El pecado siempre nos provoca dolor cuando lo
reconocemos
Judas, el discípulo de Cristo que vivió junto a él durante tres años, el que escuchó su palabra y vio sus milagros, decidió entregar a Jesús a sus perseguidores. Dice el evangelio que incluso buscaba la ocasión para entregarlo, y una paga por ello. Vendió a su Maestro por unas monedas, lo traicionó (Mateo 26:14-16).
Judas, el discípulo de Cristo que vivió junto a él durante tres años, el que escuchó su palabra y vio sus milagros, decidió entregar a Jesús a sus perseguidores. Dice el evangelio que incluso buscaba la ocasión para entregarlo, y una paga por ello. Vendió a su Maestro por unas monedas, lo traicionó (Mateo 26:14-16).
Todo el juicio que podamos hacer sobre su proceder es irrelevante. Cualquier pecado que cometamos, por muy atroz que sea, puede ser perdonado y lavado por la misericordia de Dios y mediante la sangre de Cristo. No hay pecado que no pueda ser perdonado, excepto, dijo Jesús, la blasfemia contra el Espíritu Santo (Mateo 12:31 y 32 / Marcos 3:28-30).
Al darse cuenta de su
error, Judas cayó en un sentimiento de culpa que le provocó dolor, pues el
pecado siempre nos provoca dolor cuando lo reconocemos. Sentir dolor está bien,
pero sentir demasiado dolor no, pues esto sirve de herramienta para Satanás.
Cuando la culpabilidad nos
separa de Dios, lo que debemos buscar es el inmediato perdón del Señor, pues si
nos escondemos, nos aislamos, nos autocastigamos, no podemos recibir dicho
perdón. Dice la Biblia que si confesamos nuestro pecado Él es fiel y justo para
perdonarnos y limpiarnos de toda maldad.
El perdón de nuestros
pecados –pasados, presentes y futuros– fue comprado por precio. Y el precio fue
la sangre de Jesucristo en la cruz. Su sacrificio, su vida, su cuerpo entregado
fue el costo que se pagó para que nosotros pudiéramos y podamos ser perdonados.
Ningún mérito propio, ninguno de nuestros esfuerzos, buenas obras, ofrendas o
sacrificios puede añadir algo a su sacrificio, pues la muerte y resurrección de
Cristo fueron suficientes. Toda buena obra es evidencia de nuestra fe, pero el
perdón de los pecados es otorgado solamente mediante el sacrificio del Hijo de
Dios en el Calvario.
Ahora bien, cuando nosotros
nos rehusamos a recibir el perdón, Satanás utiliza dicha resistencia para
torturarnos. La culpa ya no es un proceso natural de reconciliación sino una
postura enfermiza, pecaminosa, entregada a la oscuridad. Cuando no nos
perdonamos a nosotros mismos evidenciamos nuestra falta de fe en el Señor,
nuestra falta de fe en su sacrificio, rechazamos y minimizamos lo que Él hizo
por nosotros.
Si rechazamos el perdón,
por no sentirnos merecedores del mismo, es porque no hemos entendido que Jesús
murió por nosotros, de hecho, sin que lo mereciéramos. No hemos comprendido el
valor de su sacrificio y el don de su gracia. Cuando cerramos nuestro corazón y
nos amargamos dentro de nosotros mismos por una culpa, permitimos que el diablo
nos torture, y creemos a sus mentiras. Nos entregamos a la destrucción en vez
de correr a la fuente de perdón y salvación.
La congoja por nuestro
pecado es necesaria para alcanzar la reconciliación con Dios; pero el
autoflajelo nos enfila hacia la perdición. Jesús odiaba el pecado, pero amaba a
los pecadores, así como a los justos. Él fue capaz de perdonar pecados, liberar
a hombres y mujeres de los demonios que los atormentaban, y sanar todo tipo de
enfermedad física y espiritual. Su compasión no tuvo límites.
Judas se desesperó, se
acobardó, huyó y tomó la justicia en sus manos: se quitó la vida antes que
buscar y recibir el perdón. Pedro, en cambio, se dolió por su pecado cuando
negó tres veces a Jesús, clamó por el perdón y fue inmediatamente perdonado y
puesto a cargo de los apóstoles. Jesucristo le confirmó que lo seguía amando a
pesar de su error, y que podía tener una nueva oportunidad.
Así nosotros, promovamos en
nuestra relación con Dios el dolor de arrepentimiento cada vez que pequemos,
confesemos nuestra culpa y dejémoslo todo a los pies de Cristo, a los pies de
la cruz. Recibamos el perdón con humildad y valoremos la nueva oportunidad de
rechazar el pecado y vivir para el espíritu, honrando el sacrificio de nuestro
Señor, quien siempre está listo para perdonar; de esa manera desarmaremos al
enemigo, quien siempre está listo para acusar, engañar, atacar, robar, matar y
destruir.
Por: Maleni Grider | Fuente: ACC Agencia de Contenido Católico
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