Al reconocer nuestra debilidad y necesidad de
Dios, se abre la comunicación con Él y entonces crece la confianza, somos más
fuertes.
Es inevitable, a veces las cosas resultan mal: pierdes
el trabajo, a tu mujer o a tu marido les diagnostican cáncer, viene una crisis
financiera y se te desploman tus inversiones, pierdes a tu novia cuando ya le
habías dado el anillo, un hijo se vuelve drogadicto, tu socio te engaña, un
huracán destruye toda tu cosecha, etc. Y hay personas a quienes se les junta
todo.
Buscamos seguridades en el dinero, los títulos, el prestigio, la belleza, la
aceptación de los demás, los reconocimientos, los logros... y de pronto todo se
viene abajo... Se desmoronan nuestras seguridades y corremos el riesgo de
desmoronarnos.
Y es que situaciones así hacen sufrir a cualquiera; no es para menos. Cuando
entras a terreno pantanoso, estás en riesgo y te sientes inseguro. Surgen
tantas preguntas: ¿Pude haberlo evitado? ¿Por qué me confié? ¿Por qué a mí? Tal
vez comienzas a buscar culpables y el sufrimiento aumenta si te llenas de
resentimiento y de rencor.
Cuando el dolor llega a nuestras vidas algo tenemos que hacer para vivir con
él. Y esto depende de cada uno.
3 consejos:
1. Adopta una actitud
positiva:
"La vida no es dejar que pase la tormenta. Es aprender a bailar en la
lluvia." (Vivian Greene)
Si no eliges las pérdidas, sí puedes elegir la actitud con que las vives. Lo que
te pasa a ti no siempre depende de ti, pero sí lo que pasa en ti. Tus actitudes
son tuyas. Si nos dejamos llevar por la frustración, la tristeza, la
impaciencia, la desesperación, nos hundimos.
Fui a visitar a un encarcelado. Me dijo: "Este tiempo en la cárcel ha sido
una estupenda oportunidad para reflexionar en los temas verdaderamente
importantes de mi vida. Además, he podido ayudar a otros presos a preparar su
confesión y poner su esperanza en Dios."
2. Intégralo en tu
historia:
Hay que integrarlo todo en la propia historia.... Quien haya visto la película
"August Rush" y la interpretación final de su Rapsodia en el Central
Park, sabrá a qué me refiero. Evan integra en su composición todos los momentos
de su vida: los felices y los más penosos. El resultado es armónico. Es música.
Es belleza.
Cuando aprendemos a ver todos los acontecimientos con fe, amor y confianza,
desde la mirada Providente de Dios, la vida es bella. De esa manera podemos
mirar con paz e indulgencia aún a las personas que nos hacen sufrir: "Así
como los hombres malos usan mal de las criaturas buenas, así el Creador bueno
usa bien de los hombres malos." (San Agustín)
El dolor se puede negar, se pueden buscar escapes, o puedes aceptarlo y
llenarlo de sentido. Acepta tu historia, reconoce tu pena, tu debilidad o tu
fracaso, no lo niegues, ni por vergüenza, ni por el sentimiento de culpa, ni
por ningún otro motivo. Trata de encajar el golpe, de integrarlo en tu
historia. Cada nota, aún las tristes y oscuras, son parte de tu música.
Aceptarlas es aceptar tu verdad. Ten el coraje de aceptar tu pérdida y tus
límites y de vivir con ellos. Que no te avergüence ser imperfecto. ¿Quién es
perfecto sino sólo Dios?
"La verdad os hará libres" (Jn 8,32)
3. Comparte tu herida con
Jesucristo. Confía en Él.
Ponte delante de un crucifijo y míralo, abrázalo fuerte, comparte tu herida con
Él.
Comportarnos con presunción y autosuficiencia no tiene sentido. Estos momentos
son privilegiados para dejar a Dios ser Dios. Hay que ir con Él y gritarle: Señor,
te necesito, confío en ti. "Extiende la mano desde arriba: defiéndeme,
líbrame de las aguas caudalosas, de la mano de los extranjeros." (Sal 143
Al reconocer nuestra debilidad y necesidad de Dios, se abre la comunicación con
Él. Me imagino el corazón misericordioso de Dios como una presa gigantesca que
está esperando a que nosotros abramos la compuerta con una actitud de humildad
y confianza; entonces Su amor se derrama en abundancia.
La experiencia del amor de Dios es una invitación al abandono. Cuando palpamos
Su misericordia crece la confianza, somos más fuertes. Constatamos que nuestra
solidez no está en los propios recursos, sino en Su fidelidad. "Bendito el
Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la
pelea; mi bienhechor, mi alcázar, baluarte donde me pongo a salvo, mi escudo y
mi refugio." (Sal 143)
Otras veces he hablado sobre ello, y no es todavía lo único que podría decirse,
pero estos son tres elementos que considero determinantes a la hora de la
tribulación.
Autor: P. Evaristo Sada LC.
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