Es difícil descubrir la voluntad de Dios. Si tenemos un corazón atento sabremos leer sus mensajes.
La pregunta surge en momentos clave de la propia vida: ¿qué quiere Dios de mí?
En ocasiones, esa pregunta encierra un error de fondo, pues uno llega a imaginar a Dios como un rey arbitrario que ordena y dispone según sus caprichos y sin interesarle el bien de sus "súbditos".
Pero Dios no actúa así: lo que busca es nuestro bien, aquello que nos permita alcanzar una vida plena, sana, justa, bella.
Si nos situamos en una correcta manera de ver a Dios, podemos empezar el camino que nos permita descubrir lo que Dios quiere de cada uno.
El punto de partida correcto es siempre el mismo: reconocer que Dios me ama. En otras palabras, lo primero que Dios quiere es mi propio bien, mi propia felicidad, mi propia existencia. Empezar a vivir es ya una respuesta, la más radical y profunda, a la pregunta sobre lo que Dios desea de mí. Esa es la primera voluntad de Dios para mí: que exista, que viva.
Desde esa primera respuesta, podemos avanzar en la búsqueda de algo más concreto: ¿hacia dónde dirigir mis pasos para recorrer el camino que Dios ha pensado para mí?
Tengo una voluntad libre. Con ella escojo el rumbo de mi vida. La nave humana avanza según las decisiones que cada uno toma cada día.
Aquí se hace más intensa la búsqueda: ¿qué voy a decidir hoy? ¿Cómo reconocer aquellos actos que están de acuerdo con lo que Dios espera de mí? Para responder, contamos con muchas señales. Dos tienen un valor especial y una visibilidad muy concreta.
La primera señal arranca de la misma historia personal, del pasado y de lo que ocurre en el presente. La voluntad de Dios para mí se manifiesta en hechos, en encuentros, en lecturas, en consejos buenos. Identifico así estrellas que iluminan el camino por el que debo avanzar.
Esas señales a veces son difíciles de entender. ¿Qué quiere Dios cuando empieza una enfermedad que me incapacita de golpe o poco a poco? ¿Qué me pide si a mi lado sufre un familiar que necesita continuamente ayuda? ¿Qué me ofrece tras una llamada telefónica que abre un interesante horizonte profesional? ¿Qué me diría ante la propuesta deshonesta de un "amigo" que me invita a colaborar con él en un negocio sucio?
Lo que ocurre cada día da pistas, pero no siempre son suficientes. Por eso necesitamos abrirnos a la segunda gran señal de Dios: su Evangelio. Quien lo toma entre sus manos como un libro vivo, como la enseñanza y el ejemplo de Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, descubrirá todo un mundo de indicaciones, exigentes y hermosas, que nos permiten avanzar, poco a poco, hacia la vida verdadera.
¿Es difícil descubrir la voluntad de Dios? Si tenemos un corazón atento sabremos leer sus mensajes. Si los comprendemos de modo adecuado, estaremos listos para la siguiente etapa, la que rezamos en el Padrenuestro: "hágase tu voluntad". Es decir, estaremos dispuestos a aceptar todo lo que Dios nos pida.
En ocasiones cuesta. Pero si reconocemos que Dios es un Padre bueno, aquello que nos propone será visto como lo que es: un camino para avanzar en el amor, una invitación a vivir un poco aquí en la tierra como viviremos, si actuamos como auténticos discípulos e hijos, eternamente en el cielo.
La pregunta surge en momentos clave de la propia vida: ¿qué quiere Dios de mí?
En ocasiones, esa pregunta encierra un error de fondo, pues uno llega a imaginar a Dios como un rey arbitrario que ordena y dispone según sus caprichos y sin interesarle el bien de sus "súbditos".
Pero Dios no actúa así: lo que busca es nuestro bien, aquello que nos permita alcanzar una vida plena, sana, justa, bella.
Si nos situamos en una correcta manera de ver a Dios, podemos empezar el camino que nos permita descubrir lo que Dios quiere de cada uno.
El punto de partida correcto es siempre el mismo: reconocer que Dios me ama. En otras palabras, lo primero que Dios quiere es mi propio bien, mi propia felicidad, mi propia existencia. Empezar a vivir es ya una respuesta, la más radical y profunda, a la pregunta sobre lo que Dios desea de mí. Esa es la primera voluntad de Dios para mí: que exista, que viva.
Desde esa primera respuesta, podemos avanzar en la búsqueda de algo más concreto: ¿hacia dónde dirigir mis pasos para recorrer el camino que Dios ha pensado para mí?
Tengo una voluntad libre. Con ella escojo el rumbo de mi vida. La nave humana avanza según las decisiones que cada uno toma cada día.
Aquí se hace más intensa la búsqueda: ¿qué voy a decidir hoy? ¿Cómo reconocer aquellos actos que están de acuerdo con lo que Dios espera de mí? Para responder, contamos con muchas señales. Dos tienen un valor especial y una visibilidad muy concreta.
La primera señal arranca de la misma historia personal, del pasado y de lo que ocurre en el presente. La voluntad de Dios para mí se manifiesta en hechos, en encuentros, en lecturas, en consejos buenos. Identifico así estrellas que iluminan el camino por el que debo avanzar.
Esas señales a veces son difíciles de entender. ¿Qué quiere Dios cuando empieza una enfermedad que me incapacita de golpe o poco a poco? ¿Qué me pide si a mi lado sufre un familiar que necesita continuamente ayuda? ¿Qué me ofrece tras una llamada telefónica que abre un interesante horizonte profesional? ¿Qué me diría ante la propuesta deshonesta de un "amigo" que me invita a colaborar con él en un negocio sucio?
Lo que ocurre cada día da pistas, pero no siempre son suficientes. Por eso necesitamos abrirnos a la segunda gran señal de Dios: su Evangelio. Quien lo toma entre sus manos como un libro vivo, como la enseñanza y el ejemplo de Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, descubrirá todo un mundo de indicaciones, exigentes y hermosas, que nos permiten avanzar, poco a poco, hacia la vida verdadera.
¿Es difícil descubrir la voluntad de Dios? Si tenemos un corazón atento sabremos leer sus mensajes. Si los comprendemos de modo adecuado, estaremos listos para la siguiente etapa, la que rezamos en el Padrenuestro: "hágase tu voluntad". Es decir, estaremos dispuestos a aceptar todo lo que Dios nos pida.
En ocasiones cuesta. Pero si reconocemos que Dios es un Padre bueno, aquello que nos propone será visto como lo que es: un camino para avanzar en el amor, una invitación a vivir un poco aquí en la tierra como viviremos, si actuamos como auténticos discípulos e hijos, eternamente en el cielo.
Autor: P. Fernando Pascual LC.
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