Sabemos bien que para una auténtica obra
educativa no basta una buena teoría o una doctrina que comunicar. Hace falta
algo mucho más grande y humano: la cercanía, vivida diariamente, que es propia
del amor y que tiene su espacio más propicio ante todo en la comunidad
familiar, pero asimismo en una parroquia o movimiento o asociación eclesial, en
donde se encuentren personas que cuiden de los hermanos, en particular de los
niños y de los jóvenes, y también de los adultos, de los ancianos, de los
enfermos, de las familias mismas, porque los aman en Cristo.
El gran patrono de los educadores, san Juan Bosco, recordaba a sus hijos espirituales que "la educación es cosa del corazón y sólo Dios es su dueño"
En la obra educativa, y especialmente en la
educación en la fe, que es la cumbre de la formación de la persona y su
horizonte más adecuado, es central en concreto la figura del testigo: se
transforma en punto de referencia precisamente porque sabe dar razón de la
esperanza que sostiene su vida, está personalmente comprometido con la verdad
que propone. El testigo, por otra parte, no remite nunca a sí mismo, sino a
algo, o mejor, a Alguien más grande que él, a quien ha encontrado y cuya
bondad, digna de confianza, ha experimentado. Así, para todo educador y
testigo, el modelo insuperable es Jesucristo, el gran testigo del Padre, que no
decía nada por sí mismo, sino que hablaba como el Padre le había enseñado.
Por este motivo, en la base de la formación
de la persona cristiana y de la transmisión de la fe está necesariamente la
oración, la amistad personal con Cristo y la contemplación en él del rostro del
Padre. Y lo mismo vale, evidentemente, para todo nuestro compromiso misionero,
en particular para la pastoral familiar. Así pues, la Familia de Nazaret ha de
ser para nuestras familias y para nuestras comunidades objeto de oración
constante y confiada, además de modelo de vida.
Queridos hermanos y hermanas, y especialmente
vosotros, queridos sacerdotes, conozco la generosidad y la entrega con que
servís al Señor y a la Iglesia. Vuestro trabajo diario para formar a las nuevas
generaciones en la fe, en estrecha conexión con los sacramentos de la
iniciación cristiana, así como para preparar al matrimonio y para acompañar a
las familias en su camino, a menudo arduo, en particular en la gran tarea de la
educación de los hijos, es la senda fundamental para regenerar siempre de nuevo
a la Iglesia y también para vivificar el tejido social de nuestra amada ciudad
de Roma.
Así pues, proseguid, sin desalentaros ante
las dificultades que encontráis. La relación educativa es, por su naturaleza,
delicada, pues implica la libertad del otro, al que siempre se impulsa, aunque
sea dulcemente, a tomar decisiones. Ni los padres, ni los sacerdotes o los catequistas,
ni los demás educadores pueden sustituir la libertad del niño, del muchacho o
del joven al que se dirigen. De modo especial, la propuesta cristiana interpela
a fondo la libertad, llamándola a la fe y a la conversión.
En la actualidad, un obstáculo
particularmente insidioso para la obra educativa es la masiva presencia, en
nuestra sociedad y cultura, del relativismo que, al no reconocer nada como
definitivo, deja como última medida sólo el propio yo con sus caprichos; y,
bajo la apariencia de la libertad, se transforma para cada uno en una prisión,
porque separa al uno del otro, dejando a cada uno encerrado dentro de su propio
"yo". Por consiguiente, dentro de ese horizonte relativista no es
posible una auténtica educación, pues sin la luz de la verdad, antes o después,
toda persona queda condenada a dudar de la bondad de su misma vida y de las
relaciones que la constituyen, de la validez de su esfuerzo por construir con
los demás algo en común.
Así pues, es evidente que no sólo debemos
tratar de superar el relativismo en nuestro trabajo de formación de las
personas; también estamos llamados a contrarrestar su predominio destructor en
la sociedad y en la cultura. Por eso, además de la palabra de la Iglesia, es
muy importante el testimonio y el compromiso público de las familias
cristianas, especialmente para reafirmar la intangibilidad de la vida humana
desde la concepción hasta su término natural, el valor único e insustituible de
la familia fundada en el matrimonio, y la necesidad de medidas legislativas y
administrativas que sostengan a las familias en la tarea de engendrar y educar
a los hijos, tarea esencial para nuestro futuro común.
Mi afecto y mi bendición os acompañan hoy y
en el futuro.
BENEDICTO XVI
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