Autor: Pablo Cabellos Llorente
Puede suceder que nos quedemos en los bellos gestos
externos del Papa Francisco y no sepamos penetrar en la hondura de su mensaje. Oriento
ahora la atención hacia unas breves palabras pronunciadas en la Misa de inicio
del ministerio petrino: "No debemos tener miedo de la bondad, de la
ternura", decía el Romano Pontífice hablando de San José. Alguien apuntó
que la ternura es la columna central que sostiene la vida. Estos días de Semana Santa, bien podemos pensar
que ese amor y esa ternura solicitados
por el Papa derivan de la Cruz de Cristo.
Durante
la homilía dirigida a los cardenales en la Eucaristía celebrada con ellos,
afirmaba: "Quisiera que todos, después
de estos días de gracia, tengamos el valor, precisamente el valor, de caminar
en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la
sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo
crucificado. Y así la Iglesia avanzará". Por eso, aparte de ser una verdad
de fe que toda gracia deriva de Cristo crucificado, Francisco lo recordó
expresamente.
La cruz es
el gran disparate de un Dios enamorado del ser humano hasta tal extremo que se
hace uno de nosotros para morir en la Cruz salvadora del hombre. El calvario
condensa toda la ternura de Dios con cada persona. Podría parecer que un ensangrentado,
colgado de un madero no es la mejor expresión de un amor tierno, tal vez aparentemente
mejor simbolizado en la sonrisa de un niño, por ejemplo. Y, sin embargo, es
justamente la mejor expresión del amor misericordioso de Dios. Ese Dios
dispuesto siempre al perdón, ese Jesús que va al Jordán para ser bautizado con
un bautismo de penitencia que no necesitaba pero, como escribió Benedicto XVI, entra en
aquellas aguas cargando con las culpas de la humanidad para llevarlas hasta la
Cruz.
Hizo tan
propias nuestras culpas que san Pablo escribe en la segunda epístola a los
corintios que a Él, que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros.
Quizá por eso afirmó Tomás de Aquino, siguiendo la etimología de la palabra
misericordia, que puso en su propio corazón toda la miseria ajena. ¿Se puede
dar mayor muestra de ternura? Cristo
convertido en un retablo de dolores, hecho un ser despreciable a los ojos
humanos, quebrantado por el sufrimiento, sin parecer ni hermosura alguna -como
escribió el Profeta- por amor al hombre. Necesitamos orar con las escenas de la
Pasión y Muerte de Cristo, para no pasarla con la prisa de lo ya conocido.
Porque todo eso sucedió "para que nosotros, hechos de un puñado de lodo,
viviésemos al fin <in libertatem gloriae filiorum Dei> en la libertad y
gloria de los hijos de Dios" (san Josemaría).
Pero
volvamos al Papa Francisco que, en sus pocos días como Obispo de Roma, ha
hablado reiteradamente de la misericordia divina. En la parroquia de Santa Ana,
decía que también nosotros somos como aquel pueblo que, por una parte, quiere
escuchar a Jesús, pero al que, por otra, a veces le gusta cebarse con los demás,
condenar a los demás. "El mensaje
de Jesús es éste: misericordia. Para mí, lo digo con humildad, es el mensaje
principal del Señor: la misericordia. Él mismo lo ha dicho: No he venido por
los justos: los justos se justifican solos (...) Yo he venido por los pecadores".
Siempre he pensado -seguramente desde que lo aprendí del fundador del Opus Dei-
que la misericordia es la manifestación más hermosa del corazón de Cristo y
del alma cristiana. Esa actitud,
hondamente entendida en Cristo, nos
debería conducir a perdonar, comprender, disculpar, escuchar a los demás. Y,
por supuesto, a hacer propias todas las necesidades de los hombres para
servirles.
Estamos
en un tiempo de graves carencias materiales, escasea el raciocinio humano, nos
faltan voluntades fuertes y existe la
gran penuria de Dios que padecen muchos. Bien sabemos que al nuevo Papa no le
son ajenas todas estas cuestiones pero, para evitar la superficialidad en la
comprensión de su discurso y no quedarnos exclusivamente en las privaciones materiales,
él mismo decía a los cardenales que "podemos caminar
cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a
Jesucristo, algo no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la
Iglesia, Esposa del Señor. Cuando no se camina, se está parado. ¿Qué ocurre
cuando no se edifica sobre piedras? Sucede lo que ocurre a los niños en la
playa cuando construyen castillos de arena. Todo se viene abajo".
La ternura de la Cruz no puede quedar
en la solidaridad mostrada por una ONG, es el cariño de Cristo mismo entregando
su vida por amor, un amor desproporcionado para el hombre pero posibilitado por
la vida en gracia hasta capacitarnos para amar a los demás con el mismo corazón
de Jesús, para dispensar la ternura cristiana capaz de cuidar de los otros,
como también afirmaba el Papa. Es la ternura depositada en María, tan
bellamente expresada en la imagen de la Piedad con el hijo muerto sobre su
regazo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario