Un pequeño contratiempo, un
malentendido, un dolor, una enfermedad, un problemilla económico... somos
propensos a sentirnos mal y a quejarnos.
Ayer, hablando con un amigo, le comenté
que a veces uno ya no sabe sobre qué tema escribir y él me dijo: escribe sobre
la soledad y el sufrimiento. Ciertamente el tema es muy importante. Si se echa
una mirada alrededor o a lo lejos, resulta fácil constatar que es mucha la
gente que sufre, por distintos motivos. De ahí que por mucho que intentemos
modernizar la Salve no parece que sea posible quitarle lo del "valle de
lágrimas". Más aún, si se toma en serio la frase de Ana Frank, podemos
padecer de insomnio crónico: "cuando se piensa en el prójimo es como para
llorar todo el día".
A nada que nos pase, un pequeño contratiempo, un malentendido, un dolor, una
enfermedad, un problemilla económico... somos propensos a sentirnos mal y a
quejarnos. Y sin embargo nos acostumbramos a ver y oír casi todos los días
noticias de gente que se muere de hambre, que perecen como consecuencia de
terremotos, de inundaciones, de guerras, de accidentes... que ven cómo
desaparecen bajo los escombros o arrastrados por las aguas sus seres más
queridos, que se quedan sin hogar y sin los objetos para ellos más preciosos.
Si intentamos ponernos en el lugar de quienes padecen todas estas desgracias,
como si nos ocurrieran a nosotros, tal vez podríamos hacernos una pequeña idea
de lo que ese sufrimiento significa. Pero también nos puede servir de consuelo
en el sentido de que, al compararnos con ellos, podemos comprobar que con
frecuencia nos quejamos de vicio.
De vez en cuando les digo a mis alumnos que su mayor problema es no tener
problema ninguno. En efecto, cuando uno tiene de todo sin hacer grandes
esfuerzos, está tentado a no valorar las cosas. Tal vez por eso desprecia más
la comida el que la tiene en abundancia; no rinde en los estudios el que tiene
facilidades para estudiar; o desprecia las prácticas religiosas el que más
oportunidades tiene de participar en ellas.
Digamos que la experiencia del sufrimiento tiene una función pedagógica en el
sentido de que nos enseña a vivir con menos superficialidad y a tratar a los
demás con un poco más de comprensión. Por una parte debe llevarnos a ser mucho
más solidarios con los que sufren y por otra a ir descubriendo el verdadero
valor y medida de las cosas.
Cuando mi amigo me sugirió este tema, de alguna manera estaba sintiendo la
misma preocupación que Buda: cómo eliminar el sufrimiento. Si bien la respuesta
del sabio oriental no coincide exactamente con la cristiana, no cabe duda que
tiene mucho de aprovechable:
Si tuviéramos más vida interior, más moderación, más espíritu de
desprendimiento y renuncia... más confianza en Dios, este valle de lágrimas
sería bastante más llevadero.
Si confiamos en Dios, nuestro Padre bueno, nuestro sufimiento es más
ligero, Dios nos ama, nos abraza, nos acompaña en el camino.
Por: Máximo Álvarez Rodríguez
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