Autor: Pablo Cabellos Llorente
Es difícil hacer un elenco de asuntos trabajados prioritariamente por
Benedicto XVI. No sé si lo que voy a decir es lo capital, ni trato de forjar un
programa para el futuro Papa. Sería ridículo por mi parte. Pero no me impide
afirmar que hay dos temas candentes, de los que a mi parecer depende el futuro
de esta sociedad tambaleante, en la que tantos conceptos han perdido sentido,
pues hasta las palabras quedan vacías en los juegos florales de lo
políticamente correcto -de la cobardía, habría que decir-, del individualismo feroz, cerrado a los
vecinos, al pueblo, a la provincia, a las restantes autonomías... No se habla
de bien común tal vez porque no existe para muchos.
Descubro inmediatamente mis cartas: será imprescindible la
labor de recuperar a Dios y al hombre mismo. Dos temas -en realidad, uno-
necesariamente influidos. Rescatar a Dios, primero puesto bajo sospecha y
después negado, tanto en el mundo católico como en los ambientes laicistas,
agnósticos o ateos. Analizando la historia reciente, se constata que ha
fracasado la previsión de quienes, desde la época de la Ilustración, anunciaban
la desaparición de las religiones. Rescatar primero entre los católicos con una
pobre idea del Creador y Redentor del hombre. Esa penuria puede surgir del
engendro de un dios bombero que ha de acudir a remediar nuestros problemas tal
cual los reclamamos. Ese Dios a la medida de mis urgencias sería un Dios muy
exiguo, no sería Dios. Al Creador, que nos ama infinitamente, hay que amarlo,
por encima de todo, salvo que nos situemos con soberbia o ignorancia sobre Él.
Hemos de ofertar a los no creyentes la belleza del Hacedor y
su obra, y la humillación grandiosa del Redentor. Es necesario llegar a la fe,
pero la razón es un poderoso instrumento que nos sitúa a sus puertas.
Naturalmente, esa tarea no se realiza del mismo modo entre intelectuales o con
personas menos cultivadas. Pero el núcleo está ahí: Creación, Redención,
Cristo, la Iglesia y sus medios para conocer y amar.
Recobrar al hombre es una tarea en absoluta dependencia de
la anterior, porque sin el Creador, la criatura se diluye perdiendo
progresivamente sus valores naturales para transformarlos en auténticos
desvalores. Pensemos en la honradez, lealtad, sobriedad, laboriosidad, templanza, humildad, veracidad, solidaridad,
audacia, valentía y muchas virtudes más. Para el bautizado, la elevación que
suponen la fe, esperanza y caridad. Buena parte de que lo que necesitamos
agilizar para vivir así, se resume en
una sóla palabra: Jesucristo. Y retirar estorbos dondequiera que estén.
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