Sábado
cuarta semana de Cuaresma. Cristo es, por encima de todo, el Hijo de Dios,
enviado al mundo para salvarnos.
La
liturgia de estos días nos va hablando de cómo Jesús se va encontrando cada vez
más ante un juicio. Un juicio que Él hace sobre el mundo y, al mismo tiempo, un
juicio que el mundo hace sobre Él. El juicio que el mundo hace sobre Él se
define en la fe, y por eso dirá: "Si no creen que Yo soy". Ese
juicio, que se define en la fe, es el juicio del hombre que tiene que acabar
por aceptar la presencia de Dios tal y como Él la quiere poner en su vida,
porque mientras el hombre no acepte esto, Jesucristo no podrá verdaderamente
salvarlo.
Cristo es acusado, y por eso dirá: "Cuando hayan levantado al Hijo del
Hombre conocerán lo que Yo soy". Pero, al mismo tiempo es juez, y es Él
mismo el que realiza el veredicto definitivo sobre nuestro pecado.
El juicio que nosotros hacemos sobre Cristo se resume en la cruz. Dios envía a
su Hijo, y el mundo lo crucifica; Dios realiza la obra de la redención a través
del juicio que el mundo hace de su Hijo, es decir de la cruz.
Esto es para nosotros un motivo de seria reflexión. El darnos cuenta de que
nuestro juicio sobre Cristo es un juicio condenatorio, porque lo llevan a la
cruz.
Nuestros pecados, nuestras debilidades, nuestras miserias, reconocidas o no,
son las que juzgan a Cristo. Y lo juzgan haciéndolo que tenga que ser levantado
y muerto por nosotros. Ésa es nuestra palabra sobre Cristo; pero, al mismo
tiempo, tenemos que ver cuál es la palabra de Cristo sobre nosotros. Jesús
dirá: "Cuando hayan levantado al Hijo del Hombre, entonces conocerán que
Yo soy". Ese "Yo soy", no es simplemente un pronombre y un
verbo, "Yo soy" es el nombre de Dios. Cuando Cristo está diciendo
"Yo soy", está diciendo Yo soy Dios.
La cruz es la que nos revela, en ese misterio tan profundo, la divinidad de
nuestro Señor Jesucristo, porque la cruz es el camino que Dios elige, que Dios
busca, que Dios escoge para hacer que nuestro juicio sobre Él de ser condena,
se transforme en redención. Ésa es la moneda con la que Dios regresa el
comportamiento del hombre con su Hijo.
Hay situaciones en las que, por nuestros pecados y por nuestras debilidades,
vivimos en la obscuridad y en la amargura. Parecería que la expulsión de la
comunión con Dios, que produce todo pecado, sería la auténtica respuesta de
Dios al hombre, y, sin embargo, no es así. La auténtica respuesta de Dios al
hombre es la redención. Mientras que el hombre responde a Dios juzgando,
condenando y crucificando a su Hijo, Dios responde al hombre con un juicio
diferente: la redención, el perdón. Pero para eso nosotros necesitamos ponernos
en manos de Dios nuestro Señor.
Cristo constantemente nos está diciendo que Él es redentor porque es Hijo de
Dios. Es decir, Él es el redentor porque es igual al Padre. "Yo soy",
no me ha dejado solo, yo hago siempre lo que a Él le agrada. Ése es Cristo. Por
eso es nuestro redentor. Cristo no es solamente alguien que se solidariza con
nosotros, con nuestros pecados, con nuestras debilidades; Cristo es, por encima
de todo, el Hijo de Dios, enviado al mundo para salvarnos.
Tenemos urgencia de descubrir esto para hacer de Cristo el primero. Único y
fundamental punto de referencia; criterio, centro y modelo de toda nuestra vida
cristiana, apostólica, espiritual y familiar, para que verdaderamente Él pueda
redimir nuestra vida personal, para que Él pueda redimir la vida conyugal de
los esposos cristianos, para que Él pueda redimir la vida familiar, para que Él
pueda redimir la vida social de los seglares cristianos, porque si Cristo no se
convierte en punto de referencia, no podrá redimirnos.
Se acerca la Semana Santa, que son momentos en los que podríamos quedarnos
simplemente en una contemplación sentimental de los misterios de la pasión,
muerte y resurrección de nuestro Señor, cuando lo que está sucediendo en la
Semana Santa es que Cristo se convierte en el juez y Señor de la historia, en
el único que puede vencer a lo que destruye a la historia, que es la muerte.
Cristo, vencedor de la muerte, se convierte así en el Señor de toda la historia
y de toda la humanidad; en juez de toda la historia de la humanidad, y lo hace
a través de la cruz, por lo que se transforma de condena en redención.
Seamos capaces de ir cristianizando cada vez más nuestros criterios, de ir
cristianizando cada vez más nuestros comportamientos y de ir haciendo de
nuestro Señor el punto de referencia de nuestra existencia. Que nuestra fe,
nuestra adhesión, nuestro ponernos totalmente del lado de Cristo se conviertan
en la garantía de que nosotros no muramos en nuestros pecados, sino que hagamos
de la condena que sobre ellos tendría que cernirse, redención; y del castigo
que sobre ellos tendría que caer en justicia, hagamos misericordia en nuestros
corazones.
Autor: P. Cipriano Sánchez LC.
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