¡Caray! ¡La
que se ha armado con el buey y la mula! Una noticia tan vieja como el Evangelio
ha dado para más que la prima de riesgo. ¿Por qué? En parte, según me parece,
por estimar novedoso algo que no lo es: lo único escrito en los Evangelios
sobre el Nacimiento de Jesús parecido al tema que nos ocupa es que el Niño fue
recostado en un pesebre, lo que ha dado lugar a la tradición respecto a esos
animales, puesto que era habitual que ese tipo de grutas en torno a Belén se
usaran siempre como establo.
Otra razón
es que, para bien o para mal, las noticias religiosas interesan, lo que
posiblemente viene causado por la necesidad que tiene el hombre de creer en
algo o en alguien. Y eso vende, aunque sea afirmando que en el Belén de la
plaza de San Pedro no estarán este año el buey y la mula o que sí residen en
determinada catedral, pero más escondidos. En torno a todo esto se sitúa la prisa por la noticia, la falta de
confirmación, no ir a las fuentes: el Evangelio o el libro del Papa.
Pero nos
hemos quedado en la anécdota sin ir al meollo de la cuestión: Cristo nace en un
establo, en un ambiente poco acogedor, indigno, dice Benedicto XVI. Y el pesebre hace pensar en aquellos animales,
puesto que allí comen. Pero no desprecia el Papa esta tradición, sino que le
saca partido para la vida cristiana, afirmando que la meditación guiada por la
fe ha colmado la laguna sobre la presencia o ausencia de estos animales. Cita a
Isaías que escribió: "El buey conoce a su amo y el asno el pesebre de su
dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende". Vienen al pelo estas
palabras para la situación de perplejidad creada por los medios de
comunicación.
Parece dar
a entender -junto al hecho del pesebre, está la narración de los pastores
adorando- que sólo los sencillos entienden el querer de Dios. Estos animales
están representando en la iconografía cristiana que Dios se manifiesta en un
establo, por lo que "ninguna representación del nacimiento renuncia al
buey y el asno", escribe el Pontífice. Ya se ve que el Papa tampoco los
despide.
Quizá valga
la pena recordar otras dos frases de los Evangelios. San Juan escribe que
"vino a los suyos y los suyos no le recibieron". ¿Estaremos entre
éstos? ¿O tal vez no nos encontramos entre los sencillos, merecedores de estas
palabras de Jesús?: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a
los pequeños".
Autor: Pablo Cabellos Llorente
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