Son llaves que vienen de Dios que abren
y cierran el acceso al Reino de los cielos, llaves de misericordia.
Las llaves sirven para cerrar y para
abrir. Dejan pasar o lo impiden. Liberan o encarcelan.
También en la Iglesia hay llaves. Pedro
las recibió del mismo Cristo: las llaves del Reino de los cielos.
"A ti te daré las llaves del Reino
de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que
desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,19).
¿Qué tipo de llaves tiene Pedro? Son
llaves que vienen de Dios y sirven para los hombres. Son llaves que abren y
cierran el acceso al Reino de los cielos. Son llaves de misericordia.
Con esas llaves la Iglesia católica,
durante siglos, ha buscado abrir el tesoro de la salvación a todos los hombres.
No porque la Iglesia tenga unos privilegios especiales, sino porque simplemente
quiere cumplir la misión que Cristo le ha encomendado.
Cuando el corazón siente el peso de sus
pecados, cuando el cansancio de la lucha lleva al desaliento y al miedo, cuando
el diablo susurra que no podremos cambiar, podemos mirar ante nosotros y ver
una puerta abierta: es la puerta de la misericordia.
Cristo vino al mundo para eso: para
anunciar el Reino, para predicar la conversión, para sacrificarse y abrirnos el
cielo, para mostrarnos el rostro misericordioso del Padre.
La Iglesia recibe de Cristo unas llaves
maravillosas. Con la mirada puesta en la Cruz y en la mañana de Pascua, tenemos
la certeza de la victoria del Buen Pastor, de Aquel que es la verdadera Puerta
para las ovejas: "si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y
encontrará pasto" (Jn 10,9).
El banquete está preparado. Las llaves
han abierto la puerta. Hay que vestirse con traje de bodas (buenas obras) y
llenarnos de esperanza. "Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria,
porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le
ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura - el lino son las buenas
acciones de los santos" (Ap 19,7‑8; cf. Mt 22,11).
Pedro, ¿pesan las llaves? No te
preocupes. Cristo ha rezado por ti. Confía y abre. Mira a tu Maestro y camina.
Con tus lágrimas y tu humildad, grita y recuerda al mundo que el Señor nos ha
preparado un lugar en los cielos, junto a su Padre, para siempre (cf.
Jn 14,3).
Por: P. Fernando Pascual LC
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