En esos
momentos existe el peligro de quedarnos con los brazos cruzados. El desaliento
invade los corazones.
La idea
parecía buena. La empezamos a poner en marcha. Resolvemos las primeras
dificultades. De repente, llegamos a un muro insuperable. No podemos seguir
adelante.
Los muros
que podemos encontrar son tantos, a veces totalmente inesperados. No queda
dinero en el banco. No responde el amigo que tenía en sus manos la respuesta
decisiva. Fallece el médico en quien pusimos tantas esperanzas...
Un proyecto,
un camino, un esfuerzo, han culminado en un punto que no permite vislumbrar
perspectivas para seguir adelante. El corazón susurra que ahora toca resignarse
ante lo inevitable.
En esos
momentos existe el peligro de quedarnos con los brazos cruzados. El desaliento
invade los corazones. Un extraño sentimiento de fracaso domina el panorama.
Sin embargo,
ese muro no es la última palabra. Ni en la propia vida, ni en la vida de los
otros. A un lado, a otro, o tal vez hacia atrás, quedan abiertos otros caminos.
Es el momento para los reajustes.
Entonces
descubrimos que un muro es, simplemente, un “no” a algo y un “sí” a otra cosa
que hasta ahora quizá parecía insignificante pero que encierra riquezas
sorprendentes.
Lo habremos
escuchado más de una vez: cuando se cierra una puerta, se abre una ventana. Una
ventana terrena, con sus nuevos riesgos y sus promesas. Y una ventana eterna:
más allá de esta vida existe un horizonte maravilloso donde nos espera un Padre
bueno.
La vida
sigue adelante. En ella, ¿qué me piden los familiares, los amigos, los
conocidos? Sobre todo, ¿qué me pide Dios, qué me está diciendo ante este muro?
Con el alma
abierta y disponible, debo dar una respuesta. Será buena si permito al Señor
dirigir mi vida, si confío en su Palabra, si aprendo a leer toda mi historia
desde la clave única que da sentido a todo: Dios me ama siempre, su
misericordia es eterna...
Por: P. Fernando Pascual LC
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