"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 16 de octubre de 2013

El Papa agradece «el valor» de Bertone quien exalta la figura de Benedicto XVI

Francisco con el cardenal Bertone, hoy en el Vaticano
Efe.  Ciudad del Vaticano.
El Papa Francisco agradeció hoy al cardenal Tarcisio Bertone, que dejó su cargo como Secretario de Estado, "el valor y la paciencia" con las que ha vivido las adversidades que ha tenido que afrontar, mientras el purpurado exaltó los valores del Papa Benedicto XVI en su discurso.
"Querido cardenal Bertone en este momento me gusta pensar que aunque ha habido espinas, la Virgen Auxiliadora no le ha hecho faltar nunca su ayuda y tampoco lo hará en el futuro. Esté seguro ¿eh?", subrayó el Papa en su mensaje de despedida al salesiano Secretario de Estado.
El Papa Francisco recibió hoy a los empleados de la Secretaria de Estado, en un acto que significó el fin de la era del poderoso Tarcisio Bertone y la toma de posesión de su sucesor Pietro Parolin, quien sin embargo no estuvo presente porque se encuentra recién recuperado de una operación.
Jorge Bergoglio destacó cómo Bertone en todos los cargos que ha ocupado en la Santa Sede los ha realizado "con profundo amor a la Iglesia, gran generosidad, y esa típica mezcla salesiana que une el sincero espíritu de obediencia y una gran libertad de iniciativa e inventiva personal".
Palabras de reconocimiento del Papa argentino a Bertone, que ha vivido los últimos meses de su cargo salpicado por el escándalo de las filtraciones de los documentos vaticanos (el llamado Vatileaks), en los que se le acusaba de mala gestión y de abuso de poder.
"Deseo subrayar el comportamiento de fidelidad incondicional y de absoluta lealtad a Pedro (al Papa), característica distintiva de su cargo como Secretario de Estado, tanto con Benedicto XVI como conmigo en estos primeros meses", agregó Francisco.
Aunque no estuvo presente Parolin, de 54 años, el Papa valoró que éste "conoce muy bien a la familia de la Secretaria de Estado, ya que trabajo con ellos tantos años, con pasión y competencia y con aquella capacidad de diálogo y de trato humano que le caracterizan".
"De una cierta manera es como regresar a casa", aseveró el pontífice.
Parolin llega a una Secretaría de Estado cuyas competencias sufrirán importantes variaciones debido a la reforma de la Curia que ha acometido Francisco tras las peticiones de los cardenales antes de la celebración del Cónclave.
En una primera ronda de reuniones los pasados 1, 2 y 3 de octubre, la Comisión de ocho cardenales nombrada por Francisco para abordar estos cambios concluyó que la poderosa Secretaría de Estado "tiene que convertirse a todos los efectos en una Secretaría del Papa", y eliminar así muchas de las competencias que acumula.
Por su parte, el Secretario de Estado saliente, tras agradecer las palabras del Papa, dijo que el pontífice Francisco no es tanto "una revolución sino una continuidad con Benedicto XVI aunque con la diversidad de los acentos y de vida personal".
Bertone, que trabajó junto al Papa Ratzinger durante siete años y siete meses con Francisco, hizo una loa sobre el pontífice alemán.
"Lo que nos ha apasionado con el Papa Benedicto XVI ha sido ver a la Iglesia comprenderse a sí misma en la profundidad como comunión, y al mismo tiempo capaz de hablar al mundo, al corazón y a la inteligencia de cada uno con claridad de doctrina y altura de pensamiento", refirió el salesiano, de 78 años.
Citó solo dos grandes temas de Ratzinger el de la relación entre razón y fe, entre derecho y ley natural.
Dijo que los grandes discursos que le gusta recordar "es el que ofreció en el Parlamento alemán y en la Westminter Hall (Parlamento británico), así como el del College des Bernardins en París".
Exaltó Bertone del Papa teólogo "la valoración de la común identidad cristiana de los hermanos de otras iglesias y comunidades; el renovado diálogo teológico con los hermanos mayores judíos; las relaciones importantes de estima recíproca con los musulmanes (..) que han hecho de la Iglesia un interlocutor buscado y apreciado".
Y, por último, las encíclicas, entre las que se destaca en el panorama político, económico y social Caritas in Veritate, que ha suscitado un consenso general.
Para Bertone, Benedicto XVI ha sido un reformador de la conciencia del clero que "ha sufrido profundamente por los males que han desfigurado el rostro de la Iglesia".
Por esto, añadió, "la ha dotado de una nueva legislación que golpee con decisión el vergonzoso fenómeno de la pederastia entre el clero, sin olvidar la puesta en marcha de la nueva normativa en materia económica-administrativa".

martes, 15 de octubre de 2013

Mártires de ayer, de hoy y de siempre


Javier Menéndez Ros*. 
Hace poco visité, emocionado, las catacumbas de San Calixto en Roma. Allí están enterrados miles de cristianos, muchos de ellos niños y familias enteras que, a escondidas, trazaban el signo de un pez para reconocerse. Ellos entendían y aceptaban que si el Maestro había entregado su vida por nosotros también su sangre podría derramarse en sacrificio por otros, como así fue.
Jesus nos anunció la persecución que los cristianos tendríamos hasta el fin de los tiempos. Por eso en cada uno de los 21 siglos de historia después de su muerte los mártires han continuado escribiendo con su sangre las líneas de un increíble testimonio de fidelidad.
La beatificación de 522 mártires que dieron su vida en el transcurso de la Guerra civil española no es una bandera de provocación, ni una exaltación de ideologías trasnochadas sino simplemente la constatación y el reconocimiento de que fueron muchos en esos años, los que dieron su vida por el único hecho de llevar un hábito religioso, por tener una cruz colgada al cuello o un rosario entre sus dedos, o por confesar una fe de la que no quisieron apostatar. Aquellos hombres y mujeres no renunciaron a la marca de su bautismo, al contrario, el Espíritu Santo les dio fuerzas para que su testimonio llegase, en muchos casos, hasta el extremo de perdonar a los que les quitaban la vida.
Si el siglo XX quedó regado con la sangre de millones de víctimas en las dos contiendas mundiales, con los terribles exterminios realizados por nazis y comunistas y por multitud de guerras locales, el siglo XXI nos está escribiendo su propio martirologio. De forma especial en países como Irak, Egipto o Pakistán cada ano tenemos historias terribles de cristianos secuestrados o asesinados cobardemente en sus casas, en sus comercios o mientras participan de la misa. Situaciones parecidas se viven en países con una islamización radical creciente como es el caso de Sudán, Mali, la República Centroafricana o Nigeria.
Nuestros mártires de hoy son, en su mayor caso, parte de pequeñas minorías discriminadas que forman los cristianos. Su fe no la pueden vivir libremente ni en China, ni en Vietnam, ni en Corea del Norte, ni en Arabia Saudí. Se calcula que son 350 millones de cristianos los que viven en países donde son perseguidos o están discriminados. Ellos saben que se juegan la vida por ser discípulos de Aquel que fue crucificado como un criminal. Ellos son «el grano de trigo que cae en tierra, muere y, ciertamente, da fruto». Ellos son el mejor ejemplo de compromiso que debería remover nuestro cristianismo tibio.
¡Honremos a nuestros mártires, pero hagámoslo con el testimonio de una fe valiente, de una fe sin complejos que nos lleve a mostrar el amor de Dios a todos los hombres!

lunes, 14 de octubre de 2013

DESDE LA BARRERA, NO. ¡TODOS A LA PLAZA!

Autor; Pablo Cabellos Llorente
        Con un argentinismo muy expresivo -castellano puro-, el Papa Francisco repite que Jesús no balconea,  una invitación a  no ver los toros desde la barrera. Más en positivo, si se quiere, también ha reiterado que Cristo es callejero: así aparece en los Evangelios.  La vida pública del Señor es un incesante ir y venir por aquellos caminos polvorientos de su tierra para hacer el bien a todos, con su doctrina, con sus milagros, pero sobre todo con su Persona, que nos muestra al Dios mismo hecho hombre Como afirmó Benedicto XVI, Cristo nos ha traído a Dios, al Dios misericordioso de quien habla sin cesar hablar el Papa Francisco.
        Jesús es callejero para volcar su misericordia dando la vista a los ciegos, levantando a los tullidos, limpiado a los leprosos, resucitando a los muertos, premiando la fe del Centurión de Cafarnaúm, compadeciéndose de la hemorroisa, facilitando comida a los hambrientos... Pero muestra su máxima misericordia en modo superlativo absorbiendo nuestros pecados para redimirlos en la Cruz. Los hace tan suyos que san Pablo podrá escribir aquel atrevimiento verdadero: Dios le hizo pecado. Vivió nuestro mundo hasta en sus más bajos fondos porque los hizo suyos, puso en su corazón toda la miseria ajena: eso es la misericordia, que ahora se manifiesta de mil modos, especialmente en los sacramentos de la Eucaristía y la Confesión.
       Pero no podemos ver los toros desde la barrera, no podemos balconear.  San Josemaría dejó escrito: "No se puede separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor. El Verbo se hizo carne y vino a la tierra ut omnes homines salvi fiant (Ioh XX, 29), para salvar a todos los hombres. Con nuestras miserias y limitaciones personales, somos otros Cristos, el mismo Cristo, llamados también a servir a todos los hombres" ("Es Cristo que pasa", n. 106). Así estamos en la plaza, siendo el mismo Cristo que se compadece de los hombres, y llega hasta cada uno en la persona de cada cristiano llamado a vivir la misma misericordia de su Corazón con todos los humanos.
        Me alegra enormemente esta sintonía de Francisco con el empuje de San Josemaría  estimulando a los cristianos corrientes a estar en la calle. Citaré un texto más general y dos más concretos. El primero -uno entre centenares-, tomado de "Surco" dice así: "La fidelidad —el servicio a Dios y a las almas—, que te pido siempre, no es el entusiasmo fácil, sino el otro: el que se conquista por la calle, al ver lo mucho que hay que hacer en todas partes". Con gran normalidad, pero saliendo  a las diversas periferias  que nos rodean, buscando la inclusión, no permitiendo que nadie sea  material de desecho, poniendo en el corazón propio la miseria ajena, persiguiendo la cultura del encuentro. ¡Qué actitud tan distinta de la que culpa a otro de todo, del que  lloriquea con ocasión y sin ella, del quejumbroso que no siembra esperanza!
        Escribo en el aniversario de la canonización del fundador del Opus Dei y he de afirmar que siento una alegría especial al citar sus textos. Voy a los dos restantes, ambos de "Camino". Se lee en el punto 419: -Niño. -Enfermo. -Al escribir estas palabras, ¿no sentís la tentación de ponerlas con mayúscula? / Es que, para un alma enamorada, los niños y los enfermos son Él" ¿No está aquí sintetizado de algún modo el deseo de inclusión del Papa actual? ¿No vemos en niños y enfermos a todos los dolientes e inermes, a los desamparados que debemos buscar con ocasión de nuestras propias tareas? En la calle, sin balconear.
      El último texto elegido de memoria es el n. 790: "¿No gritaríais de buena gana a la juventud que bulle alrededor vuestro: ¡locos!, dejad esas cosas mundanas que achican el corazón... y muchas veces lo envilecen..., dejad eso y venid con nosotros tras el Amor?" Se asemeja a lo que sobre la mundanidad acaba de predicar Francisco en Asís. Se parece al impulso de la última JMJ: "Quisiera decir una cosa: ¿qué es lo que espero como consecuencia de la Jornada de la Juventud? Espero lío. Que acá adentro va a haber lío, va a haber. Que acá en Río va a haber lío, va a haber. Pero quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera… Quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos". Obviamente, ese lío no será ruidoso las más de las veces, pero sí eficiente.
        Marchar a la calle llevando a Cristo, salir también a las periferias de la increencia -cuánto tino en su carta a La Reppublica-, de la moral que corrompe, de la mundanidad que envilece. Siempre con el ejemplo, con una intensa formación y una auténtica vida cristiana, con la oferta libre de la Palabra. También recuerda a Juan Pablo II con su "¡Levantaos! ¡Vamos!"


Creyentes en la adversidad

Álvaro De Juana

Hay ocasiones en las que no entendemos por qué suceden ciertas cosas, la razón de que acontezcan determinados hechos en nuestra vida. Nos rebelamos y luchamos contra estas situaciones y quizás nunca llegamos a encontrarles sentido. Hace pocos días el Papa Francisco aludió a la necesidad de escuchar a Dios en los acontecimientos de cada día, en los pequeños detalles y en la historia: «Hay que saber escuchar a Dios, y dejarse guiar por su voluntad», dijo también. El siglo XX ha sido una época oscura a causa de la violencia, las masacres y las persecuciones. Para millones de seres humanos y de forma especial para los cristianos, un tiempo de enorme sufrimiento. Los 522 mártires que fueron beatificados ayer en Tarragona así lo acreditan. Pero, son sólo algunos de los inocentes que han experimentado en primera persona las consecuencias de no renunciar a la fe. Personas aparentemente corrientes pero realmente excepcionales, que se mantuvieron firmes y fieles y que en la debilidad y en la sencillez revelaron una fuerza mayor, dando así testimonio del Evangelio. Ahora mismo, en nuestros días, en pleno siglo XXI, hay también millones de personas que son sometidas a una terrible persecución por el mero hecho de ser cristianos. Podemos decir que son los inocentes de nuestro tiempo. Inocentes que apenas hacen ruido y que tampoco llaman la atención, pero que están ahí, a la espera de alcanzar quizás algún día el martirio y de que nosotros descubramos su rostro. Es también aquí donde hay que escuchar y saber discernir lo que Dios quiere y así, como dijo ayer el Papa, salir de nosotros mismos, dejar atrás el egoísmo, la pereza y la tristeza. Los nuevos beatos comprendieron por qué les sucedió aquello, por qué les persiguieron para después asesinarles, a lo que respondieron con amor y sin oponer resistencia. Es más, murieron tranquilos, confiados en Dios, con la certeza de que ésa era su voluntad. Dentro de algunos años asistiremos con toda probabilidad a una nueva beatificación de mártires del siglo XX en España. Será una nueva ocasión para recordar lo que significa ser cristiano y dar la vida hasta el extremo por amor. Un momento para mostrar otra vez al mundo que se puede ser cristiano incluso en los momentos más oscuros y, curiosamente, más sublimes, de la vida.


domingo, 13 de octubre de 2013

María veía el cuerpo de su Niño desgarrado

Meditaciones del Rosario. Segundo Misterio Doloroso. La Flagelación de Jesús 


Tú sabías lo que era una flagelación. Lo sabían todos. Pero ahora era tu Hijo. Lo veías con la pupila abierta y enrojecida: El cuerpo de tu Niño desgarrado; veías, no te imaginabas, los gestos de dolor a cada golpe que nunca terminaba y que iba volviendo roja toda la piel de Jesús, piernas, brazos, el pecho, la espalda, hasta la cara con la sangre que corría casi desde los ojos como una cascada de flagelos. 

Para purificar mis pecados. La terrible ofensa se mide por lo terrible del martirio. La flagelación sola hubiera matado a Jesús. Muchos hombres con menos ganas de sufrir, caían exánimes en un charco de sangre. Jesús resistió, porque aún le quedaban las manos y los pies para la cruz; pero sobretodo porque aún le quedaba amor y capacidad de sufrimiento para los pecadores más empedernidos. Con los primeros cien azotes fueron derritiéndose la mayoría de los pecados. Pero fue necesario llegar a ciento veinte, contados en la sábana santa, para ablandar a los de piedra. ¿A qué azote llegaron mis pecados? ¿Al ciento veinte?. 

Terrible dolor, infinito amor. Aquí cayó rendida aquella religiosa mediocre, de nombre Teresa, al exclamar: "Ahora comprendo de qué me has librado y cuál ha sido el precio".¡El precio! Desde ese momento se decidió a ser santa. Todos los hombres deberíamos entrar al patio de la flagelación y contemplar de cerca, para ver si, como a Teresa, se nos rasga el corazón para gritar idénticas palabras. Ante la flagelación, como ante la cruz, no se puede seguir adelante, si hay un poco de amor. 

Tu Hijo es un guiñapo, tu Hijo no puede ser contemplado sin horror. Es como uno ante el cual se oculta el rostro, porque no se le puede mirar. Pero Tú no ocultas el rostro, Tú lo amas hoy más a ese Hijo sangrante, destrozado, semimuerto. Yo tampoco quiero retirar los ojos manchados. Quiero que mis ojos a fuerza de mirar se rompan en un mar de lágrimas sinceras; quiero que mi corazón de piedra, a base de sentir su amor, se vuelva un corazón de carne. Aquí han caído grandes pecadores, han muerto grandes canallas y han resucitado santos y mártires.

Yo también quiero caer muerto de dolor y arrepentimiento y resucitar un santo a la vista de Jesús flagelado por mí. ¡He aquí el Hombre! ¡He aquí el amor del Hombre! ¡He aquí lo que queda del Hijo del Hombre por haberse atrevido a amar a los hombres hasta el extremo! Hay en la Biblia una frase terrible en relación al hombre perverso: "Dios se arrepintió de haber creado al hombre" Yo te pregunto, Jesús, Dios: "¿Te arrepientes de haber amado así al hombre? Yo sé que la respuesta eterna es "¡No me arrepiento!


Autor: P Mariano de Blas LC.

sábado, 12 de octubre de 2013

Autor: P Mariano de Blas LC.

Meditaciones del Rosario. Primer Misterio Doloroso. La oración de Jesús en el Huerto 


Los apóstoles dormían en la hora más triste de Jesús en esta tierra. La excusa: tenían sueño. Pero Jesús moría... Sólo un apóstol velaba: el traidor. "Era de noche" había dicho Juan. Desde ese momento sería eternamente de noche para él. Otra alma estaba en vela, orando con lágrimas profundas en su rostro: María. No puedo creer que la Virgen María esa noche pudiera dormir. Le habían arrancado el sueño. Los corazones que aman, aunque no vean, saben. 

Ella sabía, por intuición maternal y sobrenatural que su hijo cruzaba la hora más triste y amarga, Y Ella, la Virgen fiel, la Madre maravillosa, le acompañó, lo fortaleció. Ella fue el ángel que le infundió fuerzas. Eres corredentora por haber sostenido con tus brazos, oración y amor al Redentor en su pasión y muerte. Esa noche no fuiste para ti, fuiste toda para Jesús moribundo. Tu corazón, tu amor, tu oración lo mantuvo en vilo. Como cuando era un niño le animaste a repetir aquellas palabras que Él te había enseñado desde siempre: "Tu voluntad, Señor". Palabras que Él se sabía muy bien, pero que en el océano de dolor y abandono en que navegaba, era casi incapaz de balbucir. 

Tú recogiste en tu corazón aquella sangre de tu Hijo. Aquella sangre que sería inútil para muchos, Tú la transfundiste a los futuros mártires. 

Tú supiste de Judas. ¡Qué dolor, qué dolor, qué dolor inútil para él! Con una voz que hubiera amansado a la fiera más salvaje, le dijiste: "¡Judas, Él perdona!" Y estas palabras no amansaron a aquella fiera humana, como tampoco las palabras más amorosas y suaves que haya recibido de Dios un pecador: "Amigo, ¿a qué has venido? ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre? Si todos llevamos en los labios el beso de Judas, te pido me concedas, si soy una fiera humana, la ternura que manifiesta un tigre con sus cachorros. Jamás permitas en mí la reedición del apóstol reconocido como "el traidor". Cualquier cosa menos eso. 

Tú supiste de Pedro. ¡Qué dolor, qué dolor, qué dolor tan distinto! Cuando te contaron de sus lágrimas, las tuyas se calmaron. Era un apóstol herido, pero salvado. Si Jesús había rogado por Simón, seguramente Tú también rogaste por él, porque eras la Madre de la Iglesia, y si por alguien debías rogar era por el vicario de tu Hijo. Cuantas victorias finales habrás de lograr con apóstoles heridos, maltratados por Satanás, cribados por él. Pero Cristo ha rogado por ellos y Tú has intercedido también. Yo quiero ser uno de esos a quien tu intercesión salve del abismo. 

Tú supiste que lo aprehendieron y lo llevaron al Sanedrín y a Pilatos y a Herodes... ¡Horror! y ... lo condenaron a muerte. La espada entró casi hasta la empuñadura en tu corazón. La hora tan largamente temida, la hora que Tú trataste de detener con tu amor, rompió el dique y arrasó con todo, te arrastró a ti por la impetuosa corriente. Eras una herida total que aún con el roce del aire, el vuelo de una golondrina te hacía sufrir intensamente.


Autor: P Mariano de Blas LC.

viernes, 11 de octubre de 2013

Vieron el cielo por un rato y querían quedarse

Meditaciones del Rosario. Cuarto Misterio de la Luz. La Transfiguración de Jesús en el Monte Tabor 
Les hizo ver el cielo por un rato. Querían quedarse allí para siempre, pero no era aún el momento. En el cielo querremos quedarnos para siempre, y será verdad, y será posible.

Los condenados querrán ir al cielo por un rato al menos, y no irán ni siquiera por un rato. ¡Qué mal se está aquí! Pero allí se quedarán eternamente, en el lugar donde no se ama y donde la infelicidad ha puesto su morada eterna. ¡Qué bien se está aquí! Cuando uno dice eso es porque lo siente. 

Aquellos tres apóstoles se decían a sí mismos y nos decían a nosotros: ¡Qué bien se está en el cielo! Todos los santos han tenido una experiencia semejante a la del Tabor, es decir, han gustado anticipadamente el cielo. Y todos han dicho lo mismo: ¡Qué bien se está aquí...!San Pablo: "Tengo por seguro que..." Santa Teresa; "Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, que muero porque no muero". San Ignacio de Loyola: "¡Qué miserable me parece la tierra cuando contemplo el cielo!" La aparición sirvió para fortalecerles en el momento de la prueba. En los momentos de dificultad y de dolor conviene recordar los momentos de luz. Las dificultades y problemas duran sólo esta vida, la felicidad del cielo nunca termina. Todos necesitamos esta motivación, este ángel de luz que nos sostenga en medio del dolor. Jesús quiso necesitarlo o simplemente lo necesitó en el supremo dolor, cuando sudaba sangre en Getsemaní. Quiso tener en la hora de su muerte a María como un nuevo ángel que le ofrecía su amor y su presencia para resistir hasta el final. Con cuanto mayor razón necesitamos nosotros la presencia de ese ángel. 

Dios se ha adelantado a dárnoslo en María Santísima, el mismo ángel que a Él le consoló como nadie en este mundo. Cuando uno experimenta a Dios tan intensamente, lo demás desaparece. Se quiere únicamente ser de Dios. Ser de Dios felizmente y para siempre. ¡Quién pudiera decirlo, sentirlo y que fuera verdad!: Soy de Dios, pertenencia suya, nada mío, todo de Él, esclavo, siervo, hijo, consagrado. 

Los santos lo saben, lo empezaron a saber desde este mundo, desde que se despojaron de sus ricas ropas y se vistieron el sayal del siervo. "Mi Dios y mi todo", es una frase que decían en un suspiro de amor. Todos los santos han subido al Tabor desde este mundo, y antes de subir al Calvario. "Este es mi Hijo amado; escuchadle". ¡Con qué amor diría el Padre estas palabras! Con parecido amor dice de los buenos hijos: "Éstos son mis hijos predilectos": Los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Sed santos. 

Todos los caminos se han recorrido en busca de lo mismo: la felicidad; y de todos han vuelto sin respuesta muchos, muchísimos hombres; sólo los santos nos han dicho algo diferente: "no me arrepiento". Luego, ¿han hallado lo que otros no? Tal parece. Son felices. Y, ¿por qué?. Porque han servido al mejor Señor que los ha convertido en reyes; porque han salido de su cueva a mejorar el mundo; han amado a su prójimo, han dejado atrás su sucio egoísmo, han vivido de fe y amor; han luchado duramente por mejorar su mundo, la han hecho más pura, más fuerte, más generosa; éstos son los felices. Quién lo creyera, porque han quebrado y hecho pedazos todas las reglas de la lógica humana: Han matado su vida para vivir. "El mundo espera el paso de los santos" -dijo un sabio, Pablo VI-, porque los demás arreglan, si es que arreglan, los problemas materiales: pan y circo; pero el hombre requiere de curación para su alma, doctores del alma que sepan manejar la medicina celestial: Los santos la tienen y la dan; dan y, con Dios, la paz íntima, el por qué de la vida y de todo el peregrinar humano; ofrecen fortaleza y amor. Ellos mismos, con su ejemplo, ofrecen un estímulo a superarse, a elevarse del barro para volar a las alturas. 

"Escuchadle". No escuchéis a los falsos profetas, no sigáis la voz del tentador que os presenta la felicidad en forma de drogas, sexo desenfrenado, borracheras, dinero, poder... 

"Escuchadle". En las bienaventuranzas, en la invitación a la conversión, en el amor a Dios y a los hombres, en la invitación a la santidad. "Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis el corazón". Hoy no queremos escuchar, no queremos obedecer a nadie: ni a Dios, ni a la Iglesia, ni al Papa; ni a los padres, ni aún a la autoridad civil. Se requiere cierta humildad para orar y obedecer. El hombre de hoy, tal vez, se está volviendo progresivamente más soberbio, más seguro de sí y, por eso, no quiere escuchar, Pero el Padre le sigue pidiendo que escuche a quien es el Camino, la Verdad y la Vida. Porque el mismo hombre que no escucha a Dios, si escucha al Padre de la mentira, ese desobediente obedece a sus pasiones, a sus caprichos, hasta el punto de decir: "He aquí el esclavo del pecado, de los vicios. Hágase en mí según vuestros mandatos" Dios dice a los tres apóstoles: 

"Escuchadle". Se lo dice en buena forma. Tiempo habrá en que la dura claridad de sus palabras se convierta en encrucijada de salvación o condenación. "Vayan por todo el mundo y proclamen la buena noticia a toda criatura. El que crea y se bautice, se salvará; pero el que no crea se condenará". Mc.16,15-16


Autor: P Mariano de Blas LC

jueves, 10 de octubre de 2013

Carta al Papa Francisco

Autor: José Antonio Pagola, Sacerdote y teólogo

IMPULSAR LA RENOVACIÓN EVANGÉLICA

“Casi sin darnos cuenta, estás introduciendo en el mundo la Buena Noticia de Jesús. Estás creando en la Iglesia un clima nuevo, más evangélico y más humano. Nos estás aportando el Espíritu de Cristo…”.

Querido hermano Francisco:

Desde que fuiste elegido para ser la humilde “Roca” sobre la que Jesús quiere seguir construyendo hoy su Iglesia, he seguido con atención tus palabras. Ahora, acabo de llegar de Roma, donde te he podido ver abrazando a los niños, bendiciendo a enfermos y desvalidos y saludando a la muchedumbre.

Dicen que eres cercano, sencillo, humilde, simpático… y no sé cuántas cosas más. Pienso que hay en ti algo más, mucho más. Pude ver la Plaza de San Pedro y la Via della Conciliazione llena de gentes entusiasmadas. No creo que esa muchedumbre se sienta atraída solo por tu sencillez y simpatía. En pocos meses te has convertido en una “buena noticia” para la Iglesia e, incluso, más allá de la Iglesia. ¿Por qué?
Casi sin darnos cuenta, estás introduciendo en el mundo la Buena Noticia de Jesús.              Estás creando en la Iglesia un clima nuevo, más evangélico y más humano. Nos estás aportando el Espíritu de Cristo. Personas alejadas de la fe cristiana me dicen que les ayudas a confiar más en la vida y en la bondad del ser humano.

Algunos que viven sin caminos hacia Dios me confiesan que se ha despertado en su interior una pequeña luz que les invita a revisar su actitud ante el Misterio último de la existencia.

Yo sé que en la Iglesia necesitamos reformas muy profundas para corregir desviaciones alimentadas durante muchos siglos, pero estos últimos años ha ido creciendo en mí una convicción. Para que esas reformas se puedan llevar a cabo, necesitamos previamente una conversión a un nivel más profundo y radical. Necesitamos, sencillamente, volver a Jesús, enraizar nuestro cristianismo con más verdad y más fidelidad en su persona, su mensaje y su proyecto del Reino de Dios. Por eso, quiero expresarte qué es lo que más me atrae de tu servicio como Obispo de Roma en estos inicios de tu tarea.

Algunos que viven sin caminos hacia Dios
me confiesan que se ha despertado en su interior
una pequeña luz que les invita a revisar
su actitud ante el Misterio último de la existencia.

Yo te agradezco que abraces a los niños y los estreches contra tu pecho. Nos estás ayudando a recuperar aquel gesto profético de Jesús, tan olvidado en la Iglesia, pero tan importante para entender lo que esperaba de sus seguidores. Según el relato evangélico, Jesús llamó a los Doce, puso a un niño en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me está acogiendo a mí”.
Se nos había olvidado que en el centro de la Iglesia, atrayendo la atención de todos, han de estar siempre los pequeños, los más frágiles y vulnerables. Es importante que estés entre nosotros como “Roca” sobre la que Jesús construye su Iglesia, pero es tan importante o más que estés en medio de nosotros abrazando a los pequeños y bendiciendo a los enfermos y desvalidos, para recordarnos cómo acoger a Jesús. Este gesto profético me parece decisivo en estos momentos en que el mundo corre el riesgo de deshumanizarse desentendiéndose de los últimos.

Yo te agradezco que nos llames de forma tan reiterada a salir de la Iglesia para entrar en la vida donde la gente sufre y goza, lucha y trabaja: ese mundo donde Dios quiere construir una convivencia más humana, justa y solidaria. Creo que la herejía más grave y sutil que ha penetrado en el cristianismo es haber hecho de la Iglesia el centro de todo, desplazando del horizonte el proyecto del Reino de Dios.

Juan Pablo II nos recordó que la Iglesia no es el fin de sí misma, sino solamente “germen, signo e instrumento del Reino de Dios”, pero sus palabras se perdieron entre otros muchos discursos. Ahora se despierta en mí una alegría grande cuando nos llamas a salir de la “autorreferencialidad” para caminar hacia las “periferias existenciales”, donde nos encontramos con los pobres, las víctimas, los enfermos, los desgraciados…

La herejía más grave y sutil
que ha penetrado en el cristianismo
es haber hecho de la Iglesia el centro de todo,
desplazando del horizonte el proyecto del Reino de Dios.

Disfruto subrayando tus palabras: “Hemos de construir puentes, no muros para defender la fe”; necesitamos “una Iglesia de puertas abiertas, no de controladores de la fe”;             “la Iglesia no crece con el proselitismo, sino por la atracción, el testimonio y la predicación”. Me parece escuchar la voz de Jesús que, desde el Vaticano, nos urge: “Id y anunciar que el Reino de Dios está cerca”, “id y curad a los enfermos”, “lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”.

Te agradezco también tus llamadas constantes a convertirnos al Evangelio. Qué bien conoces a la Iglesia. Me sorprende tu libertad para poner nombre a nuestros pecados.   No lo haces con lenguaje de moralista, sino con fuerza evangélica: las envidias, el afán de hacer carrera y el deseo de dinero; “la desinformación, la difamación y la calumnia”; la arrogancia y la hipocresía clerical; la “mundanidad espiritual” y la “burguesía del espíritu”; los “cristianos de salón”, los “creyentes de museo”, los cristianos con “cara de funeral”. Te preocupa mucho “una sal sin sabor”, “una sal que no sabe a nada”, y nos llamas a ser discípulos que aprenden a vivir con el estilo de Jesús.

No nos llamas solo a una conversión individual. Nos urges a una renovación eclesial, estructural. No estamos acostumbrados a escuchar ese lenguaje. Sordos a la llamada renovadora del Vaticano II, se nos ha olvidado que Jesús invitaba a sus seguidores a “poner el vino nuevo en odres nuevos”. Por eso, me llena de esperanza tu homilía de la fiesta de Pentecostés: “La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades y gustos… Tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes, con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos           a los suyos”.

Por eso nos pides que nos preguntemos sinceramente: “¿Estamos abiertos a las sorpresas de Dios o nos encerramos con miedo a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta?”. Tu mensaje y tu espíritu están anunciando un futuro nuevo para la Iglesia.

Quiero acabar estas líneas expresándote humildemente un deseo. Tal vez no podrás hacer grandes reformas, pero puedes impulsar la renovación evangélica en toda la Iglesia. Seguramente, puedes tomar las medidas oportunas para que los futuros obispos de las diócesis del mundo entero tengan un perfil y un estilo pastoral capaz de promover esa conversión a Jesús que tú tratas de alentar desde Roma. Francisco, eres un regalo de Dios. ¡Gracias!



miércoles, 9 de octubre de 2013

Enséñanos, María a aceptar sin preguntar

Meditaciones del Rosario. Quinto Misterio de Gozo. Jesús perdido y hallado en el templo. 


Qué prueba tan dolorosa! Prepárate, Madre, para la hora del Calvario. Ahí lo perdiste por tres días terribles; pero lo recuperaste entero. Allí te lo matarán a mordiscos todos los pecados de los hombres, como rabiosos lobos. Al final, cuando pudiste recoger lo que quedaba de tu Hijo; era un muerto y un cadáver destruido desde la cabeza a los pies; la cabeza rota por las hondas espinas; la cara desfigurada por las bofetadas; el pecho y la espalada aradas por los latigazos; las manos y pies horadados por los clavos: el corazón partido por una lanza. 

Perdido y hallado. Perdido y no encontrado en el callejón lóbrego de la muerte. Perdido y hallado vivo. Perdido y hallado muerto, destinado solo para el sepulcro. Y ahí terminó la muerte; en un sepulcro pétreo que impedirá acercarse a los restos del amado hijo,

Prepararnos a las separaciones. Vivir un cierto tiempo es separarse de algunas personas. Vivir un trecho más es separarse de más seres. Durar más tiempo es separarse uno de los que me sobreviven. Cada separación es un desgarrón. Uno muere al final desgarrado y desgarrando a alguien más.

¿Por qué me buscabais? La pregunta que toca la herida abierta, haciéndola sangrar. María sangraba por aquella herida de su corazón. El doloroso por qué de María quedó acallado con el misterioso por qué del Hijo. María sabía que aquel hijo sería cada vez menos de Ella y más del Padre y de todos. María aceptó del desgarrón del hijo que se va de la casa, por ley de la vida, en este caso por ley divina. Pero aceptó sangrando.

María conservaba todas estas cosas en su corazón.
Su corazón sangraba. Con oración y obediencia la curaba pero al mismo tiempo la abría,, porque esa herida nunca se cerró. Y de pronto un día, en el Calvario se abrió completamente y sangró a torrentes. Sólo en el cielo se ha cerrado del todo aquella herida, María ya no pregunta más; ha recibido todas las respuestas y una corona eterna por no haber preguntado indiscretamente sobre los misterios que le rodeaban.

Enséñanos, María a aceptar sin preguntar, hasta que Dios quiera ofrecernos su respuesta. Al final, todos diremos que Dios tuvo la razón, para que nuestra fe fuera meritoria.

Autor: P Mariano de Blas LC.




martes, 8 de octubre de 2013

Jesús humilde y María....también

Meditaciones del Rosario. Primer Misterio de la Luz. El Bautismo de Jesús. 

Dios puesto en la fila de pecadores. En la fila había ladrones, asesinos, adúlteras, fariseos podridos, soldados...Jesús metiendo los pies en la charca del pecado. Él, el tres veces santo. Besó el suelo podrido de las almas, y no sintió náusea. Sabía que podía limpiar todas las almas, todos los basureros, todas las cloacas. 

¿Qué te costaba convertir los basureros en jardines, las ruinas en castillos donde Tú te sintieras divinamente a gusto? Cada santo es un pecador reconstruido como santo sobre sus propias ruinas. María se enteró porque se lo contaron. "Si Él se humilla así, yo... esclava del Señor. Yo quiero imitarlo sufriendo el castigo de los hombres -luego serán mis hijos- para ayudar a salvarlos." Tal vez a nosotros no nos ha impresionado ver a Jesucristo bautizado en el Jordán; a ti, María, te debió impresionar muchísimo, porque tú sabías, como nadie, que Él era Dios. ¡Qué humillación! Tu humildad te parecía pequeña, muy pequeña junto a la suya. Él no se había hecho esclavo, sino pecador. Y Tú, que a todo le buscabas la razón y el sentido, preguntarías: ¿Por qué Jesús se ha querido bautizar por Juan como un pecador más, ¿por qué? La pregunta sigue todavía en el aire...

Juan había sido el primer hombre que había reconocido a Jesús como el Hijo de Dios y trató de comunicárselo a los demás. Pero muy pocos lo aceptaron. Un día dijo a Andrés y a su amigo: "He ahí el cordero de Dios". Y éstos sí le siguieron, para su bien. Los demás no le hicieron caso, para su mal. Posteriormente Jesús se lo reclamaría: "¿El bautismo de Juan venía de Dios o de los hombres?" Le respondieron: "No lo sabemos, es decir, no lo queremos saber".

Jesús venía del desierto donde había realizado una dura penitencia: oración y ayuno muy fuertes. Ella aprendió que la oración es muy importante para un cristiano. Ella oraría con más fervor a partir de entonces, si se podía. Aprendió que la humildad y el sacrificio eran muy propios del cristianismo. Ella no pensaba como muchos cristianos y aún sacerdotes, que estas cosas están pasadas de moda y que no ayudan mucho para lo esencial, que es vivir la alegría pascual. Se han olvidado de que se llega a la alegría de la resurrección pasando por la humillación y el sufrimiento de la cruz. "¿No era necesario que el Cristo sufriera esto para entrar en su gloria?"

"Este es mi Hijo muy amado en quien tengo mis complacencias". Jesús era Hijo del Padre e Hijo suyo. Cómo recordaría la pérdida a los doce años-"¿No sabéis que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre?" Ahora lo había dejado ir, para que se ocupara de las cosas de su Padre. Ella lo devolvía al Padre; sacrificaba su amor de madre. Dolor que sería total en la muerte en el Calvario. Muchas madres de posibles hijos sacerdotes no han sabido sacrificar el amor al hijo y no le han dejado trabajar en las cosas del Padre. Se trataba de un amor equivocado.

El Espíritu Santo descendió sobre Él para investirlo de la misión que le esperaba.
Un nuevo tema de meditación de María, sobre su Hijo. Aquí ya no es la sencillez del Jesús que parecía un simple hombre. Aquí interviene el cielo en pleno: El Padre celestial, Yahvé (con todo lo que significaba para un israelita) y el Espíritu Santo que ya había intervenido en Ella. "El Espíritu Santo descenderá sobre ti". Ahora sobre Él. La imagen de su Hijo crecía a sus ojos; y Ella se sentía pequeñita junto a Él. Como Juan, el hombre humilde por excelencia, Ella también se decía a sí misma: "Es necesario que Él crezca y que yo disminuya".

Autor: P. Mariano de Blas LC