Todo ser humano ha nacido para encontrar la felicidad. Es incuestionable. Por eso, Jesucristo, en su primer discurso importante habla de felicidad, que es lo que quiere decir bienaventuranza. Ya antes, Jeremías, se atreve a poner una maldición en labios de Dios: "maldito el que confía en el hombre y pone en la carne su fuerza". Esto es, en definitiva, lo que nos podría estar pasando a todos nosotros, cuando ponemos nuestra confianza en las cosas humanas.
Si nos hiciéramos una pregunta muy sencilla -¿dónde está mi seguridad? ¿Qué es aquello que más seguridad me da en la vida?-, veríamos como la ponemos muchas veces en las cosas que tenemos, en el dinero de una cuenta corriente, en una casa, en un coche, en unas vacaciones, en una buena figura física, en un aplauso social, en una posición bien ganada, en un sueldo, e incluso en una persona.
Jesucristo es capaz de ir mucho más allá de todo eso y decir que esos no son los motivos para que un hombre esté seguro y encuentre así la felicidad. Que mientras vivamos en un mundo en el que se nos mide por lo que tenemos, y se nos admire por lo que parezcamos y no por lo que seamos en el corazón, nunca vamos a encontrar la verdadera felicidad. Por eso Jesucristo dice que felices son los pobres, los que lloran, los que tienen hambre, los que son perseguidos por causa de la justicia. Porque todas esas personas han sido capaces de sobrepasar las fronteras del puro tener, y siguen siendo humanos, y siguen teniendo la misma dignidad, y siguen amando a todos y siendo los amados de Dios, y en definitiva deberían ser los amados de los hombres aunque no tengan nada.
Qué fácil es rezar, sonreír, ser optimista y llevarse bien con la vida, cuando tengo de casi todo. Tengo familia, tengo una modesta posición económica, tengo trabajo, tengo, tengo... Pero, ¿qué sería de mi estabilidad emocional, o de mi fe si me faltan las cosas que tengo? -la salud, mi puesto de trabajo, mi familia, mi dinero,... - ¿sería siempre el mismo ser encantador que creo ser ahora? En la medida que yo cifre todo mi bienestar, incluso espiritual, en las cosas que tengo, me estoy equivocando. Las Bienaventuranzas son una llamada a poner nuestra mirada en la transcendencia. Lo que hoy tenemos, pasa, termina, no es fuente de felicidad, y mientras que un cristiano no esté convencido de esto, mientras que un cristiano no haga una opción verdadera por buscar el reino de Dios y su justicia, es decir, por buscar primero las cosas del corazón, las que no se ven, las cosas de la intimidad con Dios antes que las cosas materiales, se está equivocando. ¡Cuántos problemas innecesarios aparecen por no tener esto claro! Si te preguntaran ahora mismo cuál es el motivo de tu tristeza, de tu dolor, te darías cuenta que no eres capaz de renunciar a tantos dones, no solamente materiales, sino también personales y espirituales que tienes. No te define lo que tienes, te define lo que eres. ¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Cuál es tu concepto de felicidad?. Son las preguntas que te hace este domingo el Señor en el Evangelio.
Si nos hiciéramos una pregunta muy sencilla -¿dónde está mi seguridad? ¿Qué es aquello que más seguridad me da en la vida?-, veríamos como la ponemos muchas veces en las cosas que tenemos, en el dinero de una cuenta corriente, en una casa, en un coche, en unas vacaciones, en una buena figura física, en un aplauso social, en una posición bien ganada, en un sueldo, e incluso en una persona.
Jesucristo es capaz de ir mucho más allá de todo eso y decir que esos no son los motivos para que un hombre esté seguro y encuentre así la felicidad. Que mientras vivamos en un mundo en el que se nos mide por lo que tenemos, y se nos admire por lo que parezcamos y no por lo que seamos en el corazón, nunca vamos a encontrar la verdadera felicidad. Por eso Jesucristo dice que felices son los pobres, los que lloran, los que tienen hambre, los que son perseguidos por causa de la justicia. Porque todas esas personas han sido capaces de sobrepasar las fronteras del puro tener, y siguen siendo humanos, y siguen teniendo la misma dignidad, y siguen amando a todos y siendo los amados de Dios, y en definitiva deberían ser los amados de los hombres aunque no tengan nada.
Qué fácil es rezar, sonreír, ser optimista y llevarse bien con la vida, cuando tengo de casi todo. Tengo familia, tengo una modesta posición económica, tengo trabajo, tengo, tengo... Pero, ¿qué sería de mi estabilidad emocional, o de mi fe si me faltan las cosas que tengo? -la salud, mi puesto de trabajo, mi familia, mi dinero,... - ¿sería siempre el mismo ser encantador que creo ser ahora? En la medida que yo cifre todo mi bienestar, incluso espiritual, en las cosas que tengo, me estoy equivocando. Las Bienaventuranzas son una llamada a poner nuestra mirada en la transcendencia. Lo que hoy tenemos, pasa, termina, no es fuente de felicidad, y mientras que un cristiano no esté convencido de esto, mientras que un cristiano no haga una opción verdadera por buscar el reino de Dios y su justicia, es decir, por buscar primero las cosas del corazón, las que no se ven, las cosas de la intimidad con Dios antes que las cosas materiales, se está equivocando. ¡Cuántos problemas innecesarios aparecen por no tener esto claro! Si te preguntaran ahora mismo cuál es el motivo de tu tristeza, de tu dolor, te darías cuenta que no eres capaz de renunciar a tantos dones, no solamente materiales, sino también personales y espirituales que tienes. No te define lo que tienes, te define lo que eres. ¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Cuál es tu concepto de felicidad?. Son las preguntas que te hace este domingo el Señor en el Evangelio.
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