Caigamos de rodillas y pidámosle que nos alimente con su Eucaristía
mientras recorremos el camino de la vida.
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Hoy Jueves Santo
sentimos una necesidad imperiosa de recordar y más que recordar llegar con
nuestra imaginación y nuestro sentir hasta el Cenáculo, lugar que tuvo que
quedar perfumado con las palabras eucarísticas que pronunció allí Jesús la
misma noche en que sería entregado a la muerte.
En aquel sagrado recinto vemos a Cristo rodeado de sus apóstoles junto a una
mesa y le vemos tomar el pan y el cáliz en sus manos sacerdotales para
convertirlos en su Cuerpo y en su Sangre divinos.
Jesucristo se nos presenta con todo el poder de que es verdadero Dios, por su
milagro, por el dominio de su pena interna, por el infinito amor con que
corresponde a la soledad de los sagrarios de todo el mundo y de todos los
tiempos, a los sacrilegios y perversiones de los corazones de los hombres, al
desamor, y a la tibieza de los malos cristianos que lo reciben con gran
indiferencia.
San Pablo nos dice: Porque yo aprendí del Señor lo que también os tengo
enseñado; y es que el Señor Jesús, la noche misma en que había de ser entregado,
tomó el pan y dando gracias lo partió y dijo a sus discípulos: "Tomad y
comed. Esto es mi cuerpo que por vosotros será entregado a la muerte. Haced
esto en memoria mía". Y de la misma manera el cáliz, después de haber
cenado, diciendo: "Este cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre. Haced
esto cuantas veces lo bebiereis en memoria mía, pues todas las veces que
comierais este pan o bebierais este cáliz, anunciareis la muerte del Señor
hasta que venga.
Así es que, cualquiera que comiera este pan o bebiera el cáliz del Señor
indignamente será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Porque quién lo
come o bebe indignamente, se traga y bebe su propia condenación". (Cor,
ll,2O-32).
Las palabras del Señor en esa noche son una promesa de amor de que jamás
estaremos solos sin El, de que podremos alimentar nuestra alma y cuerpo con
el mismo Dios nuestro Creador que se quedó en el Sagrario pero también
palabras fuertes de una advertencia grave para que no tomemos a la ligera al
acercarnos a recibirle sin que antes reconciliemos nuestro corazón, si le
hemos ofendido gravemente, con el acto humilde de reconocer nuestros pecados
en el Sacramento de la Penitencia.
Y de nuevo ante esta inconmensurable escena de amor en el noche del Jueves
Santo podemos ver su rostro trasfigurado y sus ojos llenos de pesadumbre, su
corazón dolorido y sus palabras misteriosas para quedarse por siempre, hasta
la consumación de los siglos, entre los hombres
Caigamos de rodillas y pidámosle que nos alimente con su Eucaristía mientras
recorremos el camino de la vida, que nos consuele en nuestras penas, que
participe de nuestras alegría y que nos ayude a no perder la gracia para
poderlo recibir frecuentemente y de una manera digna.
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Autor: Ma Esther De Ariño
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