad no nos debe llevar a una actitud de temor ante la vida, a
una angustia interior insoportable. Porque si nos damos cuenta de que lo único
que puede sostener nuestra vida, lo único que puede hacernos profundizar
realmente en nuestra existencia no es otra cosa sino el amor de Dios, el anhelo
de Dios, el deseo de Dios, eso mismo nos llevaría a una auténtica conversión del
corazón, a un grandísimo amor a Él.
¿Hay en mi alma ese anhelo de Dios
nuestro Señor? ¿Hay en mi alma ese ardiente fuego por amar a Dios, por hacer que
Dios realmente sea lo primero en mi vida? Éste es el camino de conversión, es la
forma de ver el camino de la salvación. No nos quedemos simplemente en los
comportamientos externos.
La Cuaresma, más que un comportamiento
externo, tiene que ser un llegar al fondo de nosotros mismos; la mortificación
corporal debe dar frutos espirituales.
Vamos a pedirle a Jesucristo en la
Eucaristía, que así como Él se nos da en ese don, nos conceda poseer una gran
profundidad en nuestra vida para poder tener conciencia de nuestra debilidad, y,
sobre todo, nos conceda un gran anhelo de vivir a su lado, porque si algún día
en ese camino de conversión del corazón, por ligereza o por superficialidad,
caemos, si tenemos el anhelo de amar a Dios, tenemos la certeza de que tarde o
temprano, de una forma u otra, acabaremos amando.
Autor: P. Cipriano Sánchez
LC.
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