Cristo Sufrió y asumió el sufrimiento como instrumento
de salvación ¿Podremos seguir su ejemplo?
Un rayó cayó en un frutal y rompió la
mayor parte de las ramas. Sin embargo, una de ellas quedaba sujeta al tronco
por unas pocas fibras y por la corteza, gracias a lo cual daba todavía
frutos.
La adversidad,
el sufrimiento, forma parte de nuestra existencia. Una infinita gama de dolor,
de sufrimiento acosan al ser humano. El mal, el sufrimiento, no entraba en los
planes de Dios, el pecado nos lo trajo y desde entonces se pasea entre
nosotros. Para el cristiano la enfermedad, el dolor, tiene que ser una escuela
de santificación, “signo de predilección divina”, oportunidad de crecimiento.
“¿Puede
engendrar felicidad la adversidad?”, pregunta José Luis Martín Descalzo. Él
mismo da esta respuesta: “Puede engendrar, al menos, muchas cosas: Hondura de
alma, plenitud de condición humana, nuevos caminos para descubrir más luz, para
acercarnos a Dios. Por eso no hay que tenerle miedo al dolor. Lo mismo que no le
tenemos miedo a la noche. Sabemos que el sol sigue saliendo aunque no lo
veamos. Sabemos que volverá. Dios no desaparece cuando sufrimos. Esta ahí, de
otro modo, como está el sol, cuando se ha ido de nuestros ojos”.
Cristo sintió
el amargor del cáliz y el abandono del Padre. Sufrió y asumió el sufrimiento
como instrumento de salvación. El vino para salvar siempre. “Decidle a Juan lo
que habéis visto y oído; los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan
limpios, los sordos oyen y a los pobres se les anuncia el Evangelio” (Lc 7,
22). Según el Evangelio, Cristo recorría toda Galilea enseñando y curando toda
enfermedad y dolencia…Y se extendía su fama. y le traían a todos los que
padecían algún mal: a los atacados de diferentes enfermedades y dolores y a los
endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los curaba (Mt 40, 23-25).
Cristo se
acerca al que sufre y con él usa gestos de amor: palabras, silencios... A él le
oye, le ve, le toca, le toma de la mano y camina con él (Jn 9, 1). Como siente
compasión por el que sufre, a todos sana. Cristo sigue acercándose a cada uno
de los que sufren. Será bueno tener fe en él y poner los ojos en él, no estar
sin su presencia y amistad.
El Dios que se
nos revela en Jesús es un Dios que comparte con el ser humano su situación, la
de caminante y peregrino, la de un ser débil como el barro. Sentirse débil,
cansado, perdido y rezar a Dios, es disipar dudas, temores, reponer fuerzas
para seguir en el camino.
En los momentos
de dificultad, hay que doblar la rodilla y levantar el corazón y la mirada al
cielo. Louis Veuillot, tras la muerte de su mujer y de sus tres hijos, pasaba
mucho tiempo orando. A un amigo que le miraba, le dijo: “No estoy derribado en
tierra; estoy sencillamente de rodillas”.
Ramón Font
cuenta cómo a una joven le ayudó la oración durante 9 horas que estuvo
encaramada en un árbol en medio del río Segre. Aquella mucha rezaba
continuamente. “Me impresionó comprobar que en momentos difíciles, aquél en
concreto para la chica, lo único que la sostenía y daba fuerzas era ese Dios
que está al lado de quienes sufren, de quienes le reclaman y de quienes le
quieren”.
Leonard Cohen,
escritor, compositor y cantante, nacido en Montreal, Canadá, que ha actuado en
casi todos los países del mundo, afirma: “Si me siento flácido, hago ejercicio.
Si me siento perezoso mentalmente, procuro meditar. Si me siento perdido,
rezo”.
“A voz en grito
clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor; desahogo ante él mis afanes,
expongo ante él mi angustia” (Sal 141, 2).
El itinerario de
la oración pasa por noches que son pruebas de angustia y desesperación. “Cuando
nos veamos cubiertos de tinieblas, sobre todo si no somos nosotros la causa, no
temblemos. Considera que estas tinieblas que te cubren te las ha enviado la
providencia de Dios, por razones que solo él conoce, pues nuestra alma, a veces
se ahoga y es engullida por las olas. Entonces, aunque nos dediquemos a la
lectura de las Escrituras o a la oración, hagamos lo que hagamos nos encerramos
cada vez más en las tinieblas (…). Son unos momentos llenos de desesperación y
temor, porque la esperanza en Dios y el consuelo de la fe han abandonado
totalmente al alma, que está llena de dudas y angustia.
Aquellos a
quienes la confusión ha puesto a prueba, en un momento determinado, sabrán que
al final se producirá un cambio. Dios no nos abandona jamás en ese estado, pues
eso destruiría la esperanza (…) sino que la permite salir rápidamente de esta
situación.
Bienaventurado
el que soporte estas tentaciones... Después de la gracia viene la prueba. Hay
un tiempo para la prueba. Y hay también un tiempo para el consuelo” (Isaac El
Sirio)
El sufrimiento
purifica. Ante cualquier tragedia o cruz, sobran todas las explicaciones. Sólo
la fe, el silencio y el misterio tienen la respuesta acertada. Cuando el dolor
aprieta, cuando las calamidades públicas azotan sin compasión, en momentos de
dificultad la gente eleva los ojos a Dios. Así rezan estos versos:
“En un pueblo
de la costa, cuando el mar da poca pesca, a la iglesia van los hombres. Cuando
mucha, a la taberna”.
El Maestro
invita a ser sus discípulos, a seguirle, a cargar con la cruz, a dar la vida
por los demás. En la historia ha habido testimonios elocuentes de entrega como
el P. Damián, Madre Teresa, Maximiliano Kolbe... Muchos otros, sin ser tan
famosos, donan órganos para que otros puedan aprovecharse de ellos.
Es bueno pedir,
sin dudar. El Pastor de Hermas, decía: “Pídele sin titubear y conocerás que su
gran misericordia no te abandona, sino que dará cumplimiento a la petición de
tu alma”.
Es bien
conocida la oración: “Dios concédeme serenidad para aceptar las cosas que no
puedo cambiar. Valor para cambiar aquellas cosas que puedo, y sabiduría para
reconocer la diferencia”.
Por: P. Eusebio Gómez Navarro OCD | Fuente: eusebiogomeznavarro.org
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