“La Navidad no es sólo la fiesta de Dios que se hace hombre, es también la fiesta de la familia y de la vida. Nos nace un niño, se nos da un hijo” [1] . Hoy es la fiesta de la Sagrada Familia, en cuyo seno nació y creció el Hijo de Dios, que se hace hombre. En este día se celebra en todas las diócesis españolas la Jornada por la Familia y por la Vida, dos realidades ahora unidas en una misma festividad.
Tenemos
el gozo de contar desde el 27 de abril del año que termina con una Instrucción
Pastoral, aprobada y publicada por todos los Obispos de España en sesión
plenaria. “La Familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad”
proyecta una mirada a nuestra sociedad y nuestra cultura, desde la fe en Dios y
el aprecio por el ser humano. He aquí algunas palabras de este documento que
muestran la preocupación de los obispos: “Las
circunstancias actuales de la sociedad española hacen que sintamos – escriben –
junto con una gran esperanza, una grave preocupación por la situación de la
familia y de la vida humana de los más débiles… En España, la familia padece
graves males y es hora de afrontar sin complejos sus causas y sus soluciones…
Las leyes que toleran e incluso regulan violaciones del derecho a la vida son
gravemente injustas. Ponen en cuestión la legitimidad de los poderes públicos
que las elaboran y promulgan” [2] .
La
Instrucción Pastoral, sin embargo, es sobre todo una proclamación de la verdad
y la belleza del matrimonio, de la familia y de la vida humana. Éstos son
precisamente los tres aspectos que deseamos proclamar en esta Jornada por la
Familia y por la Vida. Con esta ocasión, en efecto, los Obispos de la
Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida dirigimos este mensaje a
todas las familias cristianas y a cuantas personas aman la vida y desean
promoverla.
1. La familia, realidad insustituible
En
la familia, el amor se hace gratuidad, acogida y entrega. En la familia cada
uno es reconocido, respetado y valorado por sí mismo, por el hecho de ser
persona, de ser esposa, esposo, padre, madre, hijo o abuelo. El ser humano
necesita una “morada” donde vivir. Una de las tareas fundamentales de su vida
es saberla construir. Todo hombre y mujer necesitan un hogar donde sentirse
acogidos y comprendidos. El hogar es para el hombre un espacio de libertad, la
primera escuela de humanidad. En la convivencia familiar se aprende también a
vivir la fraternidad y sociabilidad, para poder abrirse al mundo que nos rodea.
Por eso, la familia es la verdadera ecología humana, el hábitat natural.
Si
dentro de la familia nos fijamos en los esposos, merece la pena leer lo que
decía el escritor Tertuliano:
“Quién
podrá explicar la felicidad del matrimonio que consagra la Iglesia, confirma la
oblación del sacrificio, sella la bendición del sacerdote, lo anuncian los ángeles
y ratifica el Padre celestial…? ¡Qué unión la de los dos fieles que tienen la
misma esperanza, el mismo deseo, la misma disciplina, el mismo Señor! Dos
hermanos, comprometidos en el mismo servicio: no hay división de espíritu ni de
carne; realmente son dos en una sola carne. Donde hay una sola carne, allí
también un solo espíritu. Oran juntos, juntos se acuestan, juntos cumplen la
les del ayuno. Uno al otro se enseñan, uno al otro se exhortan, uno al otro se
soportan. Juntos pasan las angustias, las persecuciones y las alegrías. No se
ocultan nada el uno al otro, todo es compartido, sin que por eso sea carga el
uno para el otro…” (Ad uxorem, 9).
Por
esta razón, hemos de denunciar una vez más los denominados “nuevos y
alternativos modelos de familia”. Nos parecen pobres y raquíticos, y más si se
presentan frente a la que es llamada, muchas veces con desprecio, “familia
tradicional”. Todavía nos parece más perniciosa la equiparación de las uniones
de las uniones de hecho al verdadero matrimonio y a la verdadera familia.
También manifestamos nuestra tristeza por la difusión del matrimonio meramente
civil entre bautizados, y la expansión de la mentalidad divorcista. En esa
óptica, el divorcio es concebido como un derecho, pero en realidad oculta el
drama humano y social que supone el fracaso del matrimonio. Nuestra sociedad
oculta y tampoco denuncia el tremendo síndrome del post-aborto que tanto dolor
y sufrimiento provoca en las madres que, en unas circunstancias sin duda
difíciles de su vida, no apostaron por la vida.
2. La familia y su misión de transmitir la vida y educar a los
hijos
La
familia, comunidad de vida y amor fundada en el matrimonio, tiene como misión
la transmisión de la vida y la educación de los hijos. Sólo por esto sería ya
institución imprescindible en la sociedad. La familia es verdaderamente “el santuario de la vida, el ámbito donde
la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada, contra
los múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarollarse según las
exigencias de un auténtico crecimiento humano” [3]
El
amor de los esposos es la primera relación que conforma la familia. Luego, la
relación paterno-filial, cuya falta, por los más variados motivos, es siempre
un primer drama en la vida de las personas. También las relaciones de
fraternidad, que tienen una riqueza singular que no se encuentra en otras
relaciones humanas; es la riqueza de compartir en igualdad un único amor: el
amor de los padres. Tampoco puede olvidar la familia, la atención y el cariño
especial que debe prestar a los ancianos y a otros miembros débiles, porque la
familia, pequeña iglesia, está llamada al servicio de todos los que la forman,
y especialmente de los más necesitados; de este modo vive “el amor preferencial
por los pobres”: recién nacidos, deficientes, enfermos y ancianos
La
convivencia familiar se convierte, así, en escuela de fraternidad y
solidaridad, que nos abre igualmente a la solidaridad con otras familias, para
la construcción de un mundo mejor. Servir al evangelio de la vida supone
también que las familias se impliquen activamente en asociaciones familiares y
trabajen para que las leyes e instituciones del Estado no violen de ningún modo
los derechos humanos, entre los cuales está en primer lugar el derecho a la
vida, desde la concepción hasta la muerte natural, sino que los defiendan y
promuevan.
3.- La Navidad, fiesta de la familia y de la vida
Frente
a tantas amenazas y asechanzas como surgen a veces entre nosotros contra la
familia, célula primordial de la sociedad, todos debemos tomar conciencia de
nuestra responsabilidad como creyentes: la familia sana es el fundamento de una
sociedad libre y justa. En cambio, la familia enferma descompone el tejido
humano de la sociedad. Tenemos la oportunidad, en estos días de Navidad de
tantos encuentros de familia, de sentir ante el belén la llamada a amarla más,
y a servir y defender la vida humana, especialmente cuando es débil e
indefensa.
El
evangelio del día de la Sagrada Familia nos habla precisamente de su huida a
Egipto. “Levántate, toma al
niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque
Herodes va a buscar al niño para matarlo”. Como entonces, está en
peligro el mayor tesoro de la familia, el hijo. La vida del Hijo de Dios está
amenazada desde su nacimiento, por la pobreza y la persecución. El Hijo de Dios
fue también, por un tiempo, emigrante y exiliado. Herodes atentaba contra la
vida del niño, y, al verse burlado por los Magos, mandó matar a todos los niños
de Belén y sus alrededores. Los Santos Inocentes de Belén son los primeros de
tantos niños inocentes, víctimas de los intereses egoístas de los mayores.
Especial
mención hemos de hacer, en esta Jornada por la Familia y por la Vida, a las
víctimas inocentes del aborto provocado. Ninguna circunstancia, por dramática
que sea, puede justificar el que se mate a un ser humano inocente. No se
soluciona una situación difícil con la comisión de lo que el Concilio ya
calificó de “crimen abominable”. Por desgracia, en no pocas ocasiones, las
mujeres gestantes, abandonadas a su propia suerte e incluso presionadas para
eliminar a su hijo, acuden al aborto como autoras y víctimas a la vez de esta
violencia. Las penosas consecuencias – fisiológicas, psicológicas y morales –
que padecen estas mujeres reclaman la atención y acogida misericordiosa de la
Iglesia [4] .
Como
decía Juan Pablo II, en el V aniversario de la encíclica Evangelium Vitae, “no tiene razón de ser una mentalidad
abandonista que lleva a considerar las leyes contrarias a la vida – las leyes
que legalizan el aborto, la eutanasia, la esterilización y planificación de los
nacimientos con métodos contrarios a la vida y a la dignidad del matrimonio –
son inevitables y ya casi una necesidad social. Por el contrario, constituyen
un germen de corrupción de la sociedad y de sus fundamentos. La conciencia
civil y moral no puede aceptar esta falsa inevitabilidad, del mismo modo que no
acepta la idea de la inevitabilidad de las guerras o de los exterminios
interétnicos” [5] .
En
estos días de Navidad que traen a nuestra meditación el nacimiento y la
infancia del Hijo de Dios hecho hombre, en esta fiesta de la Sagrada Familia
que ve amenazada la vida de su hijo recién nacido, sentimos el vivo deseo de
reafirmar con energía que la familia, toda familia está llamada a ser santuario
de la vida, lugar de acogida y amor para todos sus miembros.
Nota
de la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida de la Conferencia
Episcopal Española.
No hay comentarios:
Publicar un comentario