Dejemos que el estupor gozoso de la Resurrección,se irradie en los
pensamientos, las miradas, las actitudes, los gestos y en las palabras.
Autor: SS Benedicto XVI
Palabras previas del Papa Francisco al rezo del Regina Coeli en el Lunes del
Ángel, 21 de Abril 2014
Queridos hermanos y hermanas,
¡Felices Pascuas! Cristòs anèsti! - Alethòs anèsti!, ¡Cristo ha resucitado! -
¡Verdaderamente ha resucitado!
¡Está entre nosotros aquí!
En esta semana podemos seguir intercambiándonos la felicitación pascual, como
si fuera un único día. Es el gran día que hizo el Señor.
El sentimiento dominante que transluce de los relatos evangélicos de la
Resurrección es la alegría llena de estupor; pero un estupor
grande, pero la alegría que viene desde adentro; y en la Liturgia nosotros
revivimos el estado de ánimo de los discípulos por la noticia que las mujeres
habían dado: ¡Jesús ha resucitado! Nosotros lo hemos visto.
Dejemos que esta experiencia, impresa en el Evangelio, se imprima también
en nuestros corazones y se vea en nuestra vida. Dejemos que el estupor
gozoso del Domingo de Pascua se irradie en los pensamientos, en las miradas, en
las actitudes, en los gestos y en las palabras... ojalá seamos así luminosos.
¡Pero esto no es un maquillaje! Viene desde dentro, de un corazón inmerso
en la fuente de esta alegría, como el de María Magdalena, que lloró por
la pérdida de su Señor y no creía a sus ojos viéndolo resucitado.
Quien hace esta experiencia se convierte en testigo de la Resurrección,
porque en cierto sentido ha resucitado él mismo, ha resucitado ella misma.
Entonces es capaz de llevar un "rayo" de la luz del Resucitado en las
diversas situaciones: en las felices, haciéndolas más bellas y preservándolas
del egoísmo; y en las dolorosas, llevando serenidad y esperanza.
En esta semana, nos hará bien tomar el libro del Evangelio y leer aquellos
capítulos que hablan de la resurrección de Jesús; nos hará tanto bien tomar el
libro y buscar los capítulos y leer aquello.
También nos hará bien, esta semana, pensar en la alegría de María, la
Madre de Jesús. Así como su dolor fue tan íntimo, tanto que le traspasó su
alma, del mismo modo su alegría fue íntima y profunda, y de ella los discípulos
podían tomar. Habiendo pasado, a través de la experiencia de la muerte y de la
resurrección de su Hijo, viste, en la fe, como la expresión suprema del amor de
Dios, y el corazón de María se ha convertido en una fuente de paz, de consuelo,
de esperanza y de misericordia.
Todas las prerrogativas de nuestra Madre derivan de aquí, de su participación
en la Pascua de Jesús. Desde la mañana del viernes hasta la mañana del domingo,
Ella no perdió la esperanza: la hemos contemplado como Madre de los
dolores, pero, al mismo tiempo, como Madre llena de esperanza. Ella, la Madre
de todos los discípulos, la Madre de la Iglesia y Madre de esperanza.
A Ella, testigo silencioso de la muerte y de la resurrección de Jesús, le
pedimos que nos introduzca en la alegría pascual. Lo haremos con el
rezo del Regina Coeli, que en el tiempo pascual sustituye la oración del
Ángelus.
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