"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

viernes, 16 de agosto de 2013

¿Tengo un corazón cansado o un corazón inquieto?

Pedir a Dios la gracia de un corazón que sepa amar y que no nos deje desviarnos en busca de tesoros inútiles. 
Autor: SS Francisco.


Pero también existe un tesoro que podemos llevar con nosotros, un tesoro que nadie puede robar, que no es "aquello que has acumulado para ti", sino "aquello que has dado a los demás"
Aquel tesoro que hemos dado a los demás, ese tesoro lo llevamos. Y ese será "nuestro mérito" - entre comillas, ¡pero es nuestro "merito" de Jesucristo en nosotros! y aquello tenemos que llevarlo. Es aquello que el Señor nos deja portar: el amor, la caridad, el servicio, la paciencia, la bondad, la ternura, esos son tesoros bellísimos: aquellos que llevamos. No los otros.

Por lo tanto, como dice el Evangelio, el tesoro que vale a los ojos de Dios es aquel que ya desde la tierra se ha acumulado en el cielo.

Pero Jesús, da un paso más: ata el tesoro al "corazón", crea una "relación" entre ambos términos, porque el nuestro "es un corazón inquieto", que el Señor ha hecho así para buscarlo.

El Señor nos ha hecho inquietos para buscarlo, para encontrarlo, para crecer. Porque si nuestro tesoro es un tesoro que no está cerca del Señor, que no es del Señor, nuestro corazón se vuelve inquieto por cosas que no valen, por estos tesoros... Tanta gente, también nosotros, somos inquietos... por tener esto, por conseguir aquello... al final nuestros corazón se cansa, no se conforma jamás, se vuelve flojo, se vuelve un corazón sin amor. El cansancio del corazón. 

Pensemos en esto. ¿Qué cosa tengo? Un corazón cansado, que sólo quiere acomodarse, con tres, cuatro cosas, una abundante cuenta bancaria, esto, o esto otro.
O un corazón inquieto, que cada vez más busca las cosas que no puede tener, las cosas del Señor.

Siempre es necesaria esta inquietud del corazón.

[...]

Pidamos la gracia de un "corazón nuevo", un "corazón de carne"

Que el Señor vuelva humanos todos estos pedazos de corazón que son de piedra, con aquella inquietud, con aquella ansia buena de ir adelante, buscándolo y dejándose buscar por Él. ¡Que el Señor nos cambie el corazón! Y así nos salvará. Nos salvará de los tesoros que no pueden ayudarnos a lograr el encuentro con Él, en el servicio a los demás, y también nos dará la luz para conocer y juzgar según el verdadero tesoro: su verdad. Que el Señor nos cambie el corazón para buscar el verdadero tesoro y así convertirnos en personas luminosas y no en personas de las tinieblas.

jueves, 15 de agosto de 2013

El Papa Francisco: «No os dejéis robar la esperanza. Es un don de Dios»

El Papa Francisco (c) saluda a los fieles mientras preside la solemne misa de la Asunción de la Virgen en Castel Gandolfo Efe

Efe.  Ciudad del Vaticano.
El papa Francisco dijo hoy que la Iglesia vive en la historia continuamente las pruebas y los retos que comporta "el conflicto entre Dios y el maligno" (...) y María "lucha con nosotros, sostiene a los cristianos en el combate contra las fuerzas del mal".
El papa Francisco se trasladó hoy en automóvil a la localidad de Castel Gandolfo, situada a una treintena de kilómetros de Roma, para presidir la solemne misa de la Asunción de la Virgen.
El altar fue colocado, bajo una carpa blanca, en la puerta de la Villa Pontificia y el papa argentino celebró la Eucaristía en la misma plaza abarrotada de paisanos, fieles y feligreses, que lo aguardaban bajo un fuerte sol desde primeras horas de la mañana.
Antes de celebrar la Eucaristía, Jorge Mario Bergoglio hizo una visita privada a las monjas del monasterio de clausura de las Clarisas de la localidad.
Durante la homilía, el papa se centró en tres palabras relacionadas con la Virgen "que siempre nos acompaña, que siempre está con nosotros": lucha, resurrección y esperanza.
La figura de la mujer -dijo-, que representa a la Iglesia, aparece "por una parte gloriosa, triunfante, y por otra con dolores".
"Así es en efecto la Iglesia: si en el Cielo ya participa de la gloria de su Señor, en la historia vive continuamente las pruebas y desafíos que comporta el conflicto entre Dios y el maligno, el enemigo de siempre", señaló.
Explicó que la Virgen ha entrado definitivamente en la gloria del cielo, pero nos acompaña, lucha con nosotros, "sostiene a los cristianos en el combate contra las fuerzas del mal".
La oración con María, en especial el Rosario, tiene también esta dimensión "agonística", es decir, de lucha, "una oración que sostiene en la batalla contra el maligno y sus cómplices", añadió.
Y preguntó a los presentes: "¿Rezáis el Rosario todos los días?" "¿Seguro?".
Después habló de la resurrección porque María ha conocido también el martirio de la cruz, ha vivido la pasión del Hijo hasta el fondo del alma.
"Ha estado completamente unida a él en la muerte, y por eso ha recibido el don de la resurrección", señaló.
En cuanto a la tercera palabra, la esperanza, Bergoglio sostuvo que "es la virtud del que experimentando el conflicto, la lucha cotidiana entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, cree en la resurrección de Cristo, en la victoria del amor".
El papa se dirigió a los fieles con ímpetu e improvisó: "No os dejéis robar la esperanza. Es un don de Dios".
Los habitantes de Castel Gandolfo, donde se ubica la residencia estival de los papas, recibieron con especial interés al papa Francisco que ha decidido no trasladarse durante el verano a esta localidad bañada por el lago volcánico de Albano, sino quedarse en el Vaticano para trabajar.
El obispo de Albano, Marcello Semeraro, aseguró que el hecho de que Francisco celebrase la misa en la plaza del pueblo y no en la iglesia parroquial "es un motivo de gran afluencia de peregrinos al pueblo y otorga un tono mayor de universalidad".
"El papa celebra en Castel Gandolfo, pero celebra para la Iglesia y para todos nosotros", dijo el obispo.


María está cerca de cada uno de nosotros


Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, está "dentro" de todos nosotros. 

Autor: SS Benedicto XVI.



Esta poesía de María -el «Magníficat»- es totalmente original; sin embargo, al mismo tiempo, es un "tejido" hecho completamente con "hilos" del Antiguo Testamento, hecho de palabra de Dios. 

Se puede ver que María, por decirlo así, "se sentía como en su casa" en la palabra de Dios, vivía de la palabra de Dios, estaba penetrada de la palabra de Dios. En efecto, hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios; sus pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras eran las palabras de Dios. Estaba penetrada de la luz divina; por eso era tan espléndida, tan buena; por eso irradiaba amor y bondad. 

María vivía de la palabra de Dios; estaba impregnada de la palabra de Dios. Al estar inmersa en la palabra de Dios, al tener tanta familiaridad con la palabra de Dios, recibía también la luz interior de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien habla con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para todas las cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo, bueno; también se hace fuerte y valiente, con la fuerza de Dios, que resiste al mal y promueve el bien en el mundo. 

Así, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos invita a conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir con la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Y podemos hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la sagrada Escritura, sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del año la santa Iglesia nos abre todo el libro de la sagrada Escritura. Lo abre a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida. 

Pero pienso también en el «Compendio del Catecismo de la Iglesia católica», que hemos publicado recientemente, en el que la palabra de Dios se aplica a nuestra vida, interpreta la realidad de nuestra vida, nos ayuda a entrar en el gran "templo" de la palabra de Dios, a aprender a amarla y a impregnarnos, como María, de esta palabra. Así la vida resulta luminosa y tenemos el criterio para juzgar, recibimos bondad y fuerza al mismo tiempo. 

María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con Dios es reina del cielo y de la tierra. ¿Acaso así está alejada de nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros. 

Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está "dentro" de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios. 

Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada como "madre" -así lo dijo el Señor-, a la que podemos dirigirnos en cada momento. Ella nos escucha siempre, siempre está cerca de nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de nosotros.

miércoles, 14 de agosto de 2013

PAREJAS ROTAS

 Autor: Pablo Cabellos Llorente
            Días atrás, recibí el enlace de un buen vídeo sobre cuestiones matrimoniales. El conferenciante interrogaba al público acerca de quién debía dar el primer paso después de una disputa. Tras varias respuestas más o menos acertadas, afirmó: debe acercarse primero  el que ama más.

         No parece difícil encontrar el problema aun sin indagar en las revistas del corazón ni atender a esos espectáculos televisivos que airean por dinero lo peor del ser humano. Podemos observarlo en la propia familia, en un vecino, amigo o conocido. Cada vez son más las parejas rotas, más frecuentes cuando sus lazos de unión fueron más débiles. Y como ha devenido "normal", nos esforzamos poco para indagar las causas de tales situaciones que, se quiera o no, lesionan a la pareja dividida, a los hijos, a la sociedad. Nos conformamos con un triste "tiene derecho a rehacer su vida", que puede transformarse en otro fracaso.

        Muchas de esas historias -no puedo generalizar- no son un canto a la generosidad, sino lo contrario de ese ponerse en la piel del otro, imprescindible para el verdadero amor. Sin ese costoso empeño, en lugar de la concordia aparece la discordia. El amor fenece cuando el egoísmo gana, cuando preferimos la propia felicidad en vez de buscar la de la persona amada, cuando deseamos que nos comprendan más que comprender, si queremos  adaptación a nuestro modo de ser en lugar de entregarnos al del otro. Ya decía Tomás de Aquino que es propio de los amigos gozar y querer lo mismo. ¿Qué diríamos si se trata del amor conyugal? 

¿Comprometemos nuestro futuro con la persona amada?

        Esta sociedad procede en parte de esa patología de la libertad que es el individualismo liberal moderno. El Leviatán de Hobbes es un ser caprichoso, soberbio y altivo, un ser que busca su beneficio sobre todas las cosas, cuyo fin es su bienestar, y lo identifica con el de la comunidad. Muchas parejas rotas no conocen el liberalismo ni el Leviatán, pero no viven la libertad como un bien radical de la persona dirigido a un fin que la mejora al darse, sino ese individualismo tan igual al egoísmo. De ahí surge el autosuficiente, el coloquial "que se apañe", la insolidaridad  teñida en ocasiones con el "buenismo" de una ONG, la excesiva separación entre lo privado y lo público, que conduce a desentenderse de  virtudes o valores por estimarlos privados, mientras que lo público sería lo presidido por el interés y la utilidad.


        Quizá es una pista para descubrir y remediar algunos fallos sobre el amor. Posiblemente, estas palabras de san Josemaría la completen: debemos acostumbrarnos a pensar que nunca tenemos toda la razón. Incluso se puede decir que, en asuntos de ordinario tan opinables, mientras más seguro se está de tener toda la razón, tanto más indudable es que no la tenemos. Discurriendo según este consejo, resulta  más sencillo rectificar y, si hace falta, pedir perdón, que es la mejor manera de finalizar un enfado: así se llega a la paz y al cariño.

¿Hay cristianismo sin contrastes?

No existe cristianismo sin contrastes porque No existe cristianismo sin cruz, sin sacrificio, sin verdades que penetran más que una espada.


Nunca ha sido fácil predicar el Evangelio. No lo fue para el mismo Cristo. No lo fue para los primeros cristianos. No lo fue para tantos y tantos anunciadores del pasado. No lo es tampoco en nuestro tiempo.

Existe, sin embargo, el peligro de una predicación apagada, tranquila, hecha más para tranquilizar a los oyentes que para ayudar a un encuentro auténtico con Jesucristo.

Ese peligro se produce cuando permitimos que la mentalidad del mundo nos domine. Entonces dejamos de sentir el fuego del Evangelio en nuestras almas y nos preocupamos en evitar críticas o reacciones negativas, en no incomodar a los oyentes.

Así, resulta fácil encontrar homilías donde no se habla del pecado. O constatar que hay sacerdotes y laicos que tienen miedo a denunciar la injusticia terrible que se comete en cada aborto. O leer textos de grupos más o menos competentes en catequesis que han eliminado conceptos como los de infierno, culpa, avaricia, tibieza, lujuria y parecidos.

Hay quienes piensan que de este modo atraerán a la gente a la Iglesia católica. Pero, ¿atrae la sal cuando se vuelve sosa? ¿Estimula una luz que no alumbra? ¿Es seguidor de Cristo quien deja de lado por completo la idea de la cruz y la necesidad de abnegarse cada día, quien olvida los deberes de caridad hacia los pobres, los enfermos, los más necesitados?

Un cristianismo descafeinado, anonido, tibio, no es cristianismo. Será, quizá, un espejismo más o menos engañoso, pero no la fe en todo lo que realizó y predicó el Hijo de Dios que vino al mundo para rescatar al hombre del pecado.

No existe cristianismo sin contrastes porque no existe cristianismo sin cruz, sin sacrificio, sin verdades que penetran más que una espada de doble filo (cf. Hb 4,12).

Sólo a través del mensaje auténtico, genuino, puro, que viene de Cristo, el cristianismo llega a ser lo que quiso su Fundador: el encuentro con el Camino que lleva a la Verdad y a la Vida, que nos saca de nosotros mismos para invitarnos a acoger el Amor y a amar a Dios y a los hermanos.


Autor: P. Fernando Pascual LC.

martes, 13 de agosto de 2013

Cuando una sonrisa serena el alma

Más allá de todo lo que pase, con una sonrisa sencilla, amable, buena, podré ver las cosas y las personas con más ilusión y esperanza. 


Asuntos serios han de ser tratados seriamente: con atención hacia los argumentos, con el deseo sincero de encontrar soluciones.

A veces, el argumento presenta escondites complejos. No resulta fácil encontrar salidas. El corazón y la mente se sienten presionados, inquietos. ¿Qué hacer? ¿Cómo salir adelante ante un problema grave, ante un asunto complejo?

De repente, una sonrisa oportuna puede no sólo regalarnos unos instantes de paz, sino devolver energías para ver las cosas de manera diferente. No es una sonrisa irónica que parece más un insulto de desprecio que un gesto de distensión, sino una sonrisa auténtica que descansa y que ayuda a descansar, que nace de la simpatía y genera simpatías.

Demasiada seriedad agota. La sonrisa sana no sólo genera hormonas gratificantes (según dicen algunos especialistas), sino sobre todo un espíritu distendido y una mente más abierta.

El corazón descansa brevemente. Los ojos miran con nuevo fulgor asuntos difíciles. Surgen incluso palabras más amables, que suplantan las que antes dirigíamos con dureza hacia otras personas.

Sigo de camino en este día luminoso u oscuro, que promete lluvia o que inquieta a todos con vientos oscurecidos por el polvo. Pequeñas o grandes situaciones enturbian mi alma: la tensión por no encontrar dónde estacionar el coche, las prisas para llegar a tiempo al trabajo, la inquietud ante los apagones intermitentes de la luz...

Más allá de todo lo que pase, con una sonrisa sencilla, amable, buena, podré ver las cosas y las personas con más ilusión y esperanza; lo cual es especialmente urgente en un mundo como el nuestro, lleno de prisas y de angustias, y hambriento de corazones positivos y de rostros sonrientes, que transmiten esa verdadera alegría que viene de Dios y que nos conduce suavemente hacia Él.

Autor: P. Fernando Pascual LC.

lunes, 12 de agosto de 2013

El atardecer de la vida

La vida es un instante que pasa y no vuelve. Comienza con un fresco amanecer; y como un atardecer sereno se nos va. 


El sol se despedía del Imperio Tré. El vasallo caminaba junto a la anciana del molino amarillo. Iban conversando sobre la vida.
- ¿Qué cosa es lo que más te gusta de la vida, anciana?

La viejecilla del molino amarillo se entretenía en lanzar los ojos hacia el ocaso.
- Los atardeceres -respondió.

El vasallo preguntó, confundido:
- ¿No te gustan más los amaneceres? Mira que no he visto cosa más hermosa que el nacimiento del sol allá, detrás de las verdes colinas de Tré. 
Y reafirmándose, exclamó:
- ¿Sabes? Yo prefiero los amaneceres.

La anciana dejó sobre el piso la canastilla de espigas que sus arrugadas manos llevaban. Dirigiéndose hacia el vasallo, con tono de voz dulce y conciliador, dijo:
- Los amaneceres son bellos, sí. Pero las puestas de sol me dicen más. Son momentos en los que me gusta reflexionar y pensar mucho. Son momentos que me dicen cosas de mí misma. 
- ¿Cosas? ¿De ti misma...? - inquirió el vasallo. No sabía a qué se refería la viejecilla con aquella frase.

Antes de cerrar la puerta del molino amarillo, la anciana añadió:
- Claro. La vida es como un amanecer para los jóvenes como tú. Para los ancianos, como yo, es un bello atardecer. Lo que al inicio el precioso, al final llega a ser plenamente hermoso. Por eso prefiero los atardeceres... - ¡mira!

La anciana apuntó con su mano hacia el horizonte. El sol se ocultó y un cálido color rosado se extendió por todo el cielo del Imperio Tré. El vasallo guardó silencio. Quedó absorto ante tanta belleza.

La vida es un instante que pasa y no vuelve. Comienza con un fresco amanecer; y como un atardecer sereno se nos va. De nosotros depende que el sol de nuestra vida, cuando se despida del cielo llamado "historia", coloreé con hermosos colores su despedida. Colores que sean los recuerdos bonitos que guarden de nosotros las personas que vivieron a nuestro lado.


Autor: Catholic.net.

domingo, 11 de agosto de 2013

Con María, bajando la montaña

No temas el descenso, no bajas sola. Aquel cuya luz es inextinguible, baja contigo... 


El martes hemos celebrado la Transfiguración.

Muchas veces he pensado, Madre, en el momento de la Transfiguración de tu Hijo.

- Muchas veces te has querido quedar allí arriba, en la montaña ¿verdad?- me susurras al alma y me siento en paz por saber que no tengo secretos contigo.

- Así es, Madre, muchas veces el alma se siente tan plena y feliz de saberse tan amada por Tu hijo, por Ti, que quisiera que el tiempo se detuviese allí ¿Porqué es tan difícil, María, seguir a Jesús cuando baja de la montaña?

Alargas tu mano y me conduces al sitio donde Pedro mira, entre extasiado y atemorizado, la bellísima escena de la Transfiguración y dice: "Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías"(Mc 9,5)

- Fíjate hija- murmuras a mi corazón-cuán grande es el gozo de Pedro ante la Majestad de Cristo. Ni siquiera tiene lienzos para tantas carpas, pero la fuerza de su corazón le lleva, en esta hora, a querer levantar carpas aún sin lienzos.

Corazón extasiado. Admiración sin límites. Tiendas sin lienzos.

- ¿Cuántas de estas carpas has proyectado, hija mía?

- Muchas, Madre, demasiadas...

- ¿Lograste levantar alguna? -me preguntas, invitándome a que yo misma me pregunte.

- Ninguna, Señora, ninguna. Debí bajar de la montaña demasiado rápido. A veces hasta rodando cuesta abajo y lastimándome con cuanto arbusto espinoso se cruzaba en mi camino. No supe quedarme arriba, en la montaña... lo siento, Madrecita...

- No te angusties, amiga. Eso es lo que espero de ti. Espero que bajes, no que permanezcas. Se te es permitido subir para que, cada vez que bajes, sientas que el ascenso no fue en vano.

- ¿Cada vez, Señora? ¿Como "cada vez"? ¿Es que, acaso, he de subir muchas veces yo a la montaña a contemplar el esplendor de tu Hijo?

- Pues si, querida, si. Precisamente de eso se trata. Verás, subir la montaña no es fácil, es camino escarpado, a veces árido y difícil. Aunque por momentos hallarás oasis perfectos. Es camino largo y delicado, pero lo que te espera en la cima bien vale el esfuerzo ¿verdad?

- Madre, perdona mi gran torpeza, pero siento que hablas con palabras conocidas... siento que son.... caminos conocidos, como si... ya los hubiese caminado.

Y el silencio de la parroquia se inunda de tu delicado perfume y las piedritas de tu manto brillan iluminando el alma...

- Busca, hija, busca en tu interior la respuesta. Busca hija, que el que busca encuentra.

- Madre, el camino a la montaña es... ¿El camino de la oración? ¡Oh Madre! Entonces... entonces siento que mi corazón ha vivido lo que el de Pedro muchas veces.

- Y también como él quisiste quedarte allí...

- Si, Madre, no sé como se vuelve y, muchas veces, ni siquiera sé que es volver.

Continúa la Misa y siento que comienzo a subir la montaña.

Me tomas como Jesús a Pedro, y camino contigo en espera del milagro.

Y las palabras de la plegaria de la Misa se tornan en pasos... pasos ascendentes hacia la cima. Mi alma quiere estar muy atenta a tales pasos, porque cada uno, cada palabra de la plegaria, prepara el alma para el encuentro.

Las vestiduras blancas de Jesús. La blancura del Pan que se lleva como ofrenda. Y canto el "Santo". Por la Bendita Comunión de los Santos, sé que no canto sola, que hermanos lejanos, en distancia y tiempo, cantan conmigo.

Y el milagro llega.

Y los ojos del alma ven el esplendor de Su Amor entre las manos del sacerdote, en la Consagración.

- Madre, Jesús brilla para mí, brilla para cada uno de los que aquí estamos, el brillo es interior y sólo puede verse con los ojos del alma.

Falta el último paso.

El abrazo.

Voy de Tu Mano, Madre. En Tu Corazón le recibo. ¡Oh Bendito Jesús Eucaristía!. El abrazo es pleno, único. Conoces, Maestro, cada una de las súplicas de mi corazón.

Me abrazas, Jesús, en el Corazón de tu Madre. Quisiera detener el tiempo, aunque fuesen sólo unos instantes. Sé que no es posible.

- Hija, es tiempo de bajar... es tiempo...

La Misa ha terminado. Mis pasos me llevan de regreso a la cotidianeidad de mis días.

Bajar la montaña, Madre. Siento que no bajo sola. Como Jesús bajó con Pedro, Santiago y Juan, siento que ahora también baja conmigo.... Y además, tengo tu compañía, Maria.... ¡Madre, bajar así no es tan duro! Las espinas siguen estando, duelen María, pero tú curas las heridas...

-¿Has notado, hija, que hay en la cumbre flores que sólo crecen allí?

- ¡Oh, sí, Señora, lo he notado! Y son bellísimas en verdad.

Y para sorpresa de mi alma, sacas de Tu Corazón una flor de las de la cumbre.

- Toma, hija, para que aspires su perfume cada vez que sientas que el encuentro ha quedado lejano en el alma. Que la realidad del valle te supera y te lastima. Cada vez que sientas que hay demasiadas paredes y ninguna puerta....

La flor de la cumbre. La Comunión espiritual. ¡Oh dulce regalo del Maestro!....

Y mientras acaricio los pétalos de tan dulce flor, doy los últimos pasos sobre la montaña. Ya todo es valle. He de caminar en él con la misma alegría que sentí en la cumbre ¿Podré, Madre?

Ente mis manos la flor es respuesta. Flor de cumbre escarpada. Flor para algunos 

- ¿Para quienes, María?

- Para los que la ansíen.

Cumbres escarpadas. Blanquísimo Pan. Carpas sin lienzo. Descenso con Cristo. Todo junto en el alma va tomando su lugar...

Gracias, Maestra del alma. Cuan experimentadísima alpinista, me esperas en cada Misa para subir hasta el milagro, para bajar fortalecida, para enseñarme a ser luz para los que aun no han subido, para los que ni siquiera imaginan que hay montaña.



Amigo mío, amiga mía que subes con Maria tantas veces la montaña. No temas el descenso, no bajas sola. Aquel cuya luz es inextinguible, baja contigo... Y si te apresuras tanto que le dejas lejos, no te angusties, siempre puedes volver. La oración hará que halles tus pasos en la arena, que encuentres el camino, que vuelvas a subir....



NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."


Autor: María Susana Ratero.

sábado, 10 de agosto de 2013

Lo que vale la sonrisa de un enfermo

Sin la ayuda del Señor, el yugo de la enfermedad y el sufrimiento es cruelmente pesado. 
En la sonrisa que nos dirige la más destacada de todas las criaturas, se refleja nuestra dignidad de hijos de Dios, la dignidad que nunca abandona a quienes están enfermos. Esta sonrisa, reflejo verdadero de la ternura de Dios, es fuente de esperanza inquebrantable. 

Sabemos que, por desgracia, el sufrimiento padecido rompe los equilibrios mejor asentados de una vida, socava los cimientos fuertes de la confianza, llegando incluso a veces a desesperar del sentido y el valor de la vida. 

Es un combate que el hombre no puede afrontar por sí solo, sin la ayuda de la gracia divina. Cuando la palabra no sabe ya encontrar vocablos adecuados, es necesaria una presencia amorosa; buscamos entonces no sólo la cercanía de los parientes o de aquellos a quienes nos unen lazos de amistad, sino también la proximidad de los más íntimos por el vínculo de la fe. Y ¿quién más íntimo que Cristo y su Santísima Madre, la Inmaculada? Ellos son, más que nadie, capaces de entendernos y apreciar la dureza de la lucha contra el mal y el sufrimiento. La Carta a los Hebreos dice de Cristo, que Él no sólo no es incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros (cf. Hb 4,15). 

Quisiera decir humildemente a los que sufren y a los que luchan, y están tentados de dar la espalda a la vida: ¡Volveos a María! En la sonrisa de la Virgen está misteriosamente escondida la fuerza para continuar la lucha contra la enfermedad y a favor de la vida. También junto a Ella se encuentra la gracia de aceptar sin miedo ni amargura el dejar este mundo, a la hora que Dios quiera. 

(...)

Sin la ayuda del Señor, el yugo de la enfermedad y el sufrimiento es cruelmente pesado.

El Concilio Vaticano II presentó a María como la figura en la que se resume todo el misterio de la Iglesia (cf. Lumen gentium, 63-65). Su trayectoria personal representa el camino de la Iglesia, invitada a estar completamente atenta a las personas que sufren. Dirijo un afectuoso saludo a los miembros del Cuerpo médico y de enfermería, así como a todos los que, de diverso modo, en los hospitales u otras instituciones, contribuyen al cuidado de los enfermos con competencia y generosidad. 

Quisiera también decir a todos los que atienden a los enfermos, a los camilleros y acompañantes, que su servicio es precioso. Son el brazo de la Iglesia servidora.

Deseo animar a los que, en nombre de su fe, acogen y visitan a los enfermos, sobre todo en los hospitales, en las parroquias o en los santuarios. Que sientan en esta misión tan delicada e importante el apoyo efectivo y fraterno de sus comunidades. 

Gracias por vuestro servicio al Señor que sufre. 

El servicio de caridad que hacéis es un servicio mariano. María os confía su sonrisa para que os convirtáis vosotros mismos, fieles a su Hijo, en fuente de agua viva. 

Lo que hacéis, lo hacéis en nombre de la Iglesia, de la que María es la imagen más pura.

¡Que llevéis a todos su sonrisa!


Autor: SS Benedicto XVI.

viernes, 9 de agosto de 2013

Nuestra ofrenda a Dios en la Misa

Cuando vamos a la Misa, nosotros llevamos al altar nuestra vida entera, para ofrecerla con el vino y el pan. 


¿Es cierto que el trabajo puede ser llevado al Altar como hostia personal nuestra?...

Todas las religiones han tenido siempre su centro en el altar. Todas han expresado el culto a Dios con el sacrificio. Las víctimas inmoladas --normalmente animales de uso doméstico--, eran la expresión del dominio de Dios sobre todas las criaturas. 

El Cristianismo no es una excepción, y todo él converge en Jesucristo que se inmola en el altar de la Cruz. 

Después, resucitado, el mismo Jesucristo --que en el Cielo está como víctima glorificada-- se hace presente en nuestros altares. 

La Iglesia, entonces, no ofrece ni ofrecerá jamás otro sacrificio que el de Cristo, el que murió en el Calvario y el que ahora está a la derecha de Dios. Esto es el sacrificio de la Misa. 

Pero, dirán algunos: 

- Muy bien, ése es el sacrificio de Cristo. ¿Y el sacrificio personal mío, el que pueda ofrecer yo a Dios, dónde está?... Si Dios no acepta otro sacrificio que el de Jesús, ¿yo, qué puedo hacer?...

La pregunta es muy legítima. Y quién sabe si la respuesta a esta pregunta inquietante nos la dio, y muy acertada, aquel muchacho que trabajaba duro en el taller. El hierro era resistente, pero salía de la fragua, y del torno después, convertido en una pieza maestra, que, levantada a lo alto, le hacía exclamar al simpático obrero:
- ¡Qué hermoso es un eje bien hecho! Me parece que hay en él algo de Dios. Es un poco mi propia hostia.

¡Bien dicho! Cuando vamos a la Misa, no podemos ir con las manos vacías. Si no llevamos algo de la propia vida, algo que nos cueste, algo que signifique sacrificio, dolor, esfuerzo, lucha, deber..., asistiríamos --sólo asistiríamos-- al sacrificio de Cristo, pero no participaríamos en él. 

Es decir, no tendríamos ninguna parte nuestra, porque no habríamos llevado nada nuestro para ofrecerlo a Dios. Para que sea sacrificio de Cristo y nuestro, hemos de aportar algo de la propia vida. 

Cuando vamos a la Misa, nosotros llevamos al altar nuestra vida entera, para ofrecerla con el vino y el pan, que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, en un solo sacrificio para gloria de Dios. 

Allí está nuestra oración, hostia de alabanza, salida de labios limpios, nos dice la misma Biblia. ¡Qué sacrificio tan inocente y tan bello!...

Allí está nuestra pureza de vida, nuestros cuerpos que se ofrecen como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, como nos enseña San Pablo. ¡Bendita castidad la de los cristianos!... 

Pero llevamos al altar, de modo especial, nuestro trabajo de cada día. En la Misa dominical, llevamos el de la semana entera. El trabajo que nos cansa, que nos rinde, que nos hace sudar, que nos aburre muchas veces. Ese trabajo es nuestra cruz, y es por eso también la gran aportación nuestra al sacrificio de Cristo. 

Ese problema tan grave de nuestros días, la llamada cuestión social, se ha centrado siempre en la relación trabajo-capital. El capital mandaba, pues tenía todos los resortes en sus manos. Pero los obreros supieron salir por sus derechos, conculcados por los más fuertes. Se creó así una insostenible situación de injusticia y de violenta reacción. Al mantenerse firme el uno, y al verse desatendidas las legítimas reclamaciones de otros, ha venido tanta revolución, tanta guerra, tanta sangre. 

Lo lamentable ha sido que en toda la cuestión social se ha tenido marginado a Dios. Los del capital, en la práctica de su religión, no ofrecían a Dios la hostia de su justicia, de su amor, de su caridad. Y los trabajadores, desdeñados, dejaron de mirarse en el Obrero de Nazaret, que nos descubrió a todos desde su taller dónde están los verdaderos valores de la vida.

El trabajo bien hecho --no el flojo y desganado del perezoso--, es una obra de Dios, al que prestamos nuestras manos para que Él siga realizando su tarea creadora. 

El trabajo bien realizado por nosotros no se diferencia del de Jesús, el Carpintero de Nazaret, que decía de sí mismo: 
- Yo trabajo, como trabaja siempre mi Padre. 

Si nuestro trabajo es como el de Cristo, y el de Cristo como el del Padre, estemos seguros de que no podemos escoger para el altar una hostia propia nuestra, ni más agradable a Dios, como ese trabajo de cada día, hecho con la misma perfección del mismo Cristo y del mismo Dios....
Hebr. 13, 15. Rom. 12, 1. Jn. 5,17.


Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.