Autor: Pablo Cabellos Llorente
Hace unos
años, me dirigí a un amigo adinerado solicitando ayuda para una tarea de gran contenido social.
Su respuesta negativa me hizo pensar -entonces y ahora-, porque afirmó que para
esas faenas ya existe el Estado, la Autonomía, etc. Mi reflexión venía
ocasionada porque seguramente esperamos demasiado del Estado, y no precisamente
de la subsidiaridad que debe impulsarle a llegar donde la sociedad no llega,
pero de ningún modo a sustituirla.
Siempre me
ha gustado más la expresión Sociedad del Bienestar que Estado del Bienestar.
Éste es bueno para todos, muy especialmente para los más necesitados, pero los estatismos reinantes en
Europa -sean cual sea el signo político del gobernante- acaban con la creatividad, impulso y
capacidad de emprender de muchos ciudadanos y de sociedades menores.
Desgraciadamente, ahora estamos comprobando el error de tal régimen. Y digo
desgraciadamente, no por el descubrimiento del yerro, sino por las
consecuencias sufridas por tantos y tan hondamente.
Pío XI afirmó que no se debe usurpar a los
individuos sus posibles realizaciones para darlas a las comunidades, ni tampoco
ha de apropiarse el Estado de lo que logran acometer las sociedades menores. La
razón reside en que la persona es el protagonista de la vida social: posee una
inalienable dignidad no cedible a nadie.
Es ella quien configura la sociedad y, en último término, el Estado. Y no al
contrario, como viene sucediendo. Cada uno es muy libre de ser estatista cuando
lo desee, por ejemplo en el campo de la enseñanza, aunque existan muchos
centros educativos estatales semivacíos, con más gastos de personas y dinero o
televisiones inviables. Allá el. Pero peor que los problemas económicos
originados, es la desertización de la iniciativa personal y social.
Estamos
bien porque estamos muy mal. Bien, para observar con mejor claridad que el orden social debe subordinarse a lo conveniente
para la persona, capaz de crear entidades que busquen el bien común, al que
debe referirse todo aspecto de la vida social para encontrar plenitud de
sentido. Ese bien común no es una simple suma de bienes particulares, sino algo
indivisible y que solamente juntos podemos alcanzar, acrecentar y custodiar.
Siendo prioritaria la persona, ha de saber que no debe buscar su realización
sólo en sí misma, no puede prescindir de su ser "con" y
"para" los demás. Esta realidad le impone no una simple convivencia,
sino la búsqueda incesante del bien que se encuentra en las formas de vida
social existentes.
Lo que
vengo comentando tiene una excepcional aplicación al amplio mundo laboral, pues
el hombre es sujeto del trabajo como persona. En su sentido objetivo, el
trabajo -actividades, recursos, técnicas de producción- es muy variable porque
el hombre inventa, crea, da vida a diferentes modos de elaboración, investiga,
etc. En cambio, la dimensión subjetiva es estable porque, aunque muden los
avances, no se altera la dignidad del ser humano.
Pues bien,
es la hora de la sociedad tanto en un sentido como en otro: no podemos esperar
sólo del Estado ni las mejoras en la actividad laboral ni el cuidado de la plenitud
de la persona. A mi modo de ver, ni
podemos ni debemos esperarlo. Hay razones ya expuestas sucintamente pero,
además, está el claro fracaso del estilo en que hemos venido actuando. Así como
hablamos del fiasco de los sistemas comunistas con el apellidado socialismo
real, no es malo que descubramos esta especie de herencia constituida por el estatismo que padecemos, adrede y progresivamente
ignorante de la persona y de la
sociedad, hasta llegar a confundirla con el mismo Estado.
Sobre esa privativa
dignidad de la persona trabajadora -siempre haciendo algo para alguien- ha de cumplirse
esta hora de la sociedad. No es tarea fácil, porque no lo son ni las
condiciones económicas ni un modo de vida habituado a que el Estado ejecute
todo, en lugar de pensar en él como un ente subsidiario de las personas y de la
sociedad para llegar donde ellos no alcanzan. Y las cosas surgen cuando nos ponemos a ello.
No saldrán
confundiendo lo público con lo estatal porque no hemos aprendido a valorar la
dimensión pública de todo trabajo y de cualquier sociedad, también porque con
no poca frecuencia lo no estatal ha sido sinónimo de enriquecimiento quizá no
muy limpio. Aunque ahora andemos de susto en susto por la corrupción de
personas en entidades estatales. Sólo una sociedad de emprendedores, de hombres
creativos lanzados al bien común, de sujetos generosos incapaces de la usura,
de sociedades con praxis de buen gobierno, seremos aptos para salir de esta
crisis económica y de la humana: más honda y causa de la primera.
Vamos a
dejar de esperarlo todo del Estado y advirtamos cada uno qué tareas puede
emprender sin esperar a tiempos mejores. Estamos en una tierra en la que hay
muchas gentes idóneas. Es su hora, el momento de crear empresas que sean
auténticas sociedades de personas, aunque los tiempos sean malos; precisamente
porque son malos. El reciente Premio Cervantes ha declarado que detesta
"el realismo plano de vuelo rasante".
No hay comentarios:
Publicar un comentario