La Iglesia está
llena de personas. Llena de fieles. Es domingo, es la Misa del Día del Señor,
esperando escuchar nuevamente: "Haced esto en memoria mía"
Era
de la semana, día jueves, pero ya era de noche y la luna paseaba en la
inmensidad del cielo, sola y plena...
Un grupo de hombres, compañeros, amigos, estaban reunidos con su Señor, con el
Maestro. Era el tiempo de la Pascua, comienzo de primavera.
Animados, platicaban en la cena. Comían y bebían cuando se hizo el silencio y
lo miraron. Tenía entre sus manos un pan, estaba de pie...su rostro era de una
solemnidad que impresionaba y todos vieron sus ojos que ya jamás podrían
olvidar llenos de amor, de ternura, pero también de algo más, húmedos por las
lágrimas que no llegaban a derramarse, piedad profunda, entrega en plenitud y
tristes. Él, estaba triste...
Partió el pan de aquella manera tan especial que ellos ya conocían, pronunció
la bendición y habló. Su voz se oyó en el impresionante silencio que se había
hecho y dijo:- Tomad, este
es mi cuerpo (Marcos 14,22).
Al terminar la cena, Él volvió a ponerse de pie, tomó una copa, la levantó y
todos sintieron que los amaba profundamente, pero Él estaba pálido y triste, lo
bendijo, bebieron todos de el, y volvió a decir: Bebed todos de él, porque esta es mi sangre de la
Alianza, que va a ser derramada por muchos para perdón de los pecados
(Mateo,26-27,28).
No entendieron entonces... Fue después cuando uno a uno fueron muriendo para
dar testimonio de haber sido testigos de ese inolvidable y grandioso momento.
Pero no todos. Había uno que bajó los ojos cuando sintió que el Maestro lo
miraba... no pudo soportar aquella mirada llena de amor y tristeza. Algo le
estaba quemando en las entrañas... y se fue .
A si quedó instituido EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA, el más grande Misterio de
Amor.
La Iglesia está llena de personas. Llena de fieles que cumplen con el Tercer
Mandamiento de la Ley de Dios. Es domingo, es la Misa del Día del Señor.
Ha pasado ya una parte del principio de la liturgia de la Misa y en este
momento, al igual que hace más de dos mil años, Tu, Señor vuelves a ofrecerte
al Padre y decides quedarte entre nosotros en ese pan y en ese vino que son tu
Cuerpo y tu Sangre.
No es un simple recuerdo, Tu lo pediste: Haced
esto en memoria mía (Lucas, 22-19).
Y vuelves a estar ahí... El altar está rodeado de ángeles, no los vemos, pero
están. Una vez más se realiza, no como recuerdo, sino tan verdaderamente como
"aquella noche" ya tan lejana y al mismo tiempo tan actual y tan
presente.
Por eso, cuando el sacerdote eleva la Sagrada Hostia vuelve haber un misterioso
y reverente silencio... puede que haya un suave susurro de voces que digan:
"Señor mío y Dios mío". Luego el copón con el vino que ya es la
Sangre de Cristo , igual que entonces... y yo con el alma arrodillada digo:
"Creo, Señor, pero aumenta mi fe". Y vuelvo a pensar en aquellos
momentos y que Tu, estabas triste... Pero también se, que cuando lo reciba
tomando su Cuerpo y su Sangre y le diga: "Te amo"...tendré el regalo
de su sonrisa.
Autor: María Esther de Ariño.
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