Urge difundir la luz de la doctrina de
Cristo.
Atesora formación, llénate de claridad de ideas, de plenitud del mensaje cristiano, para poder después transmitirlo a los demás.
No esperes unas iluminaciones de Dios, que no tiene por qué darte, cuando dispones de medios humanos concretos: el estudio, el trabajo.
Al regalarte aquella Historia de Jesús, puse
como dedicatoria: "Que busques a Cristo: Que encuentres a Cristo: Que ames
a Cristo".
Son tres etapas clarísimas. ¿Has intentado, por lo menos, vivir la primera?
Son tres etapas clarísimas. ¿Has intentado, por lo menos, vivir la primera?
En el momento en que aprendemos algo
descubrimos otras cosas que ignorábamos y que constituyen un estímulo para
continuar este trabajo sin decir nunca basta.
La vocación enciende una luz que nos hace
reconocer el sentido de nuestra existencia.
Es convencerse, con el resplandor de la fe,
del porqué de nuestra realidad terrena.
Nuestra vida, la presente, la pasada y la que
vendrá, cobra un relieve nuevo, una profundidad que antes no sospechábamos.
Todos los sucesos y acontecimientos ocupan
ahora su verdadero sitio: entendemos adónde quiere conducirnos el Señor, y nos
sentimos como arrollados por ese encargo que se nos confía.
No cabe separar la semilla de la doctrina de la semilla de la piedad.
Tu labor de sembrador de doctrina podrá evitar los microbios que la hagan ineficaz, sólo si eres piadoso.
Una chispa de su luz.
Si el mundo ha salido de las manos de Dios, si Él ha creado al hombre a su imagen y semejanza (Gen I, 26) y le ha dado una chispa de su luz, el trabajo de la inteligencia debe, aunque sea con un duro trabajo, desentrañar el sentido divino que ya naturalmente tienen todas las cosas; y con la luz de la fe, percibimos también su sentido sobrenatural, el que resulta de nuestra elevación al orden de la gracia.
Si el mundo ha salido de las manos de Dios, si Él ha creado al hombre a su imagen y semejanza (Gen I, 26) y le ha dado una chispa de su luz, el trabajo de la inteligencia debe, aunque sea con un duro trabajo, desentrañar el sentido divino que ya naturalmente tienen todas las cosas; y con la luz de la fe, percibimos también su sentido sobrenatural, el que resulta de nuestra elevación al orden de la gracia.
No podemos admitir el miedo a la ciencia,
porque cualquier labor, si es verdaderamente científica, tiende a la verdad. Y
Cristo dijo: ‘Ego sum veritas’ (Ioh XIV, 6). Yo soy la verdad.
No basta el deseo de querer trabajar por el
bien común; el camino, para que este deseo sea eficaz, es formar hombres y
mujeres capaces de conseguir una buena preparación, y capaces de dar a los
demás el fruto de esa plenitud que han alcanzado»
La fe nos enseña que todo tiene un sentido
divino, porque es propio de la entraña misma de la llamada que nos lleva a la
casa del Padre.
No simplifica, este entendimiento sobrenatural de la existencia
terrena del cristiano, la complejidad humana; pero asegura al hombre que esa
complejidad puede estar atravesada por el nervio del amor de Dios, por el
cable, fuerte e indestructible que enlaza la vida en la tierra con la vida
definitiva en la Patria.
Afrontar esperanzadamente el futuro con fe
sobrenatural no significa en absoluto ignorar los problemas. Todo lo contrario:
la fe es nuevo acicate para la búsqueda cotidiana de soluciones, certeza de que
ni la ciencia ni la conciencia de un científico pueden aceptar sinrazones de
mentirosa eficacia, que lleven a negar el amor humano, a cegar las fuentes de
la vida, al hedonismo sutil o al más burdo materialismo, que sofocan la
dignidad del hombre y lo hacen esclavo de la tristeza.
Proseguimos nuestra andadura de servicio a
los hombres, en la amable compañía de la Madre de Dios, que es también Madre
nuestra. Ella agrandará nuestro corazón y nos hará tener entrañas de
misericordia. Y amparará la invocación que hacemos al Espíritu con el Salmista guíame
en tu verdad y enséñame, porque tú eres mi Dios, mi salvador, y en ti espero siempre,
para que ilumine las inteligencias y fortalezca las voluntades, de manera que
nos acostumbremos siempre a buscar, a decir y a oír la verdad, y se establezca
así entre los hombres un clima de comprensión y de concordia, de caridad y de
luz, por todos los caminos de la tierra.
San Josemaría Escrivá
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