LA FE Y
LOS DÍAS
Autor: Pablo Cabellos Llorente
Tengo una
historia real para comenzar. Jesús de Nazaret salía de Betania y sintió hambre.
Vio de lejos una higuera y se acercó a ella buscando su fruto. No era tiempo de
higos, por lo que no halló más que hojas. E hizo que se secara al instante. A
la vuelta, viendo sus discípulos la higuera seca de raíz, la señalaron a Jesús.
Éste utilizó el suceso para moverles a orar, asegurándoles que, no sólo la
higuera, sino que hasta trasladarían montes si tuvieran fe. De ahí procede la
conocida frase: la fe mueve montañas.
Posiblemente,
un ecologista vería mal este suceso, quizá por no tener en cuenta la mayor valía
de la enseñanza que la higuera misma. La doctrina es que los hombres, y los cristianos en particular,
no podemos ser árbol estéril ni con la disculpa de no estar en la temporada
oportuna. Porque siempre es época de producir frutos si nos guiamos por la fe.
Escribo
estas líneas al comienzo del Año de la Fe que Benedicto XVI ha querido
proclamar a partir del día once de octubre hasta finalizar noviembre del año
próximo. ¿Con qué idea? Se puede sintetizar en unas palabras escritas el pasado
año para convocar este evento. Recogía un pasaje del evangelio de san Juan en
el que plantean a Jesús un interrogante. El Papa anotaba: "La pregunta
planteada por los que le escuchaban es también hoy la misma para nosotros: ¿qué
tenemos que hacer para realizar las obras de Dios? Sabemos la respuesta de
Jesús: la obra de Dios es ésta: que creáis en el que Él ha enviado. Creer en
Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la
salvación".
El Año de
la Fe que ahora comienza es una llamada a volver los ojos a Cristo con deseos
de aprender de Él y buscar la identificación con su forma de vivir y de hacer.
El título de este artículo responde a la real necesidad que tenemos los
cristianos de vivir y llevar a todas partes la fe que profesamos: En la
memorable homilía "Amar el mundo apasionadamente", afirmaba el
fundador del Opus Dei: "allí donde están vuestros hermanos los hombres,
allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí
está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo".
No es este
un año para jugar al escondite con nuestro modo de pensar y ver la vida. Tal vez
nos hemos dejado tragar por la ola de relativismo y laicismo que impera en el
pensamiento dominante. Tal vez somos poco consecuentes con la fe que recibimos
de Dios, bien por nuestros errores personales en la conducta o bien por
ocultamiento de nuestro modo cristiano de ver la vida, sencillamente porque
requiere ir contra la corriente imperativa en los comportamientos de moda. No
somos en ocasiones capaces de decir: ¡ah! pero ¿tú no vas a Misa?, antes de que
nos pregunten: ¿todavía vas a Misa? Pero no sólo está lo relativo a la práctica
sacramental o la oración, hemos de ejercitar las virtudes cristianas en la
familia, en el trabajo, en el descanso..., en los días corrientes.
La fe ha de
manifestarse en la honradez, en la laboriosidad, en la lealtad, en el servicio
prestado sin que se note si es posible, en una sonrisa, en la veracidad, en el
modo de tratar a los demás, en el espíritu de sacrificio, en la forma de vestir
y de divertirse, en el dolor por la miseria y sufrimiento ajenos, en el afán de
formarnos mejor en la doctrina católica para hacerla vida. Los medios para
comportarse de esta manera, como recordaba un punto de Camino, son los
mismos que tuvieron los primeros
cristianos: el evangelio y la cruz, que es tanto como decir el seguimiento
total de Cristo: buscarlo, encontrarlo y amarlo. Y así procurar que su espíritu
reanime al mundo, porque el ADN del bautizado es ser otro Cristo, el mismo
Cristo, aunque nunca por mérito propio.
Ese ideario
se mantiene con las enseñanzas evangélicas: oración, eucaristía, confesión de los pecados, la gracia
sacramental del matrimonio para edificar una familia generosamente, y todos los
demás sacramentos que son remedio para cada
necesidad, también la de hacer a Jesús presente en todas las
encrucijadas del mundo, porque son muchos -también entre los bautizados- los
que no conocen las riquezas de la fe, el sentido que la vida adquiere con ella,
la esperanza en Dios, que recoge también las legítimas aspiraciones humanas; y
sobre todo, el amor con que Él nos ha enseñado a querer mientras desempeñamos
nuestras tareas.
Concluyo
con unas frases de Benedicto XVI de 2005: "En numerosas partes del mundo
existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo marche igual sin Él
(...). Dan ganas de exclamar: ¡no es posible que la vida sea así!
Verdaderamente no". Tras afirmar que la religión no es un producto de
consumo a la carta, concluía: "ayudad a los hombres a buscar la verdadera
estrella que nos indica el camino: Jesucristo".
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