Meditaciones del
Rosario. Segundo Misterio Doloroso. La Flagelación de Jesús
Tú sabías lo que era una flagelación. Lo sabían
todos. Pero ahora era tu Hijo. Lo veías con la pupila abierta y enrojecida: El
cuerpo de tu Niño desgarrado; veías, no te imaginabas, los gestos de dolor a
cada golpe que nunca terminaba y que iba volviendo roja toda la piel de Jesús,
piernas, brazos, el pecho, la espalda, hasta la cara con la sangre que corría
casi desde los ojos como una cascada de flagelos.
Para purificar mis pecados. La terrible ofensa se mide por lo terrible del
martirio. La flagelación sola hubiera matado a Jesús. Muchos hombres con menos
ganas de sufrir, caían exánimes en un charco de sangre. Jesús resistió, porque
aún le quedaban las manos y los pies para la cruz; pero sobretodo porque aún le
quedaba amor y capacidad de sufrimiento para los pecadores más empedernidos.
Con los primeros cien azotes fueron derritiéndose la mayoría de los pecados.
Pero fue necesario llegar a ciento veinte, contados en la sábana santa, para
ablandar a los de piedra. ¿A qué azote llegaron mis pecados? ¿Al ciento
veinte?.
Terrible dolor, infinito amor. Aquí cayó rendida aquella religiosa mediocre, de
nombre Teresa, al exclamar: "Ahora comprendo de qué me has librado y cuál
ha sido el precio".¡El precio! Desde ese momento se decidió a ser santa.
Todos los hombres deberíamos entrar al patio de la flagelación y contemplar de
cerca, para ver si, como a Teresa, se nos rasga el corazón para gritar
idénticas palabras. Ante la flagelación, como ante la cruz, no se puede seguir
adelante, si hay un poco de amor.
Tu Hijo es un guiñapo, tu Hijo no puede ser contemplado sin horror. Es como uno
ante el cual se oculta el rostro, porque no se le puede mirar. Pero Tú no
ocultas el rostro, Tú lo amas hoy más a ese Hijo sangrante, destrozado,
semimuerto. Yo tampoco quiero retirar los ojos manchados. Quiero que mis ojos a
fuerza de mirar se rompan en un mar de lágrimas sinceras; quiero que mi corazón
de piedra, a base de sentir su amor, se vuelva un corazón de carne. Aquí han
caído grandes pecadores, han muerto grandes canallas y han resucitado santos y
mártires.
Yo también quiero caer muerto de dolor y arrepentimiento y resucitar un santo a
la vista de Jesús flagelado por mí. ¡He aquí el Hombre! ¡He aquí el amor del
Hombre! ¡He aquí lo que queda del Hijo del Hombre por haberse atrevido a amar a
los hombres hasta el extremo! Hay en la Biblia una frase terrible en relación
al hombre perverso: "Dios se arrepintió de haber creado al hombre" Yo
te pregunto, Jesús, Dios: "¿Te arrepientes de haber amado así al hombre?
Yo sé que la respuesta eterna es "¡No me arrepiento!
Autor: P Mariano de Blas LC.
No hay comentarios:
Publicar un comentario