Cuarto domingo de Cuaresma. Reflexionar si nuestro corazón está realmente
puesto en Dios o en nuestros criterios humanos.
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Cuando Jesús habla de
los contrastes tan profundos que hay entre el modo de entender la fe por
parte de sus contemporáneos, y la fe que Él les está proponiendo, no lo hace
simplemente para que nosotros digamos: ¿Cómo es posible que esta gente
teniendo tan claro no entendiesen nada? Jesús viene a fomentar en todos
nosotros un dinamismo interior que nos permita cambiar de comportamiento y
hacer que nuestro corazón se dirija hacia Dios nuestro Señor con plenitud,
con vitalidad, sin juegos intermedios, sin andar mercadeando con Él.
La mentalidad de los fariseos, que también puede ser la nuestra, se expresa
así: "Yo soy el pueblo elegido, por lo tanto yo tengo unos privilegios
que recibir y que respetar". Sin embargo, Jesús dice: "No; el único
dinamismo que va a permitir encontrarse con la salvación no es el de un
privilegio, sino el de nuestro corazón totalmente abierto a Dios". Éste
es el dinamismo interior de transformarme: orientándome hacia Dios nuestro
Señor, según sus planes, según sus designios.
Esto tiene que hacer surgir en mi interior, no el dinamismo del privilegio,
sino el dinamismo de humildad; no el dinamismo de engreimiento personal, sino
el dinamismo de ser capaz de aceptar a Dios como Él quiere.
Una conversión que acepte el camino por el cual Dios nuestro Señor va
llevando mi vida. No es un camino a través del cual yo manipule a Dios, sino
un camino a través del cual Dios es el que me marca a mí el ritmo.
Lo que Jesús nos viene a decir es que revisemos a ver si nuestro corazón está
realmente puesto en Dios o está puesto en nuestros criterios humanos, a ver
si nosotros hemos sido capaces de ir cambiando el corazón o todavía tenemos
muchas estructuras en las cuales nosotros encajonamos el actuar de Dios
nuestro Señor.
Más aún, podría ser que cuando Dios no actúa según lo que nuestra
inteligencia piensa que debe ser el modo de actuar, igual que los
contemporáneos de Jesús, que "se llenan de ira, y levantándose lo sacan
de la ciudad", o cuando nuestro corazón no convertido encuentra que el
Señor le mueve la jugada, podríamos enojarnos, porque tenemos un
nombramiento, porque nosotros tenemos ante el Señor una serie de puntos que
el Él tiene que respetar. Si pretendemos que se hagan las cosas sólo como yo
digo, como yo quiero, ¿acaso no estamos haciendo que el Señor se aleje de
nosotros?
Cuando nosotros queremos manejar, encajonar o mover a Dios, cuando no
convertimos nuestro corazón hacia Él, poniendo por nuestra parte una gran
docilidad hacia sus enseñanzas para que sea Él el que nos va llevando como
Maestro interior, ¿por qué nos extraña que el Señor se quiera marchar? Él no
va a aceptar que lo encajonen. Puede ser que nos quede una especie de cáscara
religiosa, unos ritos, unas formas de ser, pero por dentro quizá esto nos
deje vacíos, por dentro quizá no tenemos la sustancia que realmente nos hace
decir: "Jesús está conmigo, Dios está conmigo."
¿Realmente estoy sediento de este Dios que es capaz de llenar mi corazón? O
quizá, tristemente, yo ando jugando con Dios; quizá, tristemente, yo me he
fabricado un dios superficial que, por lo tanto, es simplemente un dios de
corteza, un dios vacío y no es un dios que llena. Es un dios que cuando lo
quiero yo tener en mis manos, me doy cuenta de que no me deja nada.
Debemos convertir nuestro corazón a Dios, amoldando plenamente nuestro
interior al modo en el cual Él nos quiere llevar en nuestra vida. Y también
tenemos que darnos cuenta de que las circunstancias a través de las cuales
Dios nuestro Señor va moviendo las fichas de nuestra vida, no son negociables.
Nuestra tarea es entender cómo llega Dios a nuestra existencia, no cómo me
hubiera gustado a mí que llegase.
Si nuestra vida no es capaz de leer, en todo lo que es el cotidiano existir,
lo que Señor nos va enseñando; si nuestra vida se empeña en encajonar a Dios,
y si no es capaz de romper en su interior con esa corteza de un dios hecho a
mi imagen y semejanza, «un dios de juguete», Dios va a seguir escapándose,
Dios va a continuar yéndose de mi existencia.
Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué no tengo progreso espiritual? Sin
embargo, ¡qué progreso puede venir, qué alimento puede tener un alma que en
su interior tiene un dios de corteza!
Insistamos en que nuestro corazón se convierta a Dios. Pero para esto es
necesario tener que ser un corazón que se deja llevar plenamente por el
Señor, un corazón que es capaz de abrirse al modo en el cual Dios le va
enseñando, un corazón que es capaz de leer las circunstancias de su vida para
poder ver por dónde le quiere llevar el Señor.
Dios no nos garantiza triunfos, no nos garantiza quitar las dificultades de
la vida; los problemas de la existencia van a seguir uno detrás de otro. Lo
que Dios me garantiza es que en los problemas yo tenga un sentido
trascendente.
Que el Señor se convierta en mi guía, que Él sea quien me marque el camino.
Es Dios quien manda, es Dios quien señala, es Dios quien ilumina. Recordemos
que cuando nosotros nos empeñamos una y otra vez en nuestros criterios, Él se
va a alejar de mí, porque habré perdido la dimensión de quién es Él, y de
quién soy yo.
Que esta Cuaresma nos ayude a recuperar esta dimensión, por la cual es Dios
el que marca, y yo el que leo su luz; es Dios quien guía en lo concreto de mi
existencia, y soy yo quien crece espiritualmente dejándome llevar por Él.
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Autor: P. Cipriano Sánchez LC
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