¡No tengan miedo a las dudas de la fe, que se hace más
fuerte cuanto es más probada!
El Catecismo de la Iglesia Católica nos
propone un punto de meditación sobre la fe que, más que una lección, parece una
arenga. Viene a decirnos:
- ¡Vivan la fe, que es vivir ya la
felicidad de la vida eterna! ¡No tengan miedo a las dudas de la fe, que se hace
más fuerte cuanto es más probada! ¡Miren a la Virgen María, la más valiente
porque fue la más probada en su fe!...
¿Es cierto eso de que en el Cielo no veremos
más de lo que ahora creemos? Segurísimo. Y si ahora creemos y poseemos en fe lo
que entonces veremos cara a cara cuando contemplemos a Dios tal como el Él, la
diferencia entre esta vida y la venidera no es más que accidental: es cuestión
solamente de detalle...
Lo que ahora vemos en espejo, resulta
que ya lo poseemos dentro de nosotros. Somos tan ricos como lo seremos en el
Cielo, como nos sigue diciendo el gran Catecismo:
- Por lo mismo, la fe es ya el comienzo
de la vida eterna. Es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que
nuestra fe nos asegura que gozaremos un día.
¿No hay para entusiasmarse? ¿No hay para
defender la fe hasta con las uñas y los dientes, si fuera preciso?...
Pero el Catecismo de la Iglesia Católica
nos advierte prudentemente:
- La fe puede ser puesta a prueba. El
mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos
asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la
muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a
ser para ella una tentación.
No necesitamos discurrir mucho para dar
la razón a estas palabras del Catecismo. Lo vemos cada día en muchos hermanos
que sufren, y nosotros mismos experimentamos a veces esta duda y esta
tentación. Son muchos los que se dicen:
- ¿Cómo es posible todo eso tan bonito
de la vida futura, cuando vemos en el mundo tanto mal, y nosotros mismos somos
víctimas de tantas dificultades? ¿Cómo es posible que Dios exista, y Dios
prometa, y Dios premie, cuando vemos y experimentamos todo lo contrario? ¿No
será todo una ilusión? ¿Cómo me puede amar Dios, si la realidad de cada día más
parece una persecución que una providencia?...
San Vicente de Paúl sentía esta
tentación contra la fe. Cuando le asaltaba la duda, se decía enérgico:
- ¡Creo! ¡Creo!...
Y acompañó sus palabras con un gesto
expresivo. Escribió en un papel el Credo. Lo plegó, lo cosió dentro del
bolsillo, y cuando el asaltaban las dudas, echaba la mano al bolsillo, apretaba
el papelito misterioso, y, como decimos con nuestro lenguaje vulgar, el demonio
de la duda tenía que huir con el rabo entre las patas...
Mirando la Biblia, contemplamos en el
Antiguo Testamento al padre de todos los creyentes, a Abraham, del que nos dice
San Pablo que creyó contra toda esperanza.
Si del Antiguo pasamos al Nuevo
Testamento, nos sigue diciendo el Catecismo de la Iglesia Católica,
contemplamos a María. ¡Quien lo iba a decir! María, la bendita Madre del Señor,
fue también quien sufrió la prueba más terrible. Las sombras en la noche de la
fe llegaron en María a una densidad aterradora.
- ¿El Hijo de mis entrañas, mi Jesús,
del que me dijo el Angel que sería el Hijo del Altísimo, está ahora muerto y
encerrado en un sepulcro, abandonado de sus discípulos, con sólo cuatros amigos
y amigas impotentes a su alrededor?... Y, sin embargo, es Él, el Hijo de Dios,
y yo espero verlo resucitado, aunque todas las apariencias estén en contra de
su palabra...
Esto se decía María, modelo nuestro
inigualable en la peregrinación de la fe. Creyó ahora en el Calvario, igual que
había creído que iba a ser madre permaneciendo virgen...
Nunca vio nada, y mereció de Dios por
Isabel el mayor elogio de la fe:
- ¡Dichosa tú que has creído!...
Algunos desaprensivos dicen que Jesús
puso al mismo nivel nuestro a María su Madre cuando elogió la fe de los
creyentes, y cuando contestó a la mujer que bendecía los pechos que lo
amamantaron. Muy al contrario, entonces Jesús tributó a María la máxima
alabanza y la puso sobre todos los creyentes, pues nadie como María escuchó la
Palabra y respondió tan fielmente como Ella. María fue doblemente Madre de
Jesús: porque lo concibió en su seno y lo amamantó, y porque guardó la Palabra
como nadie.
Hoy el católico, al ver criticada y
perseguida su Iglesia, y triunfantes a su alrededor facciones llenas de
errores, se halla en esa situación de María. ¿Habrá Cristo abandonado su
Iglesia?... ¡Calma! Jesús aparenta estar muerto, pero está más vivo que
nunca...
Ante los dos ejemplos de Abraham y
María, seguidos por tantos que han sufrido pruebas mucho más duras que las
nuestras, acaba diciéndonos el Catecismo de la Iglesia Católica con palabras de
la carta a los Hebreos:
- Sacudamos todo lastre y el pecado que
nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los
ojos en Jesús, el que inicia y consuma nuestra fe.
Cuando hablamos de la tentación de la
fe, no podemos menos de hablar así, valientemente, en plan de arenga, para
entusiasmarnos. La conquista de la fe es a base de lucha, y sólo quien combate
bien es condecorado..
CIC, 163-165. 1Cor. 13,12. 1Jn.3,2.
2Cor. 5,7. 1Cor. 13,12. Rom. 4,18. Mc. 3,31-35. Luc. 11,27-28. Hbr. 12,2.
Por: Pedro García, misionero claretiano
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