María, con un amor inimaginable, nos
lleva siempre como hijos pequeños, formando nuestra vida con la suya.
Una persona realmente cristiana no puede
ni debe vivir más que de la vida de Nuestro Señor Jesucristo.
Esta vida divina debe ser el principio de todos sus pensamientos, de todas sus
palabras y de todas sus acciones.
Jesucristo fue concebido en el seno de María por obra del Espíritu Santo.
Jesucristo nació del seno virginal de María. Concebido por obra del Espíritu
Santo, nacido de María Virgen.
El bautismo y la fe hacen que empiece en nosotros la vida de Jesucristo. Por
eso, somos como concebidos por obra del Espíritu Santo. Pero debemos, como el
Salvador, nacer de la Virgen María.
Jesucristo quiso formarse a nuestra semejanza en el seno virginal de María.
También nosotros debemos formarnos a semejanza de Jesucristo en el seno de
María, conformar nuestra conducta con su conducta, nuestras inclinaciones con
sus inclinaciones, nuestra vida con su vida.
María, con un amor inimaginable, nos lleva siempre en sus castas entrañas como
hijos pequeños, hasta tanto que, habiendo formado en nosotros los primeros
rasgos de su hijo, nos dé a luz como a Él. María nos repite incesantemente
estas hermosas palabras de san Pablo: Hijitos míos, por quienes de nuevo sufro
dolores de parto hasta que Cristo se forme en vosotros (Gál 4,19). Hijitos
míos, que yo quisiera dar a luz cuando Jesucristo se haya formado perfectamente
en vosotros.
Por: Ágora marianista
No hay comentarios:
Publicar un comentario