"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 15 de septiembre de 2015

María junto a la cruz

La Virgen junto a la cruz nos da otro mensaje: la cruz vale, es absolutamente necesaria para ser feliz. 

La voluntad de Dios significó dolor, renuncia, humillación, obediencia, silencio, ocultamiento, insultos, desprecio, hasta el momento culminante de la cruz, cuando se consumó también para Ella su pasión junto a su Hijo amado. María no tuvo nunca voluntad propia, pues su vida, su ilusión, su gozo, su paz fue siempre lo que Dios le fue descubriendo como fruto de aquel sí generoso de la anunciación.

María junto a la cruz muestra más claramente el papel que juega María en la misión de su Hijo. Vimos antes que María, en su piedad, nunca fue una persona que se aislaba de su pueblo: al orar ella lo hacía como una hija de Israel. Ahora es miembro del nuevo "Israel" que es la Iglesia o nuevo pueblo de Dios fundado por su Hijo.

¿Cuál va a ser la función de María en este nuevo pueblo de Dios? Tenemos la gran ventaja de tener a nuestras espaldas más de 2000 años de reflexión teológica sobre esto. La Tradición de la Iglesia responde espontáneamente que es ser "Madre". La Iglesia tiene una Madre, pero ¿por qué era necesario que la Iglesia tuviera una Madre?

Con la ausencia visible de Jesús a través de su muerte, los discípulos iban a quedarse huérfanos. Para suplir esa orfandad forzada por la muerte de Jesús, Él mismo los encomendó a su Madre. Lo que cada uno tiene que hacer con María es "recibirla en su casa" al estilo de San Juan Evangelista.

Este recibir a María "en su casa" es sólo una imagen para indicar una realidad más profunda: hay que tener a María como Madre, como intercesora, como ejemplo... Esto es todo lo que viene a nuestra mente al pensar en la analogía de "Madre".

No podemos pasar por alto el hecho mismo de que María estaba junto a su cruz, acompañando a su Hijo. Aquí nos muestra una faceta que ya conocemos bastante bien de su personalidad: su gran fortaleza de espíritu. El hombre delante del sufrimiento se dobla fácilmente. No aguanta ver el sufrimiento, especialmente de sus seres queridos. Es común que la mujer se afecte ante escenas sangrientas y ciertamente es bien comprensible, tomando en cuenta la gran finura de alma de la mujer.

La imagen que nos da el Evangelio de María junto a la cruz ciertamente no es de una mujer histérica, maldiciendo a los verdugos y torturadores de su Hijo. Tiene dominio de sí misma, tratando de comprender el por qué su Hijo se dejaba tratar así. Es como si la madre de un soldado contemplara a su hijo dejándose torturar por personas muy inferiores a él en fuerza física, sin hacer nada por defenderse. María sabía que Él podía liberarse como supo que podía cambiar el agua en vino en Caná.

La fortaleza de María puede decir mucho al hombre moderno tan acostumbrado a lo fácil y lo muelle. El hombre trata de erradicar la cruz de su vida. No sólo desaparece de las paredes de las casas y de las escuelas, sino especialmente de los corazones de los hombres. Parece ser que para muchos es un símbolo de poco progreso, reminiscencias de la edad media, de tiempos superados... Sin embargo, la Virgen junto a la cruz nos da otro mensaje: la cruz todavía vale, es absolutamente necesaria para ser feliz.


Por: P. Fintan Kelly

lunes, 14 de septiembre de 2015

Escuchaba con los ojos

Dios se revela en la Palabra que necesita ser escuchada, para que nazca la fe y se dé el cambio en la persona. 

Había oído la expresión hablar con los ojos, pero nunca había visto escuchar con los ojos, si se puede decir así. Y es cierto; lo vi en una misa, en directo, en la catedral de san Agustín.

El P. Rene Robert hablaba a los sordomudos en su lenguaje. Cuando él callaba, Maureen Ann Longo traducía a los presentes. Johnny Mayoral, que hacía de monaguillo, tenía una traductora para él sólo. Al presenciar esta maravilla de comunicación pensé que Dios habla a cada uno acomodándose a nuestro lenguaje.

El Señor se complace en aquellos que escuchan su palabra y los colma de bendiciones (Gn 22,17), da vida al alma (Is 55,1-3) y establece su morada en medio de su pueblo (Lv 26,12). Escuchar a Dios es la fuente de la felicidad y de la vida. Hemos de escuchar a Dios en el momento presente y llevar lo que se escucha a la vida.

Dios nos escucha en silencio y propone el mismo método para escucharle. "Dios es la Palabra y, al mismo tiempo, el gran Oyente, que acoge nuestras palabras dispersas, despeinadas, inquietas, y les va restituyendo su profundidad. Quien se ha ejercitado en oír y escuchar el Silencio es capaz de entender lo que no es dicho", dice Melloni.

Dios habla, se revela, pero hace falta que alguien recoja su palabra lanzada. Dios se revela en la Palabra que necesita ser escuchada, para que nazca la fe y se dé el cambio en la persona. La fe nace de la escucha.

El Señor constantemente suplica a su pueblo que le escuche: "Escucha, Israel" (Dt 6,4). "Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios" (Jr 7,23). "Éste es mi hijo muy amado... Escuchadlo" (Mc 9,7). La escucha es la condición primera y fundamental para el amor de Dios, y es este amor a Dios el mejor fruto que se puede conseguir. Todo el afán de la Sabiduría será llevar al creyente a la escucha.

Escuchar supone abandonarse en fe, esperanza y amor, tener la misma actitud de Abraham, Samuel y María. La escucha requiere confianza en los interlocutores.

Quien es de Dios escucha a Dios (Jn 8,47) y ha de escuchar al pobre, al huérfano y al necesitado (St 5,4). Escuchar la voz del Señor es no endurecer el corazón (Hb 3,7). Quien escucha al Señor encontrará vida en su alma (Is 55,2-3). Todo el que es de Dios escucha sus palabras (Jn 8,47) y las pone en práctica (Mt 7,26). Todo el que pertenece a la verdad escucha su voz (Jn 18,37).

Dios me habla hoy, a mí, en este mismo momento. Él quiere dialogar conmigo. Me ofrece su vida y su amistad.

Quien quiera tener vida deberá alimentarse de todo lo que sale de la boca de Dios, tendrá que escucharlo "hoy" y grabarlo en el corazón.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro 

domingo, 13 de septiembre de 2015

"Test" para saber si me salvo


Reflexiones para el cristiano de hoy


Hay una manera, una especie de test para saberlo, y es hacerse estas cuatro preguntas 


Lo único necesario, según Dios, es nuestra salvación eterna. Pero uno se puede preguntar, se debe preguntar: ¿Ese último día, el día en que se van a repartir los puestos del cielo, de la felicidad eterna o de la infelicidad eterna, ¿dónde estaré yo? ¿Estaré a la derecha? ¿Estaré a la izquierda?

Hay una manera, una especie de test para saberlo, y es hacerse estas cuatro preguntas. Una vez que se responden, puede uno, de manera relativamente segura, adivinar si ese día estará a la derecha o estará a la izquierda.

La primera pregunta es: ¿Qué me dice mi pasado? Por pasado se puede entender toda la vida desde el uso de razón: aproximadamente desde los siete u ocho años hasta el día de ayer. ¿Qué me dice esa vida? ¿Me deja tranquilo, no me preocupa? ¿Puedo seguir igual, o debería cambiar radicalmente, para lograr un día llegar a la puerta del cielo?. Esa sería la primera pregunta: ¿Qué me dice mi pasado? Para los más jóvenes este pasado es breve, para otros es el período quizá más largo; por lo tanto ese pasado tiene mucho que decirme.

La segunda pregunta es: ¿Qué me dice mi presente? Por presente podemos tomar en cuenta lo que llevamos de este año. ¿Qué me dice ese presente? ¿Puedo decir que es el mejor año; puedo decir que está siendo ya un año muy malo, el peor incluso? ¿Puedo continuar igual y no habrá problemas, o realmente debo de dar un cambio radical?.

Tercera pregunta: ¿Qué me dice mi futuro? Ciertamente el futuro no se puede adivinar fácilmente; sin embargo, hay una manera de auscultarlo, una manera de adivinarlo y es el preguntarme si, a medida que pasa el tiempo, voy mejorando o voy empeorando; porque la línea tiende a seguir en la misma dirección. Si voy mejorando, lo normal es que continúe mejorando. Si voy cada vez peor, lo normal es que la línea siga bajando, que siga empeorando. Por eso uno puede adivinar el futuro de su propia vida, viendo cómo va esa línea. Va hacia arriba, va hacia abajo: así tenderá a seguir.

La cuarta pregunta puede ser ésta: ¿Qué me dice mi ambiente? Por ambiente tomo todo el entorno social en que me muevo, comenzando por mi familia, mi esposo, esposa, mis hijos, mis otros parientes, lecturas que tengo, lugares de diversión, lugares de esparcimiento, viajes, trabajo profesional, amistades y todo lo que me rodea. ¿Qué me dice ese ambiente?, o dicho de otra manera, si sigo con ese ambiente, yendo a esos lugares, leyendo lo que leo, viendo lo que veo, teniendo los amigos que tengo, ¿qué va a ser de mí? Muchas veces sucede aquello de :"dime con quién andas, y te diré quién eres”. Muchas veces ocurre que un buen ambiente mejora a las personas, pero también se da el caso de que personas muy buenas y muy sanas se van corrompiendo, cada vez más, con un ambiente adverso.

¿Qué me dice mi pasado, mi presente, mi futuro? ¿Qué me dice mi ambiente? Cada uno puede responder a esas cuatro preguntas, y adivinar, de una manera más o menos convincente, dónde se encontrará ese día: a la derecha o a la izquierda.

Recordemos, para concluir, que Dios no dice: “Hay una cosa muy importante”, sino: “hay una sola cosa necesaria, que es nuestra salvación”. El que logra arreglar este punto, ha logrado arreglar todo; pero el que arregla todo menos esto, su propia salvación, podría recordar aquella frase del mismo Maestro, ¿"De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma ¨?.


¿Qué te dice tu pasado, tu presente, tu futuro, tu ambiente? Tú lo sabes. Sabes ahora que lo más probable es que te salves... o que no te salves.


Por: P. Mariano de Blas LC

sábado, 12 de septiembre de 2015

Con María, bajando la montaña

No temas el descenso, no bajas sola. Aquel cuya luz es inextinguible, baja contigo. 


Hoy he leído acerca de la Transfiguración.

Muchas veces he pensado, Madre, en el momento de la Transfiguración de tu Hijo.

Muchas veces te has querido quedar allí arriba, en la montaña ¿verdad?- me susurras al alma y me siento en paz por saber que no tengo secretos contigo.

- Así es, Madre, muchas veces el alma se siente tan plena y feliz de saberse tan amada por Tu hijo, por Ti, que quisiera que el tiempo se detuviese allí ¿Porqué es tan difícil, María, seguir a Jesús cuando baja de la montaña?

Alargas tu mano y me conduces al sitio donde Pedro mira, entre extasiado y atemorizado, la bellísima escena de la Transfiguración y dice: “Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”(Mc 9,5)

Fíjate hija- murmuras a mi corazón-cuán grande es el gozo de Pedro ante la Majestad de Cristo. Ni siquiera tiene lienzos para tantas carpas, pero la fuerza de su corazón le lleva, en esta hora, a querer levantar carpas aún sin lienzos.

Corazón extasiado. Admiración sin límites. Tiendas sin lienzos.

- ¿Cuántas de estas carpas has proyectado, hija mía?

- Muchas, Madre, demasiadas…

¿Lograste levantar alguna? -me preguntas, invitándome a que yo misma me pregunte.

- Ninguna, Señora, ninguna. Debí bajar de la montaña demasiado rápido. A veces hasta rodando cuesta abajo y lastimándome con cuanto arbusto espinoso se cruzaba en mi camino. No supe quedarme arriba, en la montaña… lo siento, Madrecita…

No te angusties, amiga. Eso es lo que espero de ti. Espero que bajes, no que permanezcas. Se te es permitido subir para que, cada vez que bajes, sientas que el ascenso no fue en vano.

- ¿Cada vez, Señora? ¿Como “cada vez”? ¿Es que, acaso, he de subir muchas veces yo a la montaña a contemplar el esplendor de tu Hijo?

Pues si, querida, si. Precisamente de eso se trata. Verás, subir la montaña no es fácil, es camino escarpado, a veces árido y difícil. Aunque por momentos hallarás oasis perfectos. Es camino largo y delicado, pero lo que te espera en la cima bien vale el esfuerzo ¿verdad?

- Madre, perdona mi gran torpeza, pero siento que hablas con palabras conocidas… siento que son…. caminos conocidos, como si… ya los hubiese caminado.

Y el silencio de la parroquia se inunda de tu delicado perfume y las piedritas de tu manto brillan iluminando el alma…

Busca, hija, busca en tu interior la respuesta. Busca hija, que el que busca encuentra.

- Madre, el camino a la montaña es... ¿El camino de la oración? ¡Oh Madre! Entonces… entonces siento que mi corazón ha vivido lo que el de Pedro muchas veces.

Y también como él quisiste quedarte allí…

- Si, Madre, no sé como se vuelve y, muchas veces, ni siquiera sé que es volver.

Continúa la Misa y siento que comienzo a subir la montaña.

Me tomas como Jesús a Pedro, y camino contigo en espera del milagro.

Y las palabras de la plegaria de la Misa se tornan en pasos… pasos ascendentes hacia la cima. Mi alma quiere estar muy atenta a tales pasos, porque cada uno, cada palabra de la plegaria, prepara el alma para el encuentro.

Las vestiduras blancas de Jesús. La blancura del Pan que se lleva como ofrenda. Y canto el “Santo”. Por la Bendita Comunión de los Santos, sé que no canto sola, que hermanos lejanos, en distancia y tiempo, cantan conmigo.

Y el milagro llega.

Y los ojos del alma ven el esplendor de Su Amor entre las manos del sacerdote, en la Consagración.

- Madre, Jesús brilla para mí, brilla para cada uno de los que aquí estamos, el brillo es interior y sólo puede verse con los ojos del alma.

Falta el último paso.

El abrazo.

Voy de Tu Mano, Madre. En Tu Corazón le recibo. ¡Oh Bendito Jesús Eucaristía!. El abrazo es pleno, único. Conoces, Maestro, cada una de las súplicas de mi corazón.

Me abrazas, Jesús, en el Corazón de tu Madre. Quisiera detener el tiempo, aunque fuesen sólo unos instantes. Sé que no es posible.

Hija, es tiempo de bajar… es tiempo…

La Misa ha terminado. Mis pasos me llevan de regreso a la cotidianeidad de mis días.

Bajar la montaña, Madre. Siento que no bajo sola. Como Jesús bajó con Pedro, Santiago y Juan, siento que ahora también baja conmigo…. Y además, tengo tu compañía, Maria…. ¡Madre, bajar así no es tan duro! Las espinas siguen estando, duelen María, pero tú curas las heridas…

-¿Has notado, hija, que hay en la cumbre flores que sólo crecen allí?

- ¡Oh, sí, Señora, lo he notado! Y son bellísimas en verdad.

Y para sorpresa de mi alma, sacas de Tu Corazón una flor de las de la cumbre.

Toma, hija, para que aspires su perfume cada vez que sientas que el encuentro ha quedado lejano en el alma. Que la realidad del valle te supera y te lastima. Cada vez que sientas que hay demasiadas paredes y ninguna puerta….

La flor de la cumbre. La Comunión espiritual. ¡Oh dulce regalo del Maestro!....

Y mientras acaricio los pétalos de tan dulce flor, doy los últimos pasos sobre la montaña. Ya todo es valle. He de caminar en él con la misma alegría que sentí en la cumbre ¿Podré, Madre?

Ente mis manos la flor es respuesta. Flor de cumbre escarpada. Flor para algunos

- ¿Para quienes, María?

- Para los que la ansíen.

Cumbres escarpadas. Blanquísimo Pan. Carpas sin lienzo. Descenso con Cristo. Todo junto en el alma va tomando su lugar…

Gracias, Maestra del alma. Cuan experimentadísima alpinista, me esperas en cada Misa para subir hasta el milagro, para bajar fortalecida, para enseñarme a ser luz para los que aun no han subido, para los que ni siquiera imaginan que hay montaña.



Amigo mío, amiga mía que subes con Maria tantas veces la montaña. No temas el descenso, no bajas sola. Aquel cuya luz es inextinguible, baja contigo… Y si te apresuras tanto que le dejas lejos, no te angusties, siempre puedes volver. La oración hará que halles tus pasos en la arena, que encuentres el camino, que vuelvas a subir….
Por: María Susana Ratero


NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."

viernes, 11 de septiembre de 2015

Tú, ven a Mi porque te veo agobiado y afligido

¿Cómo es que Tú, colgado de la Cruz, aún te preocupas de mí y de mis sufrimientos?

Hoy quiero hacerles un pedido personal, uno que tiene la trascendencia de darle valor a la vida que vivimos, de tal modo que al final encontremos sentido a todo el sufrimiento por el que hemos pasado.
Todos nosotros vivimos enormes alegrías a lo largo de nuestra existencia, y es en esos momentos en que debiéramos mirar al Cielo y proclamar con los brazos bien abiertos “Gracias mi Señor”. Lamentablemente, las más de las veces estamos tan ocupados “disfrutando el momento” que ni nos acordamos de quien es el Autor de nuestra existencia.
Pero, todos nosotros también pasamos por instantes de dolor, angustia, sufrimiento. Épocas en que nos sentimos inseguros sobre nuestro futuro o del de los que mas amamos, por razones de enfermedad, trabajo o persecuciones. También a veces sufrimos la traición de gente cercana, o el desencuentro, o la incomprensión. ¿Qué hacemos en esos momentos?
Hacemos muchas cosas, como quejarnos, desesperarnos, añorar los momentos en que no teníamos ese problema, caer en un estado de depresión constante. De a poco nos vamos alejando del Amor de Dios, y hasta pensamos que El por algún motivo se ha enojado con nosotros. ¿O quizás esté ocupado haciendo otras cosas? La confusión avanza, erosiona nuestra alma como una tormenta de arena que carcome y arranca de a pedacitos nuestra seguridad de ser amados por Dios.
Estos momentos de sufrimiento nos turban de tal modo que nos hacen olvidar que Jesús murió por nosotros, rebajándose a las vejaciones más inimaginables, permitiéndolo todo porque de ese modo nos daba la Salvación. Yo sé que es difícil hacerlo, pero es en esos instantes en que debemos elevar la mirada y ver los Ojos tristes de nuestro Maestro, colgado del Madero Santo, que nos dice:
“Tú, ven a Mi porque te veo agobiado y afligido”
¿Cómo es que Tú, colgado de la Cruz, aún te preocupas de mí y de mis sufrimientos? ¡Este gesto Tuyo me da una medida plena de Tu Amor por mi alma pobre y despojada de todo mérito! Así, en Tu Mirada, Señor, veo reflejado mi anhelo de estar en Tus Brazos. De bajarte de ese Madero, y subirme yo allí, para que puedas descansar aunque más no sea un poco. Hace falta mucho valor para hacerlo, lo sé, pero no soy yo el que va a realizar esa proeza de amor, sino que eres Tú el que me iluminará y sacará de este pozo oscuro en el que me encuentro hundido en este momento.
Es en estos diálogos de amor donde comprendemos que el sufrimiento nos lleva a la salvación, porque es allí donde nos configuramos a Cristo, a ese Hombre que se elevó sobre el mundo, clavado y traspasado por una lanza.
Sabemos bien lo difícil que es pasar por esta vida y entrar directamente al Reino, porque sólo por la Misericordia de Dios algunas santas personas pueden hacerlo. Para los demás, nos queda la esperanza de al menos ir al lugar de la purificación, para limpiar las manchas que quedarán en nuestra alma durante esta vida, de tal modo de poder llegar a contemplar el Rostro de Dios un día.
El Purgatorio no es un lugar grato, pese a que quienes allí van ya están salvados, lo que no puede compararse a ningún bien terrenal. Pero, también sabemos que el sufrimiento en vida, cuando es entregado en ofrenda a Dios, nos purifica y reduce las penas del Purgatorio. Por eso es que el dolor aquí es mucho menos intenso que el que sufriríamos allá, una vez pasada la puerta que separa esta vida de la eternidad.
Mi pedido hoy es que des valor al dolor, que comprendas que los sufrimientos de cualquier naturaleza se transforman en purificación de tu alma, si es que así lo comprendes y lo ofreces en oblación a nuestro Señor. Si simplemente nos quejamos y lamentamos del dolor, habrá sido dolor en vano, nada más que dolor del mundo. Jesús nos dijo “vengan a Mi los que están agobiados y  afligidos”. Su Palabra nos enseña que el dolor y las preocupaciones son una forma de llegar al Sagrado Corazón que el Padre nos ha preparado.
Por eso cuando sufras, alza tus ojos al cielo y di: “Venga a nosotros Tu Reino”

Por: P. Eduardo Rodríguez | Fuente: reinadelcielo.org 


jueves, 10 de septiembre de 2015

Presencia viva....plenitud de vida

Estar alertas para conocerte, que no estemos distraídos con una y mil cositas que no tienen valor.

Cuando estoy en tu presencia, Señor, ahí, desde el Sagrario donde me miras y me escuchas... me da gusto recordar pasajes de tu vida y pienso que a ti te gusta... ¿Recordamos?

Ya resucitado te apareces a tus amigos, a los que tanto quisiste, a los que se durmieron cuando les pediste que velasen mientras sudabas sangre y estabas lleno de tristeza...

En la primicia de tu resurrección te apareciste a la mujer pecadora, porque ya arrepentida, te amaba en entrega total,... a tus seguidores en el camino de Emaús que iban decepcionados tras la muerte del Maestro, porque eran pesimistas y en su corazón solo tenían tristeza y desánimo..., al amigo que no creyó lo que le contaron sus compañeros ... y tuvo que meter sus dedos en tus llagas y la mano en tu herida palpitante para creer, e hizo que tu, Jesús, le dijeras: - "Tomás, porque has visto has creído. Dichosos los que creen sin ver"

Y en ese momento nos llamaste dichosos y bienaventurados a todos los que en el tiempo y la distancia creemos en Ti por la fuerza y la gracia de la fe.

Te volviste a aparecer una y otro vez después de tu resurrección...no como un fantasma, no como fue la resurrección de Lázaro, que a pesar del milagro de volver a la vida, quedó sujeto a volver a morir. No como algo irreal e intocable, no, te presentaste con una realidad tangible y transfigurado al mismo tiempo. Tu ya no pertenecías a la Tierra pero vivías en ella.

Eras presencia viva, plenitud de vida.

Y como queriendo demostrar que no eras una aparición, un fantasma o figuración de las mentes de tus discípulos, te sientas con ellos, conversas con sencillez y les pides de comer....

Hubo en tu tercer encuentro, un cuadro bellísimo.

Estaban pescando. No sacaban nada. Todo la noche fatigosa y sin ningún logro.

Al amanecer, la figura de un hombre joven, en la playa, les hace señas. Se acercan, El les dice: - "Muchachos, teneís algo que comer? " ( Jn 21,5). Estaban malhumorados y te contestaron, que no. Y les dijiste: - "Echad la red a la derecha y hallareís". Así lo habían estado haciendo toda la noche pero obedecieron en silencio, quizá recordando otra ocasión parecida... ¡y las redes se llenaron!

Volvieron a mirar a la orilla buscando al desconocido y te vieron encendiendo la hoguera. Todos los corazones latían fuerte por el mismo pensamiento y Juan fue el que habló :- "Es El, el Señor!

Pedro no pudo contener su carácter vehemente y se arrojó al agua con la túnica arrollada al cuello y cuando llegó a la orilla se la puso y corrió hacia Ti.

Luego se les unieron los demás , felices y seguros. Allí estabas Tu, el resucitado pero asando un pez, como antes, como un viejo y querido amigo, como el Maestro de siempre, sencillo, tierno, bondadoso, con tu mismo estilo de mansedumbre y con la misma forma, tan especial, de partir y repartir el pan.

Y Tu, Jesús, te acercas a nosotros así, en mil formas diferentes.

Te vemos en el que nos pide pan, en el que nos pide ayuda. Tenemos que estar alertas para conocerte, que no estemos distraídos con "una y mil cositas que no tienen valor".... y no tengamos que experimentar la tristeza de que LLEGASTE Y PASASTE DE LARGO.

Que tuviste ganas no solo de comer con nosotros sino de ser nuestro alimento.... y tocaste a nuestra puerta y.... ¡no te reconocimos!.

Tú que eres, Señor, presencia viva, plenitud de vida. ¡Ayúdanos, Señor!


Por: Ma Esther De Ariño 

miércoles, 9 de septiembre de 2015

El amor de Cristo no tiene límites

El amor está en las cosas pequeñas. Soñamos con lo imposible y no hacemos lo que está a nuestro alcance.

Jesús nos amó hasta el final, dio la vida por nosotros.“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13,2).

Una de las características del amor de Cristo es que no tiene límites. Él se rompió amando, con sus palabras, con sus manos, con sus gestos, con sus actitudes. En aquella tarde, Jesús amó a los suyos como nadie los había amado hasta entonces, los amó, hasta el límite, hasta el fin, hasta el extremo, hasta dar la vida. Jesús demostró este amor al otro en el servicio y en el estar atento en las cosas pequeñas. “Se levantó de la mesa, se quitó los vestidos y, tomando una toalla se la ciñó luego echó agua en la jofaina, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a enjugárselos con la toalla que tenía ceñida” (Jn 13.5). Echar agua, lavar, secar los pies, era un oficio de esclavos. Y Jesús se convierte en esclavo, en servidor; se empobrece, se rebaja poniéndose a sus pies. Este servicio humilde y callado lo hizo Jesús con sus discípulos; quien no se deje lavar los pies por él, no tendrá parte en su reino.

Jesús fue un hombre especial, extraordinario en generosidad, bueno de verdad, que pasó haciendo el bien sobre la tierra y curando a los oprimidos por el mal, porque Dios estaba con él (Hch 10,38). Por eso Pablo aconsejaba a los cristianos como norma de vida: "Mantengamos fijos los ojos en Jesús" (Hb 12,2), para tener sus mismos sentimientos, para obrar como él. Fue enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres, a proclamar la liberación a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4,18-19). Él vino para los casos difíciles, para "salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10).

Jesús fue un hombre bueno, con una bondad de calado profundo, de inversión de valores, de búsqueda de lo esencial. Lo radical de su bondad estaba en el hecho de su estar "a la escucha" de las necesidades de los otros. Él dio su vida por todos, su entrega fue total, él no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos (Mc 10,45). Nunca condenó a nadie, trató de salvar a todos, de dar vida y de ser vida y fuente de agua viva. Toda la vida de Jesús fue una donación al Padre y se entregó como precio de nuestra liberación. El “amarás a Dios con todo tu corazón y toda tu alma”, encuentra su nueva plenitud en la palabra y en vida de Jesús. Dios, para él, es el único bueno (Mc 10,18), el Padre amoroso (Mt 5, 45) que busca la oveja perdida (Lc 15,4-7), porque es un Dios que busca y acoge lo que se había perdido (Lc 15,2).

En sus enseñanzas repetía que lo más importante era buscar a Dios, su Reino, que no se preocuparan de lo demás. Mil veces invitaba a sus oyentes a no tener miedo, a no dudar, a creer de verdad (Jn 8,46). A todos les dio ejemplo de amor y el amor fue su único mandato. El amor se concretiza en las cosas pequeñas. Soñamos con lo imposible y no hacemos lo que está a nuestro alcance. “Atender a cosas aún menudas, y no hacer caso de unas muy grandes”, porque “quedamos contentas con haber deseado las cosas imposibles y no echamos mano de las sencillas” (7M 4,14).

San Jerónimo escribió un comentario a las cartas de Juan, donde dice que cuando a Juan le preguntaban sus discípulos cristianos, constantemente respondía: “Hijos míos, amaos los unos a los otros”. Cansados los discípulos de esa machacona insistencia, le preguntaron que por qué repetía tanto lo de “amaos”. Su respuesta fue bien sencilla: “porque éste es el mandamiento del Señor, y si lo cumplimos es suficiente”.

Efectivamente, quien comprende y experimenta lo que es el amor, no puede por menos de gritar como Francisco de Asís: Dios es amor, amor, amor. Dios es amor: quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (Jn 4,16) El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor (1Jn 4,8). Por eso insistía Juan: “Amigos míos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1Jn. 4, 7). Esto mismo había encomendado Jesús a sus discípulos y les pide que se ayuden, se apoyen, se consuelen. Por eso Jesús insistirá: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros; igual que yo os he amado, amaos también entre vosotros. En esto conocerán que sois discípulos míos, en que os amáis unos a otros” (Jn 13,34-35).

Juan era un experto en la ciencia del amor, había comido junto a Jesús y había sentido el latir del corazón del Amado. En esto se ha manifestado el amor de Dios por nosotros, en que ha mandado a su Hijo unigénito al mundo para que nosotros vivamos por él (1Jn 4,9). Para Juan el amor es la piedra angular del reino de Cristo (Jn 3,16) y exhorta siempre a los hermanos al amor recíproco (2Jn 5,6). El amor de Dios se ha revelado en un acontecimiento histórico: el hecho de Jesucristo, que inaugura el tiempo de la misericordia divina. Este acontecimiento histórico, revelación única y suficiente de Dios manifiesta también que Dios no sólo ha amado y ama, sino que “es amor” (1Jn 4,8).

Juan aprendió muy bien la lección del amor, como lo más importante y como lo único que merecía enseñarse e insistir. La primera carta de Juan es una joya. De ella entresaco algunos pensamientos.
- El que ama a su hermano, ése es hijo de Dios (3,10).
- Quien ama a su hermano ha pasado de la muerte a la vida (3,14).
- Amar de verdad es dar su vida por el hermano (4,10).
- El que ama comparte sus bienes con el hermano necesitado (4,17).
- Amarnos es cumplir lo que Jesús nos mandó (3,23).
- El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios (4,7).
- Nuestro deber de amar se funda en que Él nos amó (4,11)
- Si amamos al hermano, Dios permanece en nosotros (4,12).
- Amemos, ya que Él nos amó primero (4,19).
- Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (4, 20).
- Si alguien ama a Dios, ame también a su hermano (4, 21).


Por: P. Eusebio Gómez Navarro 

martes, 8 de septiembre de 2015

La Natividad de la Virgen María - 8 de septiembre

     Natividad de la Virgen María – Milán

Natividad de la Virgen María

Son muchas las fiestas litúrgicas que se celebran en honor a la madre de Dios, la Virgen María. Sin embargó, a veces no conocemos muy bien su historia. Aquí se explica el origen de la presente festividad, la Natividad de María. Como se explica, esta celebración nos llega por el legado de los primeros cristianos, y además gracias a ella se pudo poner fecha (8 de diciembre) a la solemnidad de la Concepción Inmaculada de María.

Historia y orígenes de la fiesta
Con este nombre se celebra una fiesta el 8 de septiembre. No se trata, como en las fiestas de la Asunción y de la Inmaculada, de un dogma, sino de una conmemoración.
La celebración de la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, es conocida en Oriente desde el siglo VI. Fue fijada el 8 de septiembre, día con el que se abre el año litúrgico bizantino, el cual se cierra con la Dormición, en agosto. En Occidente fue introducida hacia el siglo VII y es una de aquellas cuatro principales fiestas de María en honor de las cuales el PapaSergio I organizó una solemne procesión que salía de la iglesia de San Adriano en el foro romano y terminaba en Santa María Mayor, donde se celebraba la Misa.
El Evangelio no nos da datos del nacimiento de María, pero hay varias tradiciones. Algunas, considerando a María descendiente de David, señalan su nacimiento en Belén. Otra corriente griega y armenia, señala Nazareth como cuna de María.
Los orígenes de esta fiesta hay que buscarlos en Oriente y probablemente en Jerusalén. Ya en el siglo V existía en Jerusalén el santuario mariano situado junto a los restos de la piscina Probática, o sea, de las ovejas. Debajo de la hermosa iglesia románica, levantada por los cruzados, que aún existe -la Basílica de Santa Ana- se hallan los restos de una basílica bizantina y unas criptas excavadas en la roca que parecen haber formado parte de una vivienda que se ha considerado como la casa natal de la Virgen.
Esta tradición, fundada en apócrifos muy antiguos como el llamadoProtoevangelio de Santiago (siglo II), se vincula con la convicción expresada por muchos autores acerca de que Joaquín, el padre de María, fuera propietario de rebaños de ovejas. Estos animales eran lavados en dicha piscina antes de ser ofrecidos en el templo.
El primer testimonio de la fiesta es un himno de Román el Melodo (año 560). Para San Andrés de Creta (740) esta fiesta es ya una antigua tradición. En Occidente se introdujo en el siglo VII. Además de la noticia del Liber Pontificalis referente a la procesión ordenada por Sergio I, tenemos el testimonio de los sacramentarios romanos a partir del Gelasiano antiguo. No obstante, la fiesta se propagó muy lenta y desigualmente en Occidente: en Milán en tiempo de Beroldo (1124) era desconocida, no obstante hallarse consignada en los Martirologios.
Amalario ni siquiera hace mención de la misma. En cambio, en el Concilio de Reims (630) se prescribe como día festivo. A partir del siglo XI-XII se halla generalmente establecida. La octava fue debida a un voto de los cardenales en el difícil cónclave de 1241. Gregorio XI (1378) la dotó de una vigilia.
Es la fiesta patronal de muchísimos santuarios y es así un bella manera de simbolizar el nacimiento espiritual de la Virgen en muchos pueblos. En los nuevos libros litúrgicos promulgados por Pablo VI, esta fiesta ha sido muy revalorizada, principalmente, por sus dos himnos nuevos: uno de autor anónimo del s. X y otro de S. Pedro Damián.
La fiesta tiene la alegría de un anuncio premesiánico.  Es por eso, que esta celebración, como enseña San Andrés de Creta es, “el principio de las festividades y sirve como puerta hacia la gracia y la verdad.” San Juan Damasceno dijo: “el día de la natividad de la Madre de Dios es festividad de alegría universal, pues a través de Ella se renovó todo el género humano, y la aflicción de la madre Eva se convirtió en alegría” (homilía que pronunció un 8 de septiembre en la Basílica de Santa Ana).

Poesía a la Natividad de María
(Lope de Vega)
Canten hoy, pues nacéis vos,
los ángeles, gran Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Canten hoy, pues a ver vienen
nacida su Reina bella,
que el fruto que esperan de ella
es por quien la gracia tienen.
Digan, Señora, de vos,
que habéis de ser su Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Pues de aquí a catorce años,
que en buena hora cumpláis,
verán el bien que nos dais,
remedio de tantos daños.
Canten y digan, por vos,
que desde hoy tienen Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Y nosotros, que esperamos
que llegue pronto Belén,
preparemos también,
el corazón y las manos.
Vete sembrando, Señora,
de paz nuestro corazón,
y ensayemos, desde ahora,
para cuando nazca Dios. Amén.
 Enlace al artículo original: http://www.primeroscristianos.com/index.php/santo-del-dia/santoral/item/1347-la-natividad-de-virgen-maria-8-de-septiembre

lunes, 7 de septiembre de 2015

Somos una... solo una Iglesia

Jesucristo dotó a su única Iglesia de una estructura jerárquica que hemos de respetar, aceptar plenamente. 

Todos los cristianos somos hoy conscientes de lo que significan esas palabras tiernas y emocionadas de Jesús en la Ultima Cena, cuando le pedía al Padre: ¡Que sean uno!...

Jesús conocía de sobra nuestra tendencia a la división. A capitanear cada cual su grupo haciendo imposible la cooperación, aunque sea para la causa más justa y más santa.

Esto es muy propio nuestro desde que Satanás en el paraíso metió tan profundamente en nuestro ser el orgullo de que él está lleno, porque Satanás no es más que orgullo y desamor. Jesús preveía el mal que se echaría sobre su Iglesia, y pide a gritos: ¡Unión! ¡Unión! ¡Unión!... Unión en la única Iglesia mía. Los hermanos que vivimos separados, entendemos hoy muy bien este anhelo de Jesucristo, y por eso buscamos la unión entre todos los cristianos.

El director de una revista anotaba hace ya mucho tiempo cómo la sociedad se iba dividiendo hasta pulverizarse. Pero fue optimista, y mirando a las diversas Iglesias cristianas expresó así su pensamiento:
- Nos hallamos dolorosa e injustamente pulverizados. Pero esto es providencial. El polvo se puede amalgamar, y convertirse en una masa compacta, dura, resistente.

Muy bien dicho. La Iglesia, en la mente de Jesucristo, es la llamada a unir a la Humanidad en el amor, pero para ello debe empezar por estar unida ella misma, tal como la instituyó su fundador Jesucristo.

El Papa Pablo Sexto, que vivió intensamente el misterio de la Iglesia, decía en una de sus primeras catequesis:
La Iglesia es UNA, por la unidad de la fe, por la unidad del culto, por la unidad de la autoridad suprema.
Tiene una unidad estructural y orgánica: es un cuerpo, un edificio, un reino. Es comunitaria y es jerárquica. Es orgánica y concorde.

Lo confesamos con ese canto hermoso, de inspiración paulina:
- Un solo Señor, una sola fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre...
Y esto, como lo ha querido Jesucristo, dirigidos y aglutinados en una autoridad visible, el Papa, que hace las veces de Jesucristo, por voluntad expresa del Señor.

Es conocida la visita de aquellas mujeres japonesas al primer misionero que llegó al Imperio del Sol naciente después de tres siglos cerrado al Occidente. Ya la narramos una vez en nuestros mensajes. Pues otra muy parecida realizaron unos hombres a otro Padre, en una región donde parecía que se había extinguido la religión católica. Llegan juntos, y uno saca de entre los pliegues de su vestido un Crucifijo que fue destrozado durante la persecución:
- Oye, extranjero, ¿conoces tú a éste?
- Sí; es nuestro Salvador, que murió en la cruz por los pecados de los hombres.
Los visitantes hacen con la cabeza una señal afirmativa. Sacan entonces una imagen ya muy vieja de la Virgen María:
- ¿Y sabes tú quién es ésta?
El misionero la toma, y la besa con amor:
- Sí, claro; es la Madre bendita de nuestro Salvador.
Los visitantes empiezan a sonreír felices. Pero el que capitaneaba el grupo hace la pregunta más comprometedora:
- Quisiera saber si tú conoces a un Obispo que vive en una ciudad lejana, grande, y que dice que le tienen que obedecer todos, porque Cristo lo constituyó Vicario suyo. ¿Es cierto eso?
El misionero se asombra, mientras piensa que le tienden una trampa inspirada por los mercaderes protestantes. Así y todo, les contesta:
- Sí, lo conozco también. Es el Papa, el Padre Santo, el sucesor de Pedro, y que está en Roma, y es él quien nos ha enviado a mí y a los otros misioneros católicos a vosotros para que os anunciemos la buena nueva de la Salvación y os comuniquemos la gracia de Cristo por los Sacramentos.
Era todo lo que querían saber aquellos sagaces japoneses. Llenos de alegría se tiran al cuello del misionero, gritando:
- ¡Tenemos una misma fe, tenemos un mismo corazón!
Este caso vale también por mil discursos.

Sin sacerdotes durante casi trescientos años después de las sangrientas persecuciones, pero allí estaba viva la Iglesia, UNA, con la misma fe y el mismo amor, unida con el pensamiento y el corazón a la Iglesia de Roma, que liga, une y estrecha a todas las Iglesias particulares extendidas por el mundo entero.

Mirando ahora a nuestra vida en particular, nos damos cuenta de lo que comporta el vivir, mantener y fomentar la unidad de la Iglesia. Si Jesucristo hubiera instituido varias Iglesias, y si a su Iglesia la hubiera dejado en el mundo como un movimiento inorgánico, bastaría ser cristiano sin más, cada uno como quisiera y donde quisiera. Pero, no. Jesucristo dotó a su única Iglesia de una estructura jerárquica que hemos de respetar, aceptar plenamente y mantenerla con una fidelidad a toda prueba. Romper esa unidad es desgarrar el cuerpo de Cristo.

Como sabemos esto muy bien, nosotros juramos fidelidad inquebrantable al Vicario de Jesucristo, estrechamos nuestros corazones en la unidad, y mostramos así al mundo que la Iglesia es UNA en Cristo, como es UNO el Dios que, en tres Personas distintas, permanece en unidad irrompible.


Por: Pedro García, Misionero Claretiano

domingo, 6 de septiembre de 2015

¡Dichoso el rico... por la generosidad de su ayuda!

El dinero que tantas veces es malo, se puede convertir, y se convierte de hecho, en una bendición. 

Nada más oímos la palabra dinero ya nos ponemos en guardia. Porque sospechamos que se nos va a hablar muy duramente. Y, sin embargo, también se nos puede hablar muy bellamente del dinero. Todo dependerá de la parte por la que se incline el corazón. Porque el dinero es un aliado del mal como puede ser un colaborador extraordinario del bien. El Evangelio, en esto como en todo, la palabra definitiva. Con el Evangelio en mano, se iluminan todos los problemas y para todos se les halla la solución adecuada..

La Humanidad ha caído siempre de rodillas ante el becerro de oro, contra el cual se han despedazado siempre también las tablas de la Ley de Dios. Nunca han pactado ni pactarán Dios y el dinero.

El hombre quiere ser rico y busca el dinero sea como sea, al considerarlo como la base de su bienestar, de una vida de placer, de la soberanía política sobre los demás, de la seguridad de la vida, de todo sueño de felicidad... El demonio, que de tonto no tiene nada, se lo ofreció cínicamente a Jesús:
- Todo esto te daré, sí, postrado en tierra, me adoras.

En definitiva, el dinero es la máscara atractiva que el demonio se pone para ser el dios del hombre, desplazando de su sitio al Dios verdadero, del que dice la Biblia:
- A Él sólo adorarás y a Él sólo servirás.
Esto ha sido siempre así. Pero, en nuestros días, el dinero ha abierto esa brecha insalvable entre los hombres con la llamada cuestión social. Porque contemplamos el hecho innegable de que una parte muy pequeña de los hombres acapara casi toda la riqueza del mundo, mientras que la mayoría de las gentes, llamadas del Tercer Mundo, viven en condiciones de pobreza muchas veces desesperante.

Viene la consecuencia natural de esa lucha social, que ha llegado tantas veces a las armas, y que ha hecho correr torrentes de sangre. Esta ha sido y sigue siendo la obra del dios oro.

Pero está también la obra del oro de Dios. Porque el dinero, colocado en manos que lo saben manejar, se convierte en fuente de bendiciones para muchos: para los que lo reciben igual que para quienes lo manejan.

La Biblia, en el Antiguo Testamento, nos dice unas palabras que parecen hoy desconcertantes:
- ¡Dichoso el rico... porque la generosidad de sus donativos será proclamada por la asamblea de todos los santos!

Jesús lo recomendará después así:
-¡A ganarse amigos con el dinero malvado!
O sea, el dinero que tantas veces es malo, se puede convertir, y se convierte de hecho, en una bendición.

Se me ocurre ahora la historia de aquellas zapatillas.

Un grupo de gente rica formaba una especie de club para ayudar a los pobres. Y aquel señor de la nobleza francesa visita a una amiga millonaria, a la que encuentra remendándose sus zapatillas.
- Pero, ¿por qué no se compra otras nuevas?
- Porque tengo que ahorrar para los pobres.
- Pues, mire; por ellos venía a verle, para pedirle ayuda.
La señora se levanta, saca del cajoncito el billete de banco más subido, y lo entrega al visitante con la mano izquierda.
- ¿Y por qué me lo da usted con la mano izquierda?
- Para que no se entere la derecha, y ésta no se niegue a seguir remendando zapatillas.

Esto es dar cumplimiento a la profecía bíblica de Isaías: cuando venga Cristo, las lanzas de los soldados se convertirán en azadones y en machetes de agricultor. Como podía haber dicho: serán agujas de coser en manos de mujeres acomodadas, que es igual...
El rico proclamado dichoso por la Biblia es el que no anda detrás del oro, no peca con él ni hace el mal; lo aprovecha para hacer cosas admirables, y, probado por las contradicciones, es hallado un hombre perfecto.

Hoy se llevan esta gloria tantos hombres de buena voluntad, que luchan para que se imponga en el mundo una justicia social auténticamente humana y cristiana. Su puesto en la empresa o en el Gobierno es para el bien de los otros, no para provecho propio.
Y es una gloria también volvemos la palabra a Jesús de los que, practicando siempre con pasión el amor mediante el dinero, saben granjearse con los pobres unos amigos que serán sus mejores abogados ante el Dueño de las cuentas.

Como aquel ricachón, que decía con bondadosa humildad:
- Yo he nacido para trabajar y ser pobre.
Derrochaba entre sus obreros, en obras sociales y de caridad, los torrentes de dinero que ingresaban en sus arcas. Hacía con ello honor a la Palabra de Dios, la cual dice de un rico así que ha hecho maravillas. Le dio la razón al Evangelio que le decía: haceos amigos con el dinero malvado... El dinero es el dios oro, ante el que tantos se arrodillan, por desgracia. Pero es también, dichosamente, el oro de Dios, depositado enel Banco de Arriba. Depende todo de las manos en que cae y de cómo se maneja...


Por: Pedro García, Misionero Claretiano