Meditaciones del
Rosario. Quinto Misterio de Gozo. Jesús perdido y hallado en el templo.
Qué prueba tan dolorosa! Prepárate, Madre, para
la hora del Calvario. Ahí lo perdiste por tres días terribles; pero lo
recuperaste entero. Allí te lo matarán a mordiscos todos los pecados de los
hombres, como rabiosos lobos. Al final, cuando pudiste recoger lo que quedaba
de tu Hijo; era un muerto y un cadáver destruido desde la cabeza a los pies; la
cabeza rota por las hondas espinas; la cara desfigurada por las bofetadas; el
pecho y la espalada aradas por los latigazos; las manos y pies horadados por
los clavos: el corazón partido por una lanza.
Perdido y hallado. Perdido y no encontrado en el callejón lóbrego de la muerte.
Perdido y hallado vivo. Perdido y hallado muerto, destinado solo para el
sepulcro. Y ahí terminó la muerte; en un sepulcro pétreo que impedirá acercarse
a los restos del amado hijo,
Prepararnos a las separaciones. Vivir un cierto tiempo es separarse de algunas
personas. Vivir un trecho más es separarse de más seres. Durar más tiempo es
separarse uno de los que me sobreviven. Cada separación es un desgarrón. Uno
muere al final desgarrado y desgarrando a alguien más.
¿Por qué me buscabais? La pregunta que toca la herida abierta, haciéndola
sangrar. María sangraba por aquella herida de su corazón. El doloroso por qué
de María quedó acallado con el misterioso por qué del Hijo. María sabía que
aquel hijo sería cada vez menos de Ella y más del Padre y de todos. María
aceptó del desgarrón del hijo que se va de la casa, por ley de la vida, en este
caso por ley divina. Pero aceptó sangrando.
María conservaba todas estas cosas en su corazón.
Su corazón sangraba. Con oración y obediencia la curaba pero al mismo tiempo la
abría,, porque esa herida nunca se cerró. Y de pronto un día, en el Calvario se
abrió completamente y sangró a torrentes. Sólo en el cielo se ha cerrado del
todo aquella herida, María ya no pregunta más; ha recibido todas las respuestas
y una corona eterna por no haber preguntado indiscretamente sobre los misterios
que le rodeaban.
Enséñanos, María a aceptar sin preguntar, hasta que Dios quiera ofrecernos su
respuesta. Al final, todos diremos que Dios tuvo la razón, para que nuestra fe
fuera meritoria.
Autor: P Mariano de Blas LC.
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