"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 15 de octubre de 2013

Mártires de ayer, de hoy y de siempre


Javier Menéndez Ros*. 
Hace poco visité, emocionado, las catacumbas de San Calixto en Roma. Allí están enterrados miles de cristianos, muchos de ellos niños y familias enteras que, a escondidas, trazaban el signo de un pez para reconocerse. Ellos entendían y aceptaban que si el Maestro había entregado su vida por nosotros también su sangre podría derramarse en sacrificio por otros, como así fue.
Jesus nos anunció la persecución que los cristianos tendríamos hasta el fin de los tiempos. Por eso en cada uno de los 21 siglos de historia después de su muerte los mártires han continuado escribiendo con su sangre las líneas de un increíble testimonio de fidelidad.
La beatificación de 522 mártires que dieron su vida en el transcurso de la Guerra civil española no es una bandera de provocación, ni una exaltación de ideologías trasnochadas sino simplemente la constatación y el reconocimiento de que fueron muchos en esos años, los que dieron su vida por el único hecho de llevar un hábito religioso, por tener una cruz colgada al cuello o un rosario entre sus dedos, o por confesar una fe de la que no quisieron apostatar. Aquellos hombres y mujeres no renunciaron a la marca de su bautismo, al contrario, el Espíritu Santo les dio fuerzas para que su testimonio llegase, en muchos casos, hasta el extremo de perdonar a los que les quitaban la vida.
Si el siglo XX quedó regado con la sangre de millones de víctimas en las dos contiendas mundiales, con los terribles exterminios realizados por nazis y comunistas y por multitud de guerras locales, el siglo XXI nos está escribiendo su propio martirologio. De forma especial en países como Irak, Egipto o Pakistán cada ano tenemos historias terribles de cristianos secuestrados o asesinados cobardemente en sus casas, en sus comercios o mientras participan de la misa. Situaciones parecidas se viven en países con una islamización radical creciente como es el caso de Sudán, Mali, la República Centroafricana o Nigeria.
Nuestros mártires de hoy son, en su mayor caso, parte de pequeñas minorías discriminadas que forman los cristianos. Su fe no la pueden vivir libremente ni en China, ni en Vietnam, ni en Corea del Norte, ni en Arabia Saudí. Se calcula que son 350 millones de cristianos los que viven en países donde son perseguidos o están discriminados. Ellos saben que se juegan la vida por ser discípulos de Aquel que fue crucificado como un criminal. Ellos son «el grano de trigo que cae en tierra, muere y, ciertamente, da fruto». Ellos son el mejor ejemplo de compromiso que debería remover nuestro cristianismo tibio.
¡Honremos a nuestros mártires, pero hagámoslo con el testimonio de una fe valiente, de una fe sin complejos que nos lleve a mostrar el amor de Dios a todos los hombres!

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