"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

viernes, 3 de junio de 2011

Tentación

Hay que reconocer que hoy en día, algunas palabras que se han utilizado siempre en la Iglesia para definir  realidades ya están pasadas de moda e incluso dan risa: la palabra pecado, la palabra soberbia y en el caso de hoy la palabra tentación. El Evangelio nos habla de la tentación como posibilidad en la vida de Jesús y de tentación como posibilidad en nuestra vida.
Ya nos gustaría ser perfectos, ya nos gustaría que todo lo hiciéramos siempre bien, pero no es así. Todos sabemos que dentro de nosotros hay un mecanismo, un resorte misterioso por el cual yo puedo elegir el mal, puedo elegir el daño, puedo elegir el destruir a los demás e incluso destruirme a mí mismo. Cuando yo escucho ese principio interior de destrucción, tengo dos posibilidades: reconocerlo o disfrazarlo. Y esa es la misión del tentador. Disfrazar la destrucción de belleza, disfrazar la verdad de mentira, entonces es cuando yo cometo esa falta llamada pecado.
Hoy todos debemos preguntarnos cuales son nuestras tentaciones. Tentación en el sentido más profundo de la palabra. Cuantas veces disfrazamos lo malo de bueno, porque no hemos sido capaces de vivir unos principios y acabamos cediendo a ellos justificándolos. Cuando uno no vive como piensa, acaba pensando como vive. Así hoy vivimos  en un mundo en el cual  se puede justificar todo. Aparentemente todo está bien mientras que no moleste a los demás, mientras que no haga daño. Hay un acuerdo universal de que cada uno haga lo que quiera, de que cada uno ponga su propia ética. Ante esto, Cristo nos enseña que el hombre no puede encontrar en sí mismo el principio que da la moralidad a las cosas. Yo no soy autónomo. He de tener la suficiente humildad intelectual para reconocer que hay Alguien fuera de mí que es quien me dio la vida y me dio el ser, que es Dios y me dicta qué es lo que es bueno y lo que no lo es. Por eso  Jesús ante la tentación recurre a la Sagrada Escritura: Está escrito,...
A veces, siendo cristianos practicantes, cedemos a la tentación de hacer un cristianismo a nuestra medida, olvidándonos de las leyes de Dios y  de las leyes de la Iglesia. Incluso hay personas que dicen: “yo no estoy de acuerdo con el Magisterio, o yo no estoy de acuerdo con el Papa en esto.”
Nos atrevemos a hacer nuestra propia religión según nuestras propias necesidades y tenemos que ser lo suficientemente humildes como para saber que yo puedo equivocarme y que incluso me puedo equivocar justificando mis equivocaciones y que siempre tendré el servicio de un Dios que, a través de la Sagrada Escritura y a través de la Iglesia, que es Madre, enseña dónde está la verdad.
Vivimos en un mundo en el que sobran justificaciones de acciones que sabemos que están objetivamente mal hechas. Por eso, que el tentador no nos engañe más, que estemos siempre alertas para tener cuidado. En el tiempo de Cuaresma que los cristianos empezamos con ilusión y con fuerza,  debemos estar más atentos y más sensibles a los engaños, ya vengan de dentro o  de fuera. Que tengamos la suficiente humildad  para reconocer que siempre Dios es Dios y nosotros no somos dioses, y por tanto no somos los autores del bien y del mal, sino que nos es dado reconocer el bien y nos es dado también con nuestra libertad conquistarlo.

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